Tener el hueso de un mango como mascota, la última moda de los jóvenes en China

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Quienes lo hacen aseguran que tiene efectos terapéuticos y trae la misma felicidad que cuidar de un animal

El mango, mejor si tiene acento andaluz

Los jóvenes han comenzado a adoptar las semillas del mango como mascota

Los jóvenes chinos han comenzado a adoptar las semillas del mango como mascota 

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Se dice que muchos millennials y la generación Z no tienen ni tendrán hijos, sino perros o gatos, por distintas razones: porque la precariedad no les permite darle a su descendencia la vida que les gustaría y porque son conscientes del impacto ecológico que tiene traer una persona al mundo. Adoptar una mascota resulta una opción que convence a muchos para satisfacer las ganas de compañía y de cuidados, pero quien ha tenido un amigo de cuatro patas sabe que necesitan un espacio adecuado, que se les debe dedicar tiempo y atención y que el gasto económico que generan es considerable. Quizás es por eso que en China, hay personas que están cultivando una relación de amistad con un hueso de mango.

Lo contaba el medio Jiupai News a raíz de que distintos usuarios de la red social china Xiaohongshu publicaran vídeos de sus nuevas mascotas. En ellos, enseñan cómo han cuidado del hueso de mango hasta conseguir esa textura peluda que peinan y acarician en los vídeos tal y como si fuera un pequeño mamífero.

Primeramente, y como es obvio –aunque paradójico, tratándose de una futura mascota–, han comprado un mango y, muy posiblemente, lo han comido. En segundo lugar, han lavado a conciencia el hueso del mango para eliminar la pulpa y han peinado esas fibras que más tarde, por analogía, los tutores de la mascota considerarán como pelos. Por último, han secado el hueso de mango al sol o con un secador de pelo para prevenir que la humedad favorezca la aparición de moho.

Desde mayo, Liu Xiaomeng, una estudiante de 19 años de Tianjin, ha compartido su experiencia cuidando de los dos huesos de mango en Xiaohongshu, donde cuenta que los cuidados que le dedica le reportan el mismo placer que atender a un perro o un gato, y que además le sirve como terapia. Incluso les ha puesto un nombre con el que les ha atribuido género: Da Mao y Er Mao, es decir, ‘Peluda 1’ y ‘Peluda 2’.

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Como en un formato de diario, Liu ha ido documentando los cambios de aspecto de Da Mao y Er Mao, cómo su pelo se ha vuelto más suave y cómo el color ha mutado de amarillento a blanco. Les aplica un gel de aloe vera y le pone un clip con bisutería a sus “dos hijas”, que describe como “un sustituto barato de hamsters” y que considera como “mascotas ideales”. Para los futuros tutores, Liu explica que hay que comprar la variedad correcta de mango, pero no precisa cual. Lo cierto es que la mayoría de mangos tienen fibras duras junto al hueso o semilla, aunque la variedad ‘mango de hilacha’ es una de las que más fibras posee.

Las reacciones ante esta tendencia no se han hecho esperar. Algunos usuarios la han criticado aunque sea una práctica totalmente inofensiva y no diste tanto de jugar a un videojuego. La narrativa sigue siendo la misma: invertir una cantidad de tiempo o una serie de acciones para mantener y mejorar el estado de algo inanimado. Los efectos terapéuticos de tal cuidado pueden ser los mismos que los de cocinar, leer o ir en bicicleta, o de cualquier otra actividad que sea placentera para la persona que la lleva a cabo.

Usar alimentos como mascota no es una práctica tan extraña como parece

Usar alimentos como mascota no es una práctica tan extraña como parece 

Rosa Molinero

El cuidado de un mango puede parecernos extraño pero desde siempre hemos dado otros usos a los alimentos o sus descartes. Por ejemplo, manzanas y membrillos han servido tradicionalmente para perfumar la ropa de los armarios, los ramos de laurel –a veces bendecidos en domingo de ramos– se han colocado en los dinteles de las puertas, tanto de domicilios como de establos, por su efecto insecticida y para ahuyentar la mala suerte. Pero quizás el caso que más se asemeja a tener un mango de mascota es el de aquella patata que de pequeños tallábamos y les insertábamos mondadientes para darle forma de cerdito, y que cuidábamos con toda la ilusión, incluso poniéndole de comer, hasta que la oxidación terminaba por volverla maloliente.

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