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En un momento en el que muchos padres se pasan el día buscando y compartiendo recursos para entretener a los críos en casa, algunos expertos reivindican el derecho de los más pequeños al aburrimiento. Aburrirse es, afirman, una de las experiencias formativas más importantes en la vida de una persona. La capacidad para lidiar con el aburrimiento es un signo inequívoco de buena salud mental, y experimentarlo obliga a los más pequeños a aprender a enfrentarse con la soledad y a desarrollar recursos internos para hacerlo. Así, con cada “mamá, me aburro”, pueden ir descubriendo los tesoros que se esconden en su imaginación.
“El aburrimiento es un trampolín a la creatividad”, afirma en este sentido la psicóloga y terapeuta Lara Terradas Campanario. Las situaciones de aburrimiento, explica Terradas, siempre llevan implícitas dos opciones. Imaginemos por ejemplo que está lloviendo mucho y el niño quiere salir a jugar fuera (y aquí podemos sentirnos libres de cambiar la palabra “lluvia” por la palabra “virus”). La primera opción sería salir a jugar y mojarse. En la segunda, imaginemos que valoramos que al llover tanto (o al haber un virus ahí fuera que por ahora impide la libre circulación) es necesario esperar a que escampe un poco.
“Si en esta situación yo me quedo fijado en la lluvia (o el virus) como culpable de que no pueda hacer lo que deseo, me aburriré”, asegura esta especialista. Y continúa: “Pero al cabo de un rato, y siempre que nadie me distraiga, me ponga un chupete emocional en forma de pantalla, juegos, comida, conversaciones o canciones que no me interesan, y que lo que hacen es tapar el valioso mensaje del aburrimiento trae, seguro que se me ocurrirá un plan B: mirar a qué puedo jugar adentro, como segunda opción, quedándome en cuerpo y alma donde estoy y buscando alternativas, focalizando mi atención a lo que sí es y dejando atrás lo que no es, para así, abrirme a las posibilidades del presente. Pies para qué os quiero si tengo alas para volar, que decía Frida Kahlo”.
¿Y cuál es ese mensaje vital del aburrimiento? ¿Hacia dónde dirige nuestro vuelo y por qué deberíamos pensárnoslo dos veces antes de correr a responder a la demanda de entretenimiento de nuestro hijo? El propósito del aburrimiento es, para Terradas, ayudarnos a conectar con nuestro sentir y crecer como personas creando realidades nuevas.
Aburridos, crecen como personas
Deberíamos pensárnoslo dos veces antes de responder a la demanda de entretenimiento de nuestro hijo
“Es un puente hacia el encuentro conmigo mismo. Cuando me relaciono conmigo directamente y no me distraigo por otros estímulos externos, entonces puede florecer mi imaginación y mi creatividad, que son las fuentes de la verdadera realización humana. Después les vamos a preguntar a estos mismos niños qué quieren ser de mayores, cuando no habrán tenido ni tan siquiera el tiempo de sentir qué quieren hacer ahora mismo, y quizá en el futuro nos encontraremos frente a adultos autómatas que estudian carreras por cumplir el expediente y trabajan de algo que no tuvieron la oportunidad de sentir si tenía que ver con una llamada de su corazón”, explica contundente.
Pero lo cierto es que, aunque nos cuenten o empecemos a intuir que aburrirse es una cosa buena para los más pequeños, a menudo nos sentimos incómodos ante ese sentimiento y nos cuesta dejar de reaccionar. Para Terradas Campanario, el motivo de ello es que vivimos en una sociedad que se exige todo el tiempo por encima de sus posibilidades.
La incomodidad de los padres
Vivimos bajo la hiperexigencia y queremos llenar todas las horas de los hijos
“La infancia es un reflejo de los mandatos bajo los cuales vive la sociedad y en estos tiempos vivimos bajo la hiperexigencia. Es común encontrar en el diccionario infantil los siguientes términos: “más, mejor, ahora, rápido, diferente. El tiempo infantil está más embutido que los pavos navideños americanos, no suele quedar ni un hueco para el aburrimiento”, afirma.
Incluso en estos momentos de cofinamiento, muchos padres se afanan por llenar todas y cada una de las horas de sus hijos entre deberes, iPads y clases online. No debemos olvidar, tampoco ahora, la importancia de permitirles disfrutar de grandes espacios de tiempo no estructurado.
Lo que tampoco quiere decir que no actuemos si vemos que nuestro hijo se queda estancado en ese ”me aburro”, pues si eso sucede será una señal de que el aburrimiento no está cumpliendo con su propósito. ¿Cómo acompañar, pues, este sentimiento sin sobreprotegerlos ni dejar de atenderlos? He aquí diez recomendaciones de Lara Terradas:
1. No sentirse responsable
Acompañar significa no interferir, no modificar. No tenemos que “salvar” a las criaturas de ese estado de aburrimiento. Cuando distraemos y ofrecemos propuestas continuamente pueden llegar a darse los siguientes daños colaterales:
· Dependencia externa. Hacer por los niños lo que ellos pueden hacer por sí mismos les arrebata la capacidad de independencia.
· Tiranía. El mundo me dispone a lo que deseo y con ello no aprendo lo que necesito.
· Acomodarse en lo pasivo, en la inacción de la resolución de mis dificultades. No entreno la capacidad de salir allí afuera y buscarme lo que quiero.
· No hay espacio para la autoindagación, qué me pasa y qué hago con ello, y es ahí donde se dice que reside la verdadera creatividad.
En lugar de correr a salvarlos, pues, debemos aprender a escuchar: “Preguntar qué les ocurre, poner la oreja, abrir el corazón a la curiosidad de su respuesta, cerrar la boca y acallar los pensamientos, nos dispone para una escucha activa que acoge lo que la criatura expresa”.
2. Observarse
Para ser capaces de no interferir, antes debemos mirar qué nos pasa cuando los niños “no hacen nada”. “Quizá nos alarmamos porque se pone en entredicho el mandato de la hiperproductividad que tenemos tan asumido que nos cuesta cuestionar. Debo aprender a gestionar lo que me pasa, porque si me incomoda voy a intervenir para sacar a mi hijo de ahí. El aburrimiento choca con que nuestro valor personal está asociado al “hacerismo”: cuanto más producimos más valiosos somos. ¡Ah, qué miedo a que se pare la máquina! ¡Que mi hija será una vaga y no encontrará un trabajo! Nos asustamos y proyectamos castillos en el aire para dentro de veinticinco años”, asegura esta especialista.
3.Dejar que se aburra
“La mejor manera de encontrar la solución correcta es tomándose un descanso, dijo Van Zuylen. No empujar el río ni pretender que ocurra otra cosa. Darse cuenta de que dentro del propio aburrimiento existe la solución al mismo, la semilla para la transformación está dentro del mismo fruto que se está pudriendo, no hay que desestimarlo ni ofrecer otro”.
4. Ayudar a nombrar los sentimientos opuestos
Podemos proponer al niño hacer una lista con las cosas que quiere y otra con lo que hay. También se puede jugar a: “Si pudiera hacer lo que me da la gana…” Y recrearse en la ilusión, en la fantasía. “Con ello estamos dejando salir la parte del deseo frustrado, que al ser identificada, nombrada y absorbida por la aceptación de quien escucha, deja de apretar tanto adentro, porque se le ha dado un lugar”, dice Terradas.
5. Acoger su frustración
“Es importante abrir un espacio emocional para que el niño se frustre delante de la imposibilidad de tener lo que quiere (amigos, escuela, calles, correr, aire libre, sol, parque..) y permitir la expresión de esa frustración. Recordemos que la frustración es el puente que nos permite atravesar de la orilla de lo que queremos a lo otra orilla de lo que es. Si no hacemos ese tránsito a nivel emocional, llorar, patalear, etcétera, nos quedamos clavados en ese estado estancado de aburrimiento. ¿Eres capaz de sostener la expresión de frustración de tu hija? Eso va a depender de cómo te manejes en tu propia frustración”.
6. Abrir la mirada al presente
Una vez ese dolor se ha manifestado, estamos más dispuestos a ver lo que tenemos delante de los ojos, entre nuestras manos. “Se puede hacer una lista (también podemos pasarnos una pelota y a cada turno nombrar algo) con lo que nos gusta de lo que tenemos. Agradecer eleva la vibración y protege nuestro sistema inmunológico. Esa mirada nos aterriza en el presente y cambia el foco de atención hacia dónde tenemos los pies, en oposición de dónde teníamos la mente: con otra realidad estaría mejor que con esta”.
7. No obligar
En esta situación de parón parece que cueste asumir que parar es más natural que seguir haciendo. “He oído quejas de recibir tareas de la escuela que no pueden ser acompañadas por las familias, por falta de tiempo o porque se crea una relación de tensión cuando mamá o papá se ponen de profes, o porque mamá o papá recién aterrizan del teletrabajo y no tienen la capacidad de estar disponibles para mis tareas, etcétera”.
En este sentido, Terradas afirma que no es momento de seguir el curso escolar como si nada pasara: “La escuela ahora, y siempre (aunque puede acabar siendo en algunos casos una desnaturalización de la vida), es la vida misma. Entonces, si mi hija no está motivada para las tareas, es más prioritario atender su grito sordo de demanda de atención a través de su desmotivación, que obligarle a hacer tareas. Esto puede ser un buen motor de aburrimiento, si las ganas no surgen de dentro. Una mamá me contaba que sus hijas no reciben tareas en la escuela durante el curso. En estos días han terminado todos los cuadernos de mates y han tenido que comprar nuevos porque les motiva hacerlos, pues este es ahora su vínculo con la escuela. Se desprende de este ejemplo que la no imposición da espacio para la responsabilidad y el interés si se respetan las necesidades infantiles”.
8. Jugar al “aquí y ahora”
¿Cómo sería estar totalmente presente en este momento? Hacer alguna actividad casera, tipo, fregar los platos y permitirse oler el olor del jabón, notar la temperatura y el roce del agua en las manos... “Para que el juego cobre volumen primero jugamos nosotros y luego incorporamos a los niños: ahora noto el eco de las chispas de la burbuja de jabón que se acaba de explotar en mi dedo pulgar de la mano derecha, por ejemplo. Cultivar la atención plena es un antídoto para la mente mono, que no para de saltar de un lado a otro”.
9. Jugar al abogado del diablo
“Tengo muchas ganas de patinar y no puedo”, puede decir el niño. Y nosotros podemos preguntar: “¿Seguro que no puedes?” Cuestionar la validez de un pensamiento, explican los expertos, puede abrir puertas a la creatividad. Quizá puede patinar en el pasillo o, en su defecto, se puede visualizar patinando y hacer un cuento al respecto.
“El aburrimiento engrandece las barreras que nos privan de llegar a nuestro deseo y eso no nos permite abrirnos a posibilidades inesperadas, que son las que florecen precisamente en una situación inesperada como ésta. Esta experiencia permite flexibilizar la mente, habilidad muy útil en estos tiempos”.
10. Evitar el juicio
Observa qué pensamientos se activan cuando vemos a nuestro hijo aburrido. Si pensamos que el niño es esto o es lo otro porque no sabe qué hacer con su tiempo, y entonces nos enfadamos, aunque no lo digamos, se percibe que no estamos cómodos con la situación. “Recordemos que si un niño no sabe qué hacer con su aburrimiento probablemente es porque de alguna manera hemos colaborado en silenciar su propia brújula interna, y que detrás de esa actitud hay un malestar”.
11. No hagas nada
Considera no hacer nada de las recomendaciones anteriores si con ello vas a bloquear la posibilidad de que tu hijo lleve a cabo su propio proceso de indagación. Debemos tener cuidado de no convertirnos en animadores de la gestión del aburrimiento. Lo interesante sería que las propuestas adultas no coartaran la creatividad infantil, sino que fueran herramientas “para que las alas de las criaturas se desplieguen. Eso requiere de escucha, la que se activa más allá de nuestros oídos, para no aportar respuestas a preguntas que los pequeños ni siquiera han tenido el tiempo de formularse”.
“Si un niño no sabe qué hacer con su aburrimiento quizá es que hemos silenciado su brújula interna”
Lara Terradas
Psicóloga y terapeuta