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Cómo usar la ciudad como espacio protector frente al coronavirus con la llegada del frío

Vida urbana en pandemia

Priorizar la vida al aire libre para reducir contagios anima a descubrir nuevos usos del espacio público más allá del verano

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Alexi Rosenfeld / Getty

La pandemia nos ha obligado y nos sigue obligando a inventar nuevas formas de hacer lo que hacíamos cuando el coronavirus no mediatizaba nuestras vidas. Pero hay cosas que son difíciles de cambiar o que nos hacen sentir bichos raros. “Los mediterráneos estamos acostumbrados a hacer vida en la calle, a estar muy juntos, incluso a tocarnos mucho”, dice Jordi Busquet, sociólogo de Blanquerna-URL. De la mano de nuestra necesidad de interacciones sociales, de nuestra imperiosa necesidad de socializar, llegan –según las autoridades sanitarias– la mayoría de los contagios de esta segunda ola, que ya no niega nadie.

En este sentido, Francesc Xavier Medina, antropólogo de la UOC recuerda que “cuando la dieta mediterránea se declaró patrimonio de la Humanidad, más que la dieta en sí lo que se valoró fue el estilo de vida, la convivialidad y la forma de consumir en raciones pequeñas, compartidas y al aire libre”.

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EP

Y es que como dice Ricardo Devesa, coordinador del máster MIAD y profesor de la Escola Tècnica Superior d’Arquitectura de La Salle-URL, “las ciudades mediterráneas, más que un clima, son una cultura”.

El error fue cerrarlo todo. Ahora sabemos que al aire libre el virus es menos peligroso”

Jordi BusquetSociólogo de la URL

Así que como siempre, con el calor –y tras tres meses encerrados– hemos llenado las terrazas de los bares, por poner un ejemplo. Pero ¿pasará lo mismo cuando llegue el frío?

Tradicionalmente, en los países del sur de Europa, que gozan de un clima benigno gran parte del año, con la llegada del frío tendemos a salir menos, a recluirnos más en casa, a no pisar la calle si llueve, y a preferir los interiores de bares, cafeterías y restaurantes. Quizás porque sabemos que el buen tiempo volverá y que la lluvia no se alargará más de un día o dos.

Por contra, en los países más septentrionales, a pesar del frío, la vida urbana al aire libre es más constante, quizás porque si se plantearan esperar a que el clima acompañe para salir de casa, tendrían que pasar meses encerrados.

Lo cierto es que la recomendación sanitaria ahora es evitar los espacios cerrados y optar por los lugares abiertos, al aire libre y bien ventilados, en los que es más fácil evitar el contagio. Pero el frío está al caer.

“Quizás el primer error fue cerrarlo todo durante la primera ola. No se podía ni salir a correr”, recuerda Busquet. “Fue excesivo, porque ahora, con la perspectiva del tiempo, sabemos que en espacios abiertos la incidencia del virus es menor”, añade este sociólogo.

“El problema es que hay hábitos muy instalados que cuestan mucho cambiar, y cuando llega el frío la gente pasa de vivir fuera a vivir dentro. Los hábitos, sociológicamente, es de la cosas más difíciles de cambiar, ya que nuestro comportamiento está sujeto a ciertos automatismos. Por tanto, este es el reto: aprovechar las posibilidades de la vida al aire libre. Y hay que reconocer que, desde el punto de vista del clima, en las ciudades mediterráneas no lo tenemos mal”, dice Busquet.

Juan Carlos Gutiérrez usa un hula-hula para promover la distancia social en espacios públicos en Santa Tecla, El Salvador

Rodrigo Sura / EFE

“Nuestro clima es benigno, tanto en verano como en invierno, y mientras las temperaturas se mantengan suaves seguiremos buscando los exteriores, pero a la que lleguen esos días de más frío, nos volveremos a meter dentro, porque no estamos tan acostumbrados al frío”, dice Medina.

De todas formas, este antropólogo opina que “cuando hay un interés superior –como puede ser evitar los contagios– entonces sí que nos sentimos más motivados a salir. Es lo que pasó con los fumadores cuando se les prohibió fumar dentro de los bares y restaurantes: salen a fumar fuera, aunque haga frío, y se protegen con estufas y mantas”.

Por contra, Francesc Núñez –sociólogo de la UOC– opina que “aquí las terrazas y las calles están llenas todo el año, sobre todo a la que sale un rayo de sol; la situación no es muy distintas en los países del norte, que en cuando hace buen tiempo todo el mundo sale a la calle en tromba. Ya tenemos ocupada la calle, porque nos gusta”.

Nos acostumbramos rápido a lo bueno: los aforos reducidos quizás se queden”

Francesc Xavier MedinaAntropólogo de la UOC

Además, expone Núñez, “en esta pandemia hemos demostrado que somos capaces de inventar nuevas formas de comportamiento y nuevas formas de relacionarnos, una gran capacidad de adaptación que es una de nuestras características antropológicas. Así que si las circunstancias nos obligan, seguro que encontraremos formas originales de hacer vida en la calle, aunque todo dependerá de la publicitación que se haga desde las autoridades. Pero también es cierto, y esto también es una de nuestras características antropológicas, que a la que las circunstancias vuelven a ser ‘normales’, nos olvidamos rápidamente”.

Está de acuerdo Medina, que opina que si hacemos más vida en el exterior este invierno “será algo totalmente coyuntural y no implicará ningún cambio de hábitos. No es la primera pandemia que sufrimos y la anterior –hace un siglo– tampoco trajo cambios sustanciales”.

Es innegable que hay cosas que hemos tenido que empezar a hacer de forma distinta obligados por las circunstancias y “habrá cosas que nos quedaremos, pero aún no sabemos cuáles van a ser”, dice Medina. “También es cierto que a las cosas buenas nos acostumbramos rápidamente, y quizás los aforos reducidos, tener más espacio sea una de ella”, añade.

Una pareja almuerza en un parque de Buenos Aires a finales de su invierno

Juan Ignacio Roncoroni / EFE

En todo caso, el urbanismo y el diseño de las ciudades tienen algo que decir al respecto. De ello depende que la ciudad sea más o menos amable para quienes residen en ella. “Cuando se hablaba de si debían reabrir los teatros, por ejemplo, se decía que a lo mejor era una solución quitarles el techo para que fueran espacios abiertos”, dice Devesa.

“Con las ciudades pasa lo mismo, pero al revés. Si pusiéramos techo a las plazas, invitarían más a los ciudadanos a ocuparlas: protegería del sol en verano y de la lluvia en invierno. Crear condiciones térmicas y de protección facilita las cosas”, añade este arquitecto que opina que la situación actual impone “la tarea de reivindicar y repensar el diseño de la ciudades”.

Por otro lado, las áreas verdes son tradicionalmente los grandes espacios al aire libre de los que disponen los urbanitas. “Después del confinamiento, los parques se llenaron y la gente los usó para muchas cosas, poniendo de manifiesto que se les puede d ar muchos usos distintos. De hecho, “la utilización del espacio público puede ser muy anárquica”, añade Devesa.

La pandemia cambiará el uso de la ciudad, que será mayor, más libre y más creativo”

Ricardo DevesaArquitecto y profesor Escola Tècnica Superior d’Arquitectura La Salle-URL

A diferencia de los sociólogos y del antropólogo consultados, este arquitecto sí cree que la pandemia introducirá cambios en el uso del espacio público, “que será más intensivo, más libre y más creativo”. Nos hemos tenido que reinventar en otras cosas y esta no será una excepción”, asegura Devesa.

Está convencido de que “es el momento del espacio público, de los lugares por descubrir, de dar nuevos usos a lugares en desuso, y del aire libre, pero sin escapismo –no todo el mundo se puede permitir tener una segunda residencia–, de disfrutar de unos espacios que están allá, disponibles”.

Como ejemplo pone la obra de teatro que se representará en Barcelona estos días “en el aparcamiento que hay entre el Mercat de les Flors y el Teatre Lliure”. Eso sí, quizás “sean necesarios pequeños cambios políticos y normativos que permitan todos estos nuevos usos”, añade.

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