Sobra el relato... y las palabras. Los dibujos lo dicen todo. En ellos los menores pintan con una espontánea naturalidad las agresiones sexuales sufridas. Así que en este caso las historias (qué les hicieron, quién y cómo) se van a contar con lo expresado en esos garabatos. No será necesario narrar detalles escabrosos.
Las niñas y niños autores de esas ilustraciones, entre los 4 los y 18 años, plasman en un folio en blanco cómo se sienten cuando llegan a la Fundació Concepció Juvanteny, en Ripollet. Se les pide, en ese primer contacto, que pinten en una mitad de la hoja ese secreto (el agresor sexual se preocupa de advertirles de que lo que pasa entre ellos no se puede contar a nadie) que han guardado para ellos tanto tiempo. Y la experiencia –todo forma parte de un plan de trabajo diseñado por la psicóloga argentina asentada en San Diego, Cloé Madanes– sorprende por la capacidad de esos menores a la hora de explicar con cuatro garabatos el infierno vivido. Un derroche de sinceridad y una lección de realidad.
Algunos dibujos son más claros que otros, pero en todos se destila ese dolor sufrido en silencio por las víctimas. Ahí está, por ejemplo, el monstruo con cuernos (su violador) dibujado por una niña de 14 años –en la mitad derecha del folio –cuando llegó a la Fundació Concepció Juvanteny y el corro con otros niños en la que esa misma niña se dibuja, en la parte izquierda del folio, tras ocho sesiones de lo que aquí se conoce como “reparación”. El monstruo, en la segunda ilustración, aparece ya casi difuminado y junto a él hay dibujado un sol. ¿Se puede ser más gráfico?
Otra niña, de solo 6 años, dibujó primero un corazón maltrecho con una tirita. En la otra mitad del folio, tras recibir ayuda, ese órgano aparece entero y con un aspecto mucho más saludable. Otra víctima (se omiten los nombres para salvaguardar su identidad) no pudo ser más expresiva en esta terapia de reparación. Cuando llegó se veía en una prisión. Se dibujó a sí misma rodeada de rejas. Tras media docena de sesiones, su vida era ya otra. Se dibujó con alas, “las de la libertad conseguida”, interpreta Emilia Bosch Juvanteny, educadora social y presidenta de la fundación.
La novedad de este programa está en el tiempo; entre seis y ocho sesiones bastan para llegar al objetivo
Emilia tiene en su mesa una pila de esos dibujos. Y conforme va levantando una hoja tras otra cuesta poco imaginar, al quedar al descubierto las sucesivas ilustraciones, los infiernos vividos por los autores de esas imágenes. Asegura que nadie les dice nada cuando cogen los lápices y rotuladores. “Ellos deciden cómo quieren presentarse, qué ilustración se ajusta más a lo sufrido o lo que sienten en ese momento”, afirma esta educadora. Como el de la niña que se dibujó al llegar a la fundación hundida en un mar con un sol con cara triste y de susto y después se pintó en la parte izquierda de la misma hoja subida a un barco navegando en ese mismo mar, con el sol ya sonriente.
El programa de “reparación” por el que pasan estas jóvenes víctimas de delitos sexuales –Abordaje Integral Del Abuso (AIDA)– se aplica en esa fundación desde hace tres años. “Atendemos a alrededor de 200 niñas y niños al año, unos quinientos menores desde que empezamos”, revela Emilia Bosch. Y lo que anima a todo el equipo a continuar con este trabajo “es que tenemos un alto porcentaje de éxito y, lo que es muy novedoso, en un tiempo récord, si se compara con otras terapias”, indica la presidenta de la fundación.
La clave de ese éxito radica en implicar a todo el entorno de la víctima en el programa “y siempre que sea posible también al agresor”. En esas oficinas de Ripollet se intenta sentar en la misma sala a la niña o niño agredido sexualmente con la persona que le ha hecho daño. Cuando se consigue, para la víctima “recibir una disculpa –aquí no hablamos de perdón– es un gran alivio, pues solo así desaparece el sentimiento de culpabilidad arrastrado en estos casos”, recalca Emilia Bosch. Esos menores necesitan, también, que las explicaciones lleguen de su entorno más directo, de las personas que estaban a su lado y no detectaron a tiempo el problema.
“Aquí hemos escuchado, por ejemplo, muchas veces a niñas repitiendo a sus madres que ellas no son culpables de nada, cuando las progenitoras se disculpan por no haber sido conscientes de las agresiones consumadas bajo el techo en el que ambas vivían”, recuerda esta educadora social. Está demostrado que cuando se detecta uno de estos casos, el menor agredido no es la única víctima, “pues con ella cae todo su entorno y familia”, recuerda Emilia Bosch. Por eso la reparación se plantea aquí en grupo; otra diferencia más con otras terapias que centran la atención en la niña o el niño violado, con sesiones en las que esos menores estan solos.
La clave del éxito pasa por implicar a toda la familia y convencer al agresor para que pida disculpas al menor
El ejercicio de los dibujos, las disculpas de familiares por no detectar nada y, si es posible, del agresor, unido todo al apoyo del entorno han demostrado que ese cóctel es el perfecto para “que esa reparación funcione con solo seis u ocho sesiones”.
O dicho de otra manera, si las sesiones se hacen cada semana o cada quince días, en tres meses los miedos, secretos, sentimientos de culpa y el dolor emocional por lo sufrido se minimizan, si no es que desaparecen. La fundación hace después un seguimiento a más largo plazo para confirmar que no haya recaídas en esos chavales. Y todo es gratuito, lo que honora aún más el trabajo de la Fundació Concepció Juvanteny, que tiene que buscar otras vías –charlas públicas o ayudas particulares o de la administración– para financiarse.
Los dibujos –aquí sobran las palabras– son el reflejo más fiel de los resultados de este trabajo. En otras terapias costaría encontrar un cambio en el estado de ánimo tan rápido como el de la adolescente que cuando llegó a esa fundación se dibujó atrapada en un agujero negro y solo unas semanas después ya se veía en un campo verde, lleno de colores. O la víctima que se tapaba con sus manos la zona genital, cuando le pidieron que dibujara como se sentía, y después de media docena de sesiones se dibujó con un brazo en alto, gesto de la victoria. O el garabato de la niña que se veía como una rosa marchita y que tras la “reparación” dibujó una flor idéntica con un brote de color rojo, junto a un perro.
El programa de la psicóloga Cloé Madanes tiene otra particularidad. Si se consigue que el agresor acuda a una sesión con la víctima, “este tiene que ponerse de rodillas en el momento de pedir disculpas”, revela Emilia Bosch. ¿Por qué? Porque esta postura deja al menor por encima del agresor (hablamos de un tema puramente físico) y de esta manera esos niñas o niños interpretan que ahora son ellos los que tienen el poder y control de la situación”.
El equipo de este centro ha ayudado en tres años a medio millar de jóvenes víctimas a recuperarse
El programa AIDA es uno de los frutos del trabajo realizado por la Fundació Concepció Juvanteny los últimos 25 años. Montserrat Juvanteny, socia fundadora, recuerda que esa fundación nació con un único objetivo: “proteger los derechos de la infancia”. Y ahí siguen, aunque mantener ese buque a flote no es fácil si falta financiación. Reitera que no cobran un euro por la “reparación” de esas niñas o niños. Toda donación o ayuda, venga de donde venga, será, pues, bienvenida. Sería una pena que todo lo conseguido hasta la fecha quedara en nada por falta de fondos. Y más tras haberse constatado, en estos 3 años de implantación del programa AIDA, que “la reparación se consigue en el 87% de los casos”, revela la socia fundadora.
Ese éxito ha animado ahora a la Fundació Juvanteny a entrar, con ese programa, en el campo de la formación. Exportar su experiencia a otros profesionales. Y una última noticia: “Estamos en contacto con una entidad dispuesta a trabajar con agresores, de entre 14 y 25 años, con este método. Ellos también necesitan ayuda y si se tratan bien evitaríamos muchas reincidencias”, concluye Montserrat Juvanteny.