El cuento de la lechera

Opinión

El cuento de la lechera

Caminaba alegremente la lechera con su cántaro de leche recién ordeñada en la cabeza, imaginando proyectos de emprendimiento. Pareciera como si acabase de asistir a un evento motivador donde un popular gurú del emprendimiento en las redes la hubiera animado con una brillante presentación repleta de ejemplos de jóvenes de Silicon Valley o estudiantes de la Yvy Plus montando exitosas start-ups disruptivas. De igual manera, seguro que también ella podía escalar su negocio B2C hasta convertirlo en un unicornio lácteo global.

En realidad, la pequeña granja familiar en la que vivía no era precisamente nueva, su familia criaba vacas allí desde vaya usted a saber cuándo, y aunque nadie tenía que enseñarles nada sobre el manejo del rebaño al que tanto querían y cuidaban, pese a que estuvieran al día de las últimas de tecnologías y conocimientos, la rentabilidad de su forma de vida cada vez estaba más comprometida. Su abuela le contaba que los problemas venían de lejos. Ella misma, desde chica, además del pastoreo, se encargaba de repartir la leche fresca cada mañana a los vecinos del pueblo. También hacía quesos frescos si sobraba leche, y los vendía en el mercado. Más tarde llegó la industrialización y venían a buscar la leche los camiones de una cooperativa de la comarca que montó una planta embotelladora.

Su padre, que ya estudió una ingeniería agroalimentaria antes de volver a la granja, recordaba la entrada de España en el mercado común y las cuotas lácteas que impuso la Comunidad Europea. La cooperativa entró en crisis y la planta acabó en manos de una empresa, adquirida luego por una multinacional que pronto la cerró. Ante las protestas, la multinacional se comprometió a seguir comprando la leche a las granjas de la comarca, pero llegó el día en que empezó a pagar precios que no cubrían unos gastos cada vez más disparados. Sus responsables aludían a diferentes causas, llegaba leche de fuera más barata, la distribución era en realidad quién marcaba el precio, los consumidores estaban desplazando sus hábitos hacia batidos vegetales que percibían como sustitutos por alguna campaña difamatoria sobre las características saludables de la leche que había conseguido un impacto tremendo…

Muchos compañeros decidieron tirar la toalla, y el cierre de tantas pequeñas explotaciones acabó resultando un cierto alivio de rentabilidad para los escasos supervivientes, aunque seguramente sería temporal. De hecho, a la familia de nuestra lechera ya le habían dicho los de la gran empresa que no les salía a cuenta gastar gasóleo para llegar hasta su granja a buscar una producción tan pequeña como la suya, aunque fuera excelente. Por eso, tras rellenar los formularios y demás aparejo burocrático requerido, nuestra brava joven lechera era capaz de transportar su propia producción, intentando de nuevo la venta directa como en tiempos de su abuela, pero con la asistencia de todas las tecnologías de la información que ella dominaba perfectamente.

Lee también

Reflexión desde el colapso

Toni Massanés
Horizontal

En el trayecto, en realidad, más que soñar en unicornios imposibles, imaginaba propuestas de valor añadido y estrategias logísticas innovadoras basadas en la inteligencia artificial que permitieran conectar cada rincón del territorio donde se producen alimentos sanos, sostenibles y gastronómicamente excelentes con los ciudadanos que dependen de un sistema alimentario próximo funcional y competitivo.

Vacas pastando en Plans d'Anyella.

Vacas pastando en Plans d'Anyella.

Narcís Serrat

Podríamos dejarlo aquí, sería un final abierto. O acabar como el clásico, con el cántaro roto, un mundo rural desertizado y las ciudades hambrientas a merced del azar o de intereses demasiado grandes y lejanos para actuar con sensibilidad hacia lo que por la distancia y la escala no son capaces de percibir… o de la simple y sucia especulación oportunista.

Pero este cuento de la lechera, el cuento de cualquier pequeño representante del sector primario del país, funciona como esas obras interactivas en las que el público puede decidir el final.

Y para hacerlo, si queremos un final feliz, ya sabemos qué poner en nuestra cesta de la compra.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...