"Mi preocupación es por la repercusión que los Jocs Florals han tenido para muchos de los participantes más directamente. No sé si estáis al corriente de las visitas de policías, de las retiradas de pasaporte, de las multas (por ahora solamente insinuadas) y de otras cosas que discretamente callo y que son más graves. Los de Madrid o Barcelona han captado el golpe y la pelota se ha hinchado muy fuerte”. El 9 de noviembre de 1972 el exsacerdote y empresario turístico Gaspar Espunya escribe atolondrado desde Suiza a Miquel Guinart, delegado del patronato de los Jocs Florals en Europa.
El régimen muerde. En mayo de 1971 ha autorizado la reanudación de la celebración de los Jocs en Barcelona. En la primavera siguiente lo vuelve a hacer. Pretende proyectar una imagen de tolerancia con la cultura catalana y desactivar la carga antifranquista del certamen que se organiza en el exilio desde 1941. Su continuidad, sin embargo, la celebración entre el 27 y 29 de octubre de 1972 de los Jocs en Ginebra, constata el fracaso de la dictadura, que lo quiere hacer pagar. Joan Triadú es una de sus víctimas, tal como manifiesta la documentación de su fondo particular y el de Guinart del Arxiu Nacional y el de los Jocs Florals del Archivo del Pabellón de la República, que ha consultado La Vanguardia .
El pedagogo y crítico literario ha viajado a Suiza para presidir un jurado formado por el escritor y activista cultural Albert Manent, el periodista Josep Faulí, el escritor y político Fèlix Cucurull, el crítico y editor Josep M. Castellet, el escritor y crítico Alexandre Cirici-Pellicer y también el expresidente de Pax Romana y auditor del Concilio Vaticano II, Ramon Sugranyes de Franch. Raimon ofrece un recital y al día siguiente se entregan los premios. Pero al regresar, la policía los espera. “ El 3 de noviembre de 1972 me fue retirado el pasaporte en la Brigada de Investigación Social, donde presté declaración”, constata Triadú.
Triadú fue condenado por presidir el jurado de los Jocs Florals de Ginebra en 1972
El 4 de diciembre los temores de Espunya se hicieron realidad. Al pedagogo y a sus compañeros de jurado —excepto Sugranyes de Franch, residente en la suiza Friburgo y con una clara vinculación eclesiástica—, se les sancionó con 200.000 pesetas a cada uno. De acuerdo con el expediente de la Jefatura Superior de Policía de Barcelona habían atentado contra la ley de Orden Público por ejercer de jurado en un certamen con dos premios denominados President Macià y President Companys.
Triadú interpuso un recurso de súplica declarando incapacidad económica. A fin de que fuera tomado en consideración, el 25 de enero de 1973 depositó un tercio de la multa, conseguido por medio de un “ crédito privado”. A penas una semana después se dirigió al jefe superior de policía de Barcelona para, tal como le habían indicado, recuperar su pasaporte “ cuando tuviera necesidad de él”. A principios de abril quería participar en el III Coloquio Internacional de la Lengua y la Literatura Catalanas en la Universidad de Cambridge.
El 6 de abril el consejo de ministros desestimó el recurso de Triadú y el resto de intelectuales. El argumento: no importaba que los hechos hubieran sucedido en el extranjero porque con la invocación de Macià y Companys, “ personas que fueron causantes de evidente quebranto para el principio de unidad de la Nación española, se ha faltado, a no dudar, al sentimiento de dicha unidad”. Al regresar de su estancia en Inglaterra, el pedagogo entregó el pasaporte.
A pesar de su situación, publicó numerosos artículos periodísticos en defensa de la lengua
De la condena se hizo eco Le Monde y la prensa suiza. André Chavanne, consejero de estado de Instrucción Pública suizo, pidió explicaciones al embajador español en Berna, José Felipe Alcover. El Centro Europeo de la Cultura de Ginebra y la universidad local se quejaron, como también el Pen-Club holandés. Ante tal situación, Triadú y sus compañeros presentaron nuevos requerimientos para evitar la multa. Aún en enero de 1974, la presidencia del gobierno resolvió de manera desfavorable y su movilidad continuó restringida. En junio, para ir a una conferencia sobre Àngel Guimerà en Perpiñán con motivo del 50.º aniversario de su muerte, Triadú reclamó de nuevo el pasaporte.
La situación no lo detuvo y, al margen de la crítica literaria, publicó numerosos artículos periodísticos en defensa de la lengua. En el marco del año Triadú, Josep M. Figueres ha reunido un centenar, en el uso del catalán en el volumen La llengua de la llibertat (Editorial Base). “En estos años de franquismo, si hemos conseguido algo —como agarrarnos a la supervivencia, por ejemplo— ha sido al interiorizarnos y al proceder a fondo con todos los recursos posibles a la tarea de la instrucción y de la cultura”, expresa Triadú.
Los sancionados dieron poderes a procuradores de tribunales para representarlos y seguir pleiteando, pero fue en balde. El régimen no cedió y las aportaciones de prohombres de Òmnium Cultural como Lluís Carulla, ciudadanos anónimos, artistas y amigos pagaron las cuantías. “Para ser consecuentes hasta el final, quizá nos habríamos tenido que dejar embargar o ir a la cárcel”, rememoraba de manera breve Triadú en Memòries d’un segle d’or (reeditado por Pòrtic).
“Para ser consecuentes hasta el final, quizá deberíamos habernos dejado embargar o ir a la cárcel”
En el Palau Robert se reproduce la primera página del proceso sancionador contra el activista. La historia, sin embargo, no acabó así. Dos de los miembros del jurado encausados, Cucurull y Cirici-Pellicer, presentaron un recurso contencioso-administrativo contra la resolución del consejo de ministros franquista y el Tribunal Supremo, en 1981, les dio la razón. Dos años después se les devolvieron las 200.000 pesetas a cada uno y, al menos Cucurull, las entregó a Òmnium Cultural. Con el paso del tiempo y los gastos de abogados, los compañeros de Triadú habían recuperado “calderilla”, lamentaban.