La autenticidad de lo inverosímil

NARRATIVA

En ‘Hombre caído’, el autor de ‘Patria’ ofrece un conjunto de relatos de calidad irregular, pero que en su conjunto muestran un nivel literario espléndido

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El escritor Fernando Aramburu publica “Hombre caído“ 

Mané Espinosa

Fernando Aramburu, narrador, poeta y traductor, nació en San Sebastián en 1959. Desde 1985 reside en la República Federal Alemana. Nada mejor que acudir a su Autorretrato sin mí (2018) para acercarnos al escritor. Desde su primera novela (1996) y su primer libro de relatos, Los peces de la amagura (2006), Aramburu ha mostrado un sólido talento como narrador, pero tal vez por su escasa (entonces) proyección pública y el hecho de vivir en la República Federal Alemana desde 1985, su obra no ha sido debidamente apreciada, hasta la publicación en 2016 de su novela Patria, calurosamente acogida por la crítica y los lectores. Le siguieron las novelas Los vencejos (2021), Hijos de la fábula (2023), El niño. Gentes vascas (2024) y, ahora, los relatos de Hombre caído.

Debo decir, de entrada, que es un libro irregular, con relatos que no están a la altura del espléndido conjunto. Maestro en transformar lo inverosímil en verosímil, en Combate la pelea de bicicletas resulta forzada y no se mantiene la tensión de un combate de boxeo. Y en Mal de manos la inverosimilitud se mantiene a lo largo de todo el cuento, traicionando uno de sus principios: “tengo un compromiso personal con la honestidad de la escritura”. Honestidad en el sentido de autenticidad, una de sus mayores virtudes. Pero aquí cae en un exceso de imaginación que no pasa de ser un juego.

⁄ Textos llenos de humor sin negar la tragedia, en casi todos la tensión va en aumento hasta un final a menudo inesperado

Señalo estos defectos porque soy insensible al halago. Pero lo importante es que no empañen todas las virtudes de un libro que a mí no me importaría leer por segunda vez. Hay que ir con cuidado, porque nos enfrascamos en la lectura y nos olvidamos de que tenemos que comentar para beneficio del lector. Añado un comentario anecdótico para celebrar que aquí se mantenga acentuado el adverbio “sólo” para enmendar los desaguisados de la RAE, que nos convierten en escritores de otra época, como el chabacano güisqui que quita el prestigio a la noble bebida, o eliminar la ll y la ch como si no fuesen fonemas distintos, pero manteniendo la h, que es muda.

Hombre caído tiene relatos extraordinarios, propios del mejor Aramburu. El suicidio de Richi Pardal es un magnífico ejemplo de humor negro, donde el suicidio de Richi se convierte en un espectáculo por el que, como Última noche de pobres, se cobrará entrada, con los hijos orgullosos de tener un padre famoso. Klaus, en torno a un aprensivo matrimonio que tiene que visitar a su vecino enfermo de cáncer y para ello se llenan los bolsillos de toallitas desinfectantes, “teníamos hecho el propósito de no tocar nada con las manos cuando volviéramos de la visita”; se envuelven el dedo índice con una hoja de hiedra antes de pulsar el timbre de los vecinos; se duchan y vuelven a ducharse, por precaución; y, maestro de las agudas observaciones, el escritor nos dice que al personaje, al ver la urna, le es imposible evitar “un pensamiento trivial”: que en un recipiente tan pequeño quepa un ser humano. La edad de los personajes, y sobre todo la vejez, da pie a espléndidos relatos. Como Foto de ardillas (“no era fea, pero tampoco joven”, “Hija, que mal negocio la vejez”).

Y, sobre todo, en Dilema, donde un conductor tiene que tomar la difícil decisión de si evitar atropellar a un niño o a un anciano. Los niños “aportan nueva energía y nuevas esperanzas”; “ El anciano, por el contrario, no hundiría a nadie en la desesperación”.

Relatos llenos de humor sin negar la tragedia, donde no aparece el País Vasco, centro de la escritura de Aramburu. En casi todos la tensión va en aumento hasta un buen final, con frecuencia inesperado. Hombre caído no decepcionará al lector más exigente.

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