A diferencia de la gente infeliz y dada al lamento, Josep Carreras, 78 años, te cuenta su vida y hora y media sabe a poco. “La mía ha sido muy feliz” resumió ante un auditorio embelesado, acaso porque siendo una vida de éxitos –incluida la superación de una leucemia por la que nadie daba un duro– nunca la contó a modo de lección vanidosa de autocrecimiento.
“Si alguna virtud tengo es que he nacido para cantar”. Punto. No le demos vueltas. A Josep, con ocho añitos, le reclamaban las clientas de la peluquería materna en el barrio de Sants para cantar y además de aplausos le soltaban perras, siendo la señora Cortés la más espléndida: ¡un duro!
Cuando debutó en el Metropolitan de Nueva York, un perro viejo del teatro se le acercó para darle un consejo, consciente de su bisoñez.
-Canta como puedas, canta como quieras, pero nunca discutas con una soprano...
Carreras deslumbró con anécdotas: la peluquería materna, Pavarotti, Di Stefano, las sopranos
Y hablando de sopranos: Montserrat Caballé. “Siempre me ayudó. Lo que hacía en el Liceu era algo excepcional. ¿Cantar con María Callas? Claro que me hubiese gustado pero la voz y la calidad de la Caballé no la tenía”.
La gente feliz no suele hablar mal de nadie y Josep Carreras recordó incluso con cariño a ogros como Leonard Bernstein o Von Karajan. “Bernstein me llamaba Pepe” y el día del famoso encontronazo durante la grabación de West Side Story le comunicó que le tocaría cantar Maria a las diez de la mañana pero terminó llamándole a las seis menos pocos minutos de la tarde, a sabiendas que, sindicación obliga, los músicos terminarían a esa hora. “Reaccioné equivocadamente, un no fotis! Pero bajo su aspecto de duro era muy cariñoso. Respiraba música por todos los poros”.
Los tres tenores. “Luciano me llamaba Chicho. Es cierto que tragaba cubitos de hielo antes y durante la actuación. Una vez llegó a Nueva York con su avión privado y descendió con 19 cajas de alimentos, de las que once eran de sandias. ¡Un fenómeno! En San Francisco, víspera de un concierto, tres de la mañana, me llama para que suba a su habitación. Siempre dejaba la puerta abierta para no levantarse. ¿Qué te pasa? Ven Chicho, vas aprobar el mejor salami que has comido en tu vida. Y hasta las seis comiendo salami y bebiendo lambrusco. Siempre viajaba con un cocinero peruano, una maravilla, cocinaba de todo”.
–¿Plácido Domingo?
–Nunca le vi haciendo algo que no fuese correcto.
No hay día del año que no escuche a Giuseppe Di Stefano. El más grande. “Un tipo normal, muy agradable y ¡fumador! Una admiradora le dijo en Verona que cómo era posible.
–Señora, yo soy un fumador que canta.
Seattle. Días duros. Superado el ¿por qué a mí?, el consuelo de haber logrado tanto y tanto con 43 años. En la habitación contigua, el paciente tenía dos años. “Y aquel niño lo perdimos”.