En cuestión de arte, Hitler y Lenin mantuvieron una misma pasión por un cuadro que también encandiló a otros personajes como Sigmund Freud o Thomas Mann. Y no solo a ellos, Vladimir Nabokov, el padre de Lolita, escribió en 1934 que todas las casas de Berlín tenían una copia colgada entre sus cuatro paredes.
La fascinación que despertó esta pintura desde finales del siglo XIX al primer tercio del XX, fue incluso más allá, inspirando a otros artistas como Dalí, Magritte, Delvaux o Ernst. August Strindberg se valió de ella como imagen final de su obra teatral La sonata de los espectros y Rachmaninoff le dedicó un poema sinfónico que tiene su mismo nombre La isla de los muertos, del suizo Arnold Böcklin, aunque no fue él quien bautizó su propia obra, sino el crítico de arte Fritz Gurlitt.
El óleo muestra una escena inquietante. Una barca conducida por un remero y con un único pasajero, una figura vestida con un sudario blanco frente a un ataúd, se dirige a una pequeña isla rodeada de peñascos en cuyo interior se alzan altos cipreses. Böcklin nunca explicó el significado de su obra, lo que contribuyó a alimentar todavía más el halo de misterio que la rodea.
La interpretación más habitual toma como referencia uno de los episodios más conocidos de la mitología griega. El remero sería Caronte, el barquero que transportaba las almas al reino de Hades a cambio de una moneda; mientras que el personaje que se alza en la proa representaría al difunto que está llegando a su último destino tras cruzar la laguna Estigia.
Otra de las incógnitas que rodea la obra se centra en identificar el paisaje que inspiró al artista simbolista y que Böcklin nunca reveló, dejando incluso la puerta abierta a que fuese fruto de su propia imaginación. No obstante, se ha especulado con diferentes localizaciones, como un islote de la isla de Corfú, la isla de Ponza o la de San Michele de Venecia, la península de San Vigilio en el lago de Garda o el castillo de la isla de Isquia.
Cinco versiones de un mismo cuadro
Böcklin pintó el cuadro en 1880 en Florencia y llegó a ejecutar hasta cuatro versiones más. La última, firmada en 1901. Es por ello que quizá gana fuerza la teoría que ubica esta isla de los muertos en el cementerio de los Ingleses de Florencia, cerca del estudio donde trabajaba y donde enterró a una hija, fallecida durante la infancia.
Hitler llegó a poseer uno de estos cuadros. En concreto, la tercera versión que Böcklin pintó en 1883 y que actualmente se encuentra en la Antigua Galería Nacional de Berlín después de que reapareciera extrañamente en 1979. Considerado el pintor preferido del Führer, el nazismo se apropió de su obra como también hizo con la de Wagner o Nietzsche.
Lenin no tuvo la misma suerte y se conformó con una copia que, al igual que el alemán, colgó en su despacho. Menos la cuarta versión, destruida durante la II Guerra Mundial, la enigmática pintura se encuentra a disposición de cualquier espectador en museos de Berlín, Nueva York, Basilea y San Petersburgo, dispuesta a seguir seduciendo a quien se adentre en sus secretos.