Como casi todos los dulces españoles que tienen la miel y la almendra como condimento principal, su origen lo hallamos en la expansión musulmana que controló el territorio peninsular hasta la caída del Reino de Granada en 1492, fecha del fin de la reconquista cristiana de España.
El turrón es uno de estos dulces que tiene su origen en Al-Ándalus y el primer lugar en el que hay constancia de su producción es Jijona, antiguamente conocida como Vila de Sexena. El nombre del postre viene, según la mayoría de expertos en la materia, de torrat, por ser una mezcla de frutos secos y miel tostados directamente en el fuego.
El nombre del postre viene de ‘torrat’, por ser una mezcla de frutos secos y miel tostados directamente en el fuego
Aunque Agramunt y Toledo también defienden su capitalidad de procedencia, las otras teorías sobre el origen de un postre que se ha convertido en el emblema de la Navidad parecen demasiado variopintas para ser creíbles.
Se cree que el turrón se convirtió en un producto de marca navideña por el coste que significaba su producción y su importe final en el mercado. Su precio obligaba a reservarlos para ocasiones especiales y la natividad era la fecha más emblemática en una España sumida al férreo control de la Iglesia. El turrón siempre fue considerado manjar de reyes y a menudo su consumo estaba relacionado con la corte y su joie de vivre.
Como en tantas ocasiones, la costumbre del monarca fue convertida en costumbre de las clases pudientes y más tarde adoptada por el resto de clases sociales. El papanatismo ha sido a lo largo de la historia uno de los deportes nacionales. Hay constancia que en algunos negocios la paga navideña destinada a los empleados se dividía en dinero y una arroba de turrones.
Si el primer turrón fue el conocido como el de Jijona, poco a poco fue ganando importancia el turrón de Alicante, popularmente llamado turrón duro por su consistencia y la clara de huevo que le daba su particular color blanco. Con los años, a la gama turronera fueron añadiéndose otros ingredientes como el chocolate, producto cuya popularidad lo convirtió en uno de los turrones más demandados.
La costumbre del monarca fue convertida en costumbre de las clases pudientes y más tarde adoptada por el resto de clases sociales
La leyenda dice que el dios Quetzalcoatl regaló un árbol del cacao a los hombres que vivían en México, y los conquistadores españoles introdujeron ese alimento de los dioses en la península para el deleite de los ciudadanos. El chocolate y el turrón maridaron de inmediato. El empleo del azúcar fue más tardío. Las primeros documentos en los que aparece el azúcar como ingrediente datan del siglo XVIII, cuando las plantaciones de caña de azúcar en América eran ya masivas y la libertad de comercio había activado la entrada de productos en numerosos puertos españoles.
A pesar de ser un producto demasiado calórico para una sociedad que ha convertido la estética en una religión, el turrón no ha dejado de adaptarse a los gustos de un mercado compuesto por paladares cada vez más globalizados.
No hay nada mejor que un trozo de buen turrón para soportar la edulcorada felicidad de unas fechas que te encadenan irremediablemente a la nostalgia. Y un ejemplo de su metamorfosis es el turrón de mojito ideado por la mente siempre genial de Albert Adrià.