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La llamada de lo salvaje: ¿Por qué nos vamos de la ciudad?

Claves Soma

Cada vez más familias siguen el camino inverso al de la Revolución Industrial en busca de más naturaleza

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La llamada de lo salvaje no es solo una huida de la urbe, sino una forma de vida

Imgorthand / Getty Images

El coronavirus ha venido a cambiar el mundo y son muchas las costumbres a transformar. El despegue del teletrabajo ha abierto la puerta a vivir dónde uno quiera. Ante la concentración y toxicidad de las ciudades, muchos deciden volver al campo. Especialmente los jóvenes, dada la dificultad de pagar una buena vivienda urbana, optan por irse fuera donde los precios son más bajos y el aire es puro. Cada vez más familias siguen este camino, sin importar que tengan que inscribir a sus hijos en colegios de provincias. Allí la atención puede ser menos masificada y, por tanto, la calidad de la enseñanza mejor.

Transcurrido el tiempo de confinamiento, el número de empadronamientos en zonas rurales o de la montaña, como el Empordà o la Cerdanya, ha crecido exponencialmente. Mayoritariamente atiende a segundas residencias, en un acto de previsión por si vuelven a confinarnos, pero detrás de ello puede haber la revelación de poder irse a vivir definitivamente a estos lugares.

La familia formada por Ferran, Svetlana y Marc ha dejado Barcelona para irse a vivir a Porrera debido a la crisis de la Covid-19

Xavi Jurio (archivo)

En el caso de los más jóvenes o quienes tienen menor poder adquisitivo, son otros los lugares escogidos: el Pallars, la Garrotxa o el Montsant son opciones muy válidas en el caso de Catalunya, aunque este no es un fenómeno restringido a esta comunidad autónoma.

Cada día aumentan los pueblos deshabitados que recuperan la actividad. La gente va con la ilusión de reconstruir espacios, huertos y campos, adoptando una forma de vida que tiene que ver con un pasado que perdimos.

Por todo ello, parece que estemos entrando en un proceso inverso a lo ocurrido en la revolución industrial, cuando dejamos el campo para vivir en la ciudad y en las colonias entorno a las fábricas. Esto sucedía durante el siglo XIX, cuando la ciencia y la tecnología triunfaron y se produjo una expansión sin precedentes de la visión científica del mundo.

Pioneros

Charles Dickens alertaba en novelas como Oliver Twist (1839) o Tiempos difíciles (1854) de la miseria en las ciudades y la explotación en las fábricas. Previamente, Daniel Defoe en Robinson Crusoe (1719) anticipaba el mito del buen salvaje, que Rosseau explicaba de esta forma: “Algunos se han apresurado a concluir que el hombre es naturalmente cruel, y que hay necesidad de organización para dulcificarlo, cuando nada hay tan dulce como él en su estado primitivo, cuando [la naturaleza lo ha colocado] a igual distancia de la estupidez de los brutos y de las luces funestas del hombre civilizado.”

Paralelamente, el Romanticismo desarrollaba formas artísticas de retorno a la naturaleza con obras como la del alemán Friedrich y su Caminante sobre el mar de nubes (1818) o los paisajes del inglés Turner (Tormenta de nieve, 1812).

Imagen de la película Oliver Twist, de Roman Polanski

En Estados Unidos se reunía el grupo de los naturalistas liderados por John Muir, Henry David Thoreau, Ralph Waldo Emerson o Walt Whitman. Todos ellos abogaban por no perder el contacto con la naturaleza. Los tres últimos formaban parte, a su vez, de un movimiento llamado trascendentalismo que buscaba una relación original con el universo. Creían en la llegada de una nueva era en la que el alma del individuo se unía con la de la naturaleza. Thoreau escribió Walden (1854), un clásico muy leído en nuestro tiempo que narra la vida del autor en una cabaña junto a un lago durante dos años.

La premisa es que somos libres en los entornos naturales y esclavos en la sociedad industrial. Mientras, Whitman compuso en verso libre Hojas en la hierba (1855), que supone un canto a la naturaleza y el papel del individuo en ella. Por su parte, John Muir fue el creador de parques naturales como Muir Woods o Yosemite, además de legar una extensa obra escrita.

Todos ellos son pioneros del ecologismo moderno, al igual que Jack London, autor californiano de relatos como Colmillo blanco (1906) o La llamada de lo salvaje (1903), un precioso cuento sobre un perro de trineo en el Yukón y su relación con el humano que le salva y aprende de él. Muchos niños crecimos con esta narración, que ha sido llevada a la pantalla en múltiples ocasiones. La última en el 2020, con Harrison Ford.

Contemporáneos

Si pensamos en clásicos contemporáneos entorno a la llamada de la naturaleza, encontramos la película Hacia rutas salvajes, rodada por Sean Penn en 2007 a partir de una novela de John Krakauer. El film narra la historia de un joven universitario que lo abandona todo para irse a vivir sólo a las montañas de Alaska después de leer a Tolstoi y Thoreau. Su aventura tiene el destino trágico de los héroes, y supone un canto al inconformismo y el retorno a los bosques.

Más recientemente la oscarizada El renacido (Iñárritu, 2015), es una muestra de supervivencia al límite en un entorno salvaje. DiCaprio fue sometido a un exigente rodaje por preservar el realismo naturalista de los espacios naturales, la gélida luz y las bajas temperaturas. Gracias a esto el espectador pudo sentir la llamada de lo salvaje, una temática que ya tuvo bastante apogeo durante los años setenta con películas como Jeremiah Johnson (S. Pollack, 1972), con Robert Redford encarnando a un soldado que desierta del ejército hastiado de la civilización para irse a las Montañas Rocosas.

Leonardo DiCaprio, en una imagen de El Renacido, un caso de supervivencia en un entorno salvaje

Kimberley French / Fox

También, la maravillosa Dersu Uzala (1975), del maestro Kurosawa, que describe la vida de un cazador de la tribu china hezhen que vive en plena armonía con la naturaleza. “El fuego es gente, grita. El agua también es gente. El agua está viva. El fuego es gente fuerte y se enfada. El agua también da miedo cuando se enfada, y el viento.”

Dersu es la encarnación del buen salvaje de Rosseau que habita en un universo animista. Está inspirado en un personaje real que el escritor ruso Vladimir Arséniev conoció en sus viajes explorando el río Ussuri. La novela se publicó en 1921.

Parece que entremos en un proceso inverso al de la revolución industrial, cuando dejamos el campo para vivir en la ciudad

Actualmente, triunfan bestsellers como La vida secreta de los árboles (2016), en el que Peter Wohlleben –autor también de Comprender los árboles o La red secreta de la naturaleza– cuenta cómo el entramado de raíces bajo el bosque constituye una increíble red de comunicaciones. Los árboles sienten, hablan y comparten, en una nueva forma de animismo, esa creencia primitiva que considera que hay un alma en todas las cosas.

Así mismo, la práctica del shinrin yoku, término japonés para designar a los baños de bosque, es una de las terapias más populares de nuestros tiempos. Más que ir al bosque a coger setas, deberíamos ir a meditar, a escucharlo y venerarlo. Con un baño de bosque podemos limpiar mucha de la neurosis que arrastramos como urbanitas.

Cada vez son más los libros y terapias que tocan estos temas. Volvemos a la madre naturaleza, sintiendo la llamada de los salvaje. Entre los que más me han conmovido y recomiendo están Silencio, de Erling Kagge, donde un aventurero noruego se adentra en solitud durante cincuenta días a través de la Antártida; y Una temporada del Tinker Creek, de Annie Dillard.

Un grupo de personas participando en un baño de bosque en la Serra d'Heures en Sant Hilari Sacalm (Girona). Pere Duran / Nord Media

Lo que trasciende a todas estas lecturas e itinerarios vitales es la importancia de vivir en contacto con la naturaleza. Necesitamos caminar por el bosque y perdernos por los espacios remotos y salvajes para contactar con algo muy sagrado y profundo. La sabiduría de la Tierra es algo de lo que podemos aprender para transitar en estos tiempos convulsos.

La llamada de lo salvaje no es sólo una huida de la urbe o una vía de escape del estrés y la ansiedad, sino una forma de vida en sí misma. Sin duda, esta es una de las grandes ventajas que las nuevas tecnologías nos aportan. No es preciso convertirnos en robinsones. Tan sólo contemplar la opción de mudarse al campo, a las aldeas y a esos espacios naturales donde la vida transita a otro ritmo. No se trata de ir contra la ciudad volviéndonos primitivos salvajes, sino de complementar y tomar lo mejor de cada ámbito.

La llamada de lo salvaje no es sólo una huida o un escape del estrés, sino una forma de vida en sí misma

Como decía el sabio orientalista Alan Watts en uno de sus primeros libros titulado El legado de Asia y el hombre occidental (1937), “ninguno de los beneficios de la civilización debe ser abandonado a favor del retorno a la Tierra, la condición animal liberada del subconsciente; no hay que abolir las formas civilizadas, no están implicadas costumbres y tradiciones, ni el exterminio de la máquina e industrialización, no es preciso reducir la cultura a sus niveles primitivos. Lo que es necesario es relacionar civilización avanzada con naturaleza, no la substitución de la naturaleza por civilización.”

Hoy, la llamada de lo salvaje es una realidad que atrae a muchas personas, que la sienten como un anhelo vital. Hemos pasado tanto tiempo en las ciudades que necesitamos salir de ellas y volver al contacto con la naturaleza.

Hemos pasado tanto tiempo en las ciudades que necesitamos el contacto con la naturaleza