¡Ojo! Dormir mal también te hace más sensible al dolor
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Si la gripe te ha atacado esta temporada, habrás sido testigo de las señales que el cuerpo te enviaba para quedarte en la cama. Y cómo tras una larga jornada de sueño, asomaba cierta mejoría. Es un hecho que el cuerpo se recupera mejor cuando duerme.
Sin embargo, también sucede el fenómeno contrario. La carencia de sueño influye sobre la sensación de dolor; de hecho, la aumenta. Y afecta incluso al proceso de recuperación de una enfermedad. Porque el sueño cumple un papel muy importante en nuestro metabolismo. Tan relevante que ya conmemoramos incluso el Día Mundial del Sueño, el 15 de marzo.
Dolor y sueño
Un estudio realizado por la National Sleep Foundation estadounidense reveló que dos de cada tres pacientes con dolor crónico sufre interrupciones durante el sueño. Esto es lo que suele ocurrir en la vida real: ante un dolor agudo es difícil rendirse ante Morfeo o mantener un descanso sostenido a lo largo de la noche.
El dolor se retroalimenta negativamente de la falta de sueño. Se hace más difícil conciliar el sueño y la carencia de descanso profundo prolonga las sensaciones negativas provocadas por ella.
“La percepción del dolor y su codificación a nivel cerebral tiene dos componentes principales: uno más físico, que corresponde a la activación de los circuitos cerebrales que representan lo que ocurre a nivel sensorial, y otro emocional, relacionado con los circuitos que controlan o amplifican nuestras respuestas a los estímulos externos”, explica el investigador e ingeniero biomédico Guglielmo Foffani.
Por primera vez, un grupo de científicos de la Universidad de California se ha propuesto identificar los mecanismos que provocan esta reacción. Cómo los fallos neuronales en el cerebro privado de sueño pueden intensificar y prolongar el sufrimiento durante una enfermedad o lesión.
El experimento
El estudio arrancó con una muestra de 25 adultos sanos a los que comenzaron a evaluar tras una noche completa de sueño. Fueron sometidos a la aplicación gradual de calor en la piel, en la zona de las piernas, al tiempo que se les realizaban escáneres cerebrales.
Los participantes tuvieron que puntuar el dolor termal en una escala del uno al diez, y de media, mostraron molestias a partir de los 44 grados. Tras haber establecido la sensibilidad de cada participante, repitieron el proceso tras una noche sin dormir. La gran mayoría manifestó sentir dolor antes, en torno a los 41 grados.
Los científicos descubrieron a través de estos datos que los mecanismos neuronales que despiertan las señales de dolor, las evalúan y activan su alivio natural se interrumpen cuando el sueño es insuficiente.
Asimismo pudieron detectar que la reacción se debe a una respuesta amplificada en la corteza somatosensorial del cerebro. También se sorprendieron por la actividad gradual manifestada en el núcleo accumbens, una región del circuito de recompensa que aumenta los niveles de dopamina para aliviar el dolor.
“Uno de los centros naturales de analgesia es el núcleo accumbens. Hay estudios (por ejemplo, Sardi et al., Neuropharmacology 2018) que sugieren lo opuesto a lo que podría pensarse: Sería la falta de sueño, y no el sueño, lo que aumenta la actividad de este núcleo”, añade Foffani. Según comenta el experto, esta hiperactividad podría llevar a este receptor hacia un estado de saturación, que impediría su eficiente respuesta analgésica en presencia de un estímulo doloroso, como muestra la investigación de Berkeley.
Por su parte, Matthew Walker, autor senior de la investigación, lo aclaraba en un comunicado: “La pérdida de sueño no solo amplifica las regiones sensibles al dolor en el cerebro, sino que también bloquea los centros de analgesia natural”.
En la vida cotidiana
Pero tras sus hallazgos, Adam Krause (primer autor del estudio) y su equipo de investigadores expandieron el experimento a escenarios cotidianos. Para ello, realizaron una encuesta a 230 adultos de todas las edades. Se les preguntó por sus horas de sueño diarias, así como los niveles de dolor que tuvieron días atrás. Las respuestas mostraron que los patrones de sueño y vigilia se correspondían con cambios en la sensibilidad del dolor.
“Los resultados demuestran de forma clara que incluso los cambios sutiles en el sueño cada noche tienen un impacto claro en cómo se soporta el dolor al día siguiente”, afirma Krause.
“El sueño de cada noche tiene un impacto claro en cómo se soporta el dolor al día siguiente”
Adam Krause
investigador UC Berkeley
No obstante, existe una forma de compensar la carencia de horas de descanso profundo: las siestas. “Hay por lo menos un estudio (Faraut et al., PLOS ONE 2015) que sugiere que las siestas diurnas podrían revertir el aumento de la percepción del dolor inducido por la falta de sueño”, concluye Foffani.