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Cómo nuestro cerebro limita el grado en que estamos dispuestos a mentir

Mentir podría producir cambios en nuestro cerebro y hacernos menos sensibles

Existen las llamadas “piadosas”, cuando queremos que un ser querido no sufra, las hay que “omiten” la realidad o también las que la falsifican por completo. El caso es que todo el mundo ha dicho más de una “mentirijilla” en algún momento, el problema es cuando esas “pequeñas mentiras” son una constante en la vida y al final acaban por ser “enormes”.

Sin llegar al extremo de Jim Carrey en Mentiroso compulsivo, un estudio de científicos de la University College de Londres (UCL) y publicado en la revista Nature Neuroscience ha concluído que que decir mentiras induce cambios en el cerebro.

Las mentiras nos hacen menos sensibles

Los investigadores escanearon el cerebro de 80 voluntarios, mediante una resonancia magnética funcional, mientras participaban en tareas en las que podían mentir para obtener beneficios personales.

Descubrieron que cuando los sujetos decían mentiras se activaba la amígdala, un área del cerebro asociada con la emoción y la toma de decisiones. La amígdala disminuía con cada engaño, lo que sugiere que los sujetos pueden volverse insensibles a la mentira, abriendo así “un camino hacia la deshonestidad”.

La gente cuenta un número considerable de mentiras en las conversaciones cotidianas”

Robert S. FeldmanPsicólogo de la Universidad de Massachusetts

“Cuando mentimos interesadamente, nuestra amígdala produce una sensación negativa que limita el grado en que estamos dispuestos a mentir. Sin embargo, esta respuesta se desvanece a medida que continuamos mintiendo y cuanto más se reduce esta actividad más grande será la mentira que consideremos aceptable”, explica Tali Sharot, investigador de psicología experimental y coautor del trabajo.

“Esto conduce a una pendiente resbaladiza donde los pequeños actos de insinceridad se convierten en mentiras cada vez más significativas”, continúa el experto.

Un juego de niños

Los participantes del estudio, de entre 18 a 65 años, tenían que adivinar el número de monedas que había en un tarro de vidrio. Tras ello, debían enviar por ordenador sus cálculos a los otros participantes.

Los que más se acercaban a la cifra exacta salían beneficiados junto a su compañero. Mientras que si calculaban por encima o por debajo de la cantidad real a veces podían salir beneficiados sin que lo hiciese su compañero también o al revés.

Los pequeños actos de insinceridad se convierten en mentiras cada vez más significativas”

Tali SharotInvestigador de psicología experimental de la University College de Londres

Lo que ocurrió fue que cuando la sobreestimación de la cantidad beneficiaba a los voluntarios a expensas de su pareja de juego, la gente empezó a exagerar un poco sus cálculos. A medida que estas exageraciones aumentaban, la respuesta de la amígdala disminuía.

“Esto está en línea con la idea de que nuestra amígdala registra la aversión a los actos que consideramos malos o inmorales. En este caso, hemos estudiado la insinceridad, pero el mismo principio podría aplicarse a la progresión de otras acciones como los actos de riesgo o los comportamientos violentos”, asegura Neil Garrett, otro de los autores del estudio.

¿Con qué finalidad mentimos?

Si nos creciese la nariz tanto como a Pinocho cuando mentía, tendríamos un grave problema. Según otro estudio de la Universidad de Massachusetts, el 60% de la gente que participó en el estudio mintió al menos una vez durante una conversación de 10 minutos y dijo un promedio de dos a tres mentiras.

“La gente cuenta un número considerable de mentiras en las conversaciones cotidianas. Fue un resultado muy sorprendente ya que no esperábamos que la mentira fuera una parte tan común de la vida cotidiana”, afirma Robert S. Feldman, psicólogo y autor del estudio.

En este caso, hemos estudiado la insinceridad, pero el mismo principio podría aplicarse a la progresión de otras acciones como los actos de riesgo o los comportamientos violentos”

Neil GarrettInvestigador de la University College de Londres

Por su parte, Montse Ribot, psicóloga-coach y miembro del Col·legi Oficial de Psicologia de Catalunya, asegura que existen dos tipos de mentiras: las que se basan en la intención de proteger a alguien o de ética benevolente y las de perspectiva fraudulenta que buscan perjudicar a otros.

De esta manera, hay que diferenciar cuando le dices a tu amiga que “su corte de pelo le queda muy bien” a las mentiras de los políticos. Dentro de este amplio rango desde luego hay muchos matices. Sin embargo la experta asegura que a veces “la sinceridad está muy valorada, pero no siempre es la mejor opción. En ocasiones es más ético mentir que decir la verdad”.

Todas las mentiras son para proteger tus intereses o los de alguien cercano, la diferencia es si lo haces desde una perspectiva ética o desde la deshonestidad que casi siempre coincide con personas a las que no les importa dañar a otros y tienen menos empatía”, añade Ribot.

En cualquier caso, como dice el refrán “siempre se pilla antes a un mentiroso que a un cojo” e incluso a los “expertos de la mentira” se les puede cazar, aunque su amígdala sea casi invisible.

La sinceridad está muy valorada, pero no siempre es la mejor opción. En ocasiones es más ético mentir que decir la verdad”