La muerte de la verdad

Opinión

La muerte de la verdad

Nos empeñamos en encontrarla.

Tiene que haber un orden, tiene que existir un sentido.

Hemos recurrido a la poesía, a la matemática (esa forma extrañamente exacta de la poesía), a la ciencia, al arte, a Dios, a los dioses, a la naturaleza, a Aristóteles, al derecho romano, al algebra, al tarot.

Creímos encontrar, en un momento de debilidad, un trasunto de verdad en la narración falsamente objetiva de los hechos cotidianos. La alegría y la confusión nos llevaron a encabezar con proclamas definitivas ese hallazgo: La Verdad, La Razón, Los Tiempos… La verdad es más importante que nunca. La democracia muere en la oscuridad.

Todos los depositarios de esas verdades sienten la autoridad de lo divino. La dictadura del proletariado, el amor al prójimo, la libertad de los mercados, un hombre un voto.

Jueces que golpean viejas mesas de roble con la contundencia de sus martillos de Thor: ¿Jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?

Habíamos construido una vez más un mundo que sentía la tibieza de una certeza aceptada y compartida cuando llegó la libertad malsana de la voz personal, la confusión del alarido indignado del que llevaba demasiado tiempo callado. El odio.

Voces que no son escuchadas nos advierten desde siempre: la vida en sociedad es posible porque mentimos. Eso que llamamos buenos modales, educación, maneras, no es otra cosa que la mentira amable del que no quiere hacer daño.

¿Es la verdad una daga? Yo voy con la verdad por delante.

Anhelamos el abrazo cálido y amable de la certeza. Mucho más en estos tiempos de zozobra. La tibieza de la manta y el tazón de caldo que constituyen un pilar, un fundamento desde el que construir.

Hay un fraude científico en el algoritmo que edifica verdades particulares que quieren ser esa manta, pero que nos devuelven el abrazo helado de la falsedad: yo no soy ese, yo no quiero ser ese.

Donald Trump gritando desde el escenario de un reality show: el espectáculo de la realidad, la verdad convertida en circo, en domador que droga a sus leones para meter la cabeza en unas fauces mullidas que niegan la dignidad, la vergüenza, la vida.

Pero queremos verdad, la necesitamos, la buscamos. Y cuando creemos encontrarla matamos por ella. Mi país, mi dios, mi idea. Mi dinero.

Yo soy el camino, la verdad y la vida.

Incluso queremos que los anuncios nos digan cosas ciertas, hasta ese punto hemos enloquecido. Y las marcas se empeñan en jurar sobre biblias de colores que ellas y ellos son iguales, que también los pobres, que el verde nacerá de nuevo donde hoy arde la hierba de los campos de golf, que serás exactamente lo que quieras ser, aunque aún no lo sepas, que el dinero es tuyo, que siempre lo fue. Suena la melodía que anuncia las mentiras, y las mentiras se disfrazan de verdad porque eso es lo que anhelamos, lo que necesitamos con una ansiedad invencible que vacía las estanterías de Trankimazín y de mezcal.

Nos hablan de otros tiempos en que los padres eran respetados por ser padres, y los ejércitos amparaban el poder de los que sólo querían nuestro propio bien, y los que nos explicaban la realidad también nos contaban cómo debíamos entender esa realidad tan pura, tan transparente. Y muchos anhelan esos tiempos.

Make America Great Again.

También nos hablan de un tiempo que vendrá y nos traerá la brisa suave y fragante de lo que todos compartimos porque es lo que es, como el olor del pan caliente. Un edén lejano, pero visible si subes hasta allá arriba, no más allá, sube un poco más ¿lo ves ahora? No lo dudes, allí está. Llegaremos, basta caminar, esforzarse, sufrir, ser derrotado, llorar. Llegaremos sin duda. Como llegó Ulises.

El cocinero Hilario Arbelaitz

El cocinero Hilario Arbelaitz 

Zuberoa

Sentimos la verdad indudable de la sala oscura en la que tan solos, tan juntos, tan muchedumbre, nos dejamos arrastrar por la hermosísima mentira de la vida que merecemos y jamás alcanzamos, por ese orden perfecto de la ficción, que siempre tiene sentido, que siempre encaja, que hasta en la derrota y en la muerte es tan perfecta que es imposible. Y lloramos, y reímos, y gritamos aterrorizados, porque hay más verdad en ese milagro de la luz proyectada que en las calles mojadas que nos devuelven al desamparo.

Nuestra vida es eso, buscarla. En canciones, en frases, en abrazos, en miradas, en besos, en ideas, en paisajes, en estrellas, en esfuerzos desmesurados. En un presentimiento.

Lo sepamos o no, nuestra vida es eso, buscar la verdad.

Y cuando algunos pensábamos que sí, que quizá sí, a finales de diciembre cerró Zuberoa.

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