Por qué no debería preocuparte (mucho) que tu hijo te mienta
Educar en valores
Fantasear e inventar excusas para protegerse de posibles castigos forma parte del proceso natural de desarrollo cognitivo y social
¿Qué significa poner límites a los hijos?
Los padres a menudo reaccionan con preocupación, o incluso con enojo, cuando perciben que sus hijos les mienten descaradamente desde edades muy tempranas. El impulso más habitual es ponerles límites, reprenderlos o incluso castigarlos. Sin embargo, conviene conocer qué dice la ciencia sobre este patrón de comportamiento de los niños. Esa información nos ayudará a interpretar qué hay detrás de las trolas que nos intentan colar, y cómo debemos actuar en este tipo de situaciones.
Numerosas investigaciones, como varias de las realizadas por el equipo del Laboratorio de Desarrollo Social y Cognitivo de la Brock University (Ontario, Canadá), concluyen que las mentiras de los niños no son más que una parte más de su proceso natural de desarrollo cognitivo y social. Es decir, no solo es normal que mientan, sino que sus mentiras son una pista más que nos ayudará a interpretar su evolución como “seres inteligentes”.
Sus razones
¿Por qué mienten los niños?
Según los expertos en psicología infantil, los niños menores de siete años no mienten por una cuestión de “baja catadura moral”, dado que aún no han desarrollado lo suficiente su personalidad para actuar de forma deshonesta. Lo hacen por algún motivo concreto. Los más habituales, según el doctor en psicología Kang Lee, de la universidad de Toronto, son “para salir de un apuro, para quedar bien delante de alguien o para que otra persona se sienta mejor” (lo que en nuestra cultura se conoce como una “mentira piadosa”).
En muchas ocasiones los niños mienten por motivos en cierto modo atribuibles a los adultos que les rodean. Por ejemplo, para no decepcionarnos. Cuando les exigimos demasiado y ellos perciben que no han llegado al listón que les hemos marcado recurren al embuste (“me he comido toda la merienda”; “me he portado muy bien en clase”). También pueden mentir para captar nuestra atención (“me duele la tripa”; “tengo miedo a dormir solo”). O, simplemente, por miedo al castigo (“mi hermana me ha pegado primero”).
A veces incluso lo hacen por imitación. Cuando les pedimos a nuestros hijos que respondan que tienen menos años de los reales para que entren gratis a algún sitio de pago difícilmente les podremos exigir a ellos que no engañen. Si observan que se obtienen beneficios de mentir, imitarán nuestras malas prácticas. En cualquier caso, no hay que preocuparse demasiado porque nos mientan, siempre y cuando estas conductas no estén asociadas a otros comportamientos nocivos, como cualquier forma de agresividad o de desafío.
Desarrollo cognitivo
¿Qué hay de bueno en mentir?
‘La verdad según Ninon’ (Proteus), un cómic infantil delicioso escrito por el filósofo argelino Óscar Brenifier e ilustrado por la dibujante francesa Iris de Moüy, explica de manera muy simple y clara cuáles son los procesos mentales que están detrás de las mentiras que nos cuentan los niños. Para ellos, sus bolas y fantasías son una manera de explorar los límites que les imponemos y de aprender a moverse en la sociedad.
Mienten para protegerse de alguna trastada que hayan hecho, pero a partir de cierta edad son capaces de aprender cosas en el proceso, del mismo modo que aprenden la moraleja de la fábula del pastor mentiroso y el lobo que se come a sus ovejas. Sostener una mentira les obliga a realizar un esfuerzo cognitivo, explica Angela Evans, directora del estudio de la Brock University: tienen que emplear sus habilidades para que no se les escape la verdad (inhibición) y usar su memoria para guardar un rastro de la verdad y de las mentiras que han contado.
En el libro de Brenifier, la niña protagonista rompe un jarrón y se enfrenta a la dicotomía entre confesar y ser castigada, o mentir y sentirse mal. Reflexiona sobre las motivaciones que le han conducido a mentir. Así, atribuye la culpa a otros (“si mis padres no fuesen tan severos y no me riñesen, yo no tendría que mentir”; justifica su comportamiento (“Es normal protegerse ante un posible castigo”); o distingue entre tipos de mentiras (“Hay algunas mentiras que son graves, pero otras no. No miento para molestar a nadie, sino para defenderme”).
Qué hacer y qué no hacer
Cómo debemos actuar ante sus mentiras
Mentir no convierte a nuestros hijos en una suerte de aprendices de malas personas, y de alguna manera les ayuda a crecer. Pero eso no significa que esté bien que mientan, ni que los padres debamos inhibirnos ante sus enredos. Es nuestro deber enseñarles a asumir sus responsabilidades, a ser honestos, y educarles en valores. Los investigadores psicosociales que han estudiado esta cuestión concluyen que hay algunas técnicas más eficaces que otras para lograr el objetivo de alentar a nuestros hijos a decir la verdad.
En primer lugar, es importante saber qué no hay que hacer. Agitarse, enfadarse y gritar nunca es la respuesta adecuada, especialmente si los niños tienen menos de cuatro años de edad. Las consecuencias de una reacción desmesurada o de recurrir directamente al reproche y al castigo provocarán que el pequeño se sienta aun más culpable, e incluso temeroso respecto a nosotros. Y volverá a mentir para evitar que se repita esa experiencia.
Tampoco es positivo prepararles “trampas” para que caigan en la tentación de mentir. Si sabemos que han hecho algo mal porque lo hemos visto, más vale alentarles a que ellos mismos expliquen la verdad antes que “provocar” sus mentiras con nuestros recursos dialécticos. Mejor decirles “he visto que has hecho una trampa en el juego, eso no está bien” que “vaya, me parece que esa ficha no estaba ahí, ¿has visto si alguien la ha movido?”.
Resulta mucho más eficiente “jugar con sus mentiras”. Utilizar su propio lenguaje para que el niño se enfrente a sus propias contradicciones y a las inconsistencias de su historia. Así, si tu hija te dice que no ha comido pastel de chocolate cuando es obvio que lo ha hecho (porque tiene los morros y las manos llenas de chocolate), lo mejor es intentar “acorralarla” con preguntas, evitando cualquier señal de agresividad: “Si tú no has comido pastel de chocolate, ¿cómo es posible que tengas las manos y los morros llenos de chocolate?”.
Un estudio llevado a cabo en el mismo Laboratorio de Desarrollo Social y Cognitivo de la Brock University de Canadá descubrió que pedir a los niños menores de cuatro años que se pusieran ante el espejo para responder a las preguntas de sus padres aumentaba considerablemente el porcentaje de respuestas sinceras. Cuando ellos toman conciencia de sí mismos y de su comportamiento deshonesto a menudo rectifican por sí mismos.
La clave
El valor de la honestidad
Muchas otras investigaciones confirman la principal clave de la cuestión, que por otra parte es de sentido común: los padres hemos de dar ejemplo a la hora de poner en valor la honestidad. Los niños que se sienten engañados o que perciben que hacer trampas puede resultar provechoso son más propensos a mentir.
Por otra parte, poner en valor la verdad funciona mejor que castigar la mentira. Los investigadores han constatado que los cuentos morales que hacen hincapié en las consecuencias de mentir (como Pinocho o Pedro y el Lobo), tienen menos efecto en la honestidad que aquellas historias que ensalzan las bondades de decir la verdad (como la historia apócrifa George Washington y el cerezo, muy popular en la cultura anglosajona).
Así, en vez de recurrir a los embustes ante las preguntas difíciles que nos hacen nuestros hijos, es mejor reflexionar y buscar la respuesta idónea en función de la edad del niño y de su madurez. Dicho de otro modo: es absurdo y contraproducente seguir explicándoles a nuestros hijos historias sobre el rey Baltasar cuando han alcanzado el suficiente grado de madurez, inteligencia (y canales de información complementarios) para comprender que les estamos contando una patraña.