Esther Pujol es una mujer muy valiente, madre de tres hijos. Vive en un pueblo de 600 habitantes y cuando era una niña fue víctima de abusos sexuales por parte de un sacerdote, profesor de religión. A los 15 días, Esther se lo contó a sus padres, que (“eran otros tiempos”) acudieron al Obispado, pero no denunciaron los hechos a la justicia. “Al religioso le pasó lo de siempre: lo trasladaron a otra localidad y sanseacabó”.
Y Esther siguió viviendo con la vergüenza a cuestas, como si la culpable fuera ella. “Hay víctimas que tardan 30, 40 o 50 años en atreverse a denunciar”, explica. Cuando ella se decidió a que la vergüenza cambiara de bando, tuvo que escuchar en el pueblo reproches como este: “¿Y por qué remover toda esta mierda ahora, tanto tiempo después?”. “Porque esta mierda es mía y la remuevo cuando puedo y cuando quiero”.
Tiene dos chicos y una chica. Los varones tenían seis y 12 años cuando les explicó lo que pasó. Su hija, la mediana, tenía 10, la misma edad en la que ella sufrió los abusos. Sabía que tenían que saberlo todo “porque el silencio es el mayor cómplice de los pederastas”, pero tenía miedo de que crecieran con miedo. “¿Y estas cosas pasan muy a menudo?”, preguntó su hija. “Sí, pero no hay que vivir con temor, sino con conciencia”.
Conciencia de qué. A contestar esa pregunta dedicó la Fundación Vicki Bernadet un acto este martes, con motivo del día contra el Abuso Sexual Infantil. Su presidenta, que da nombre a la institución, sabe de qué habla: sufrió esta lacra desde los 9 a los 17 años. Su barco, en el que hay numerosos remeros, como la agencia de publicidad Ogilvy, quiere evitar que a otras personas les pase lo mismo y no sepan a quién pedir ayuda.
Cómo detectar abusos infantilesTres señales de alarma
1El menor puede experimentar un cambio repentino de conducta.
2Menores antes extrovertidos se vuelven retraídos de un día para otro.
3Actividades que antes les resultaban gratas, como ir a casa de un determinado familiar, les causan ahora rechazo.
“No hay otro secreto: hablar, hablar y hablar”, explica Pilar Polo, psicóloga especializada en víctimas de pederastia. Hablar exige valentía. Esther Pujol puso cara y ojos a esa valentía; también la cantante Lídia Pujol (aunque coincida el apellido, no son familiares), “ambas son supervivientes de abusos en la infancia”, dice la Fundación Vicki Bernadet, que lucha contra estos delitos desde 1997. Hablar permite además que otros hablen.
Superado el golpe inicial, cuando algunos le recordaron que su agresor tenía fama de buena persona y que no tenía sentido sacar a relucir ahora esos claroscuros, otro hecho sorprendió a Esther. “Muchas personas -vecinas, amigas, parientes- me dieron las gracias por contarlo y me dijeron que por fin tenían alguien con quien comentar lo que les pasó a ellas. “Ese día supe que los casos que afloran son solo la punta del iceberg”.
A sus tres hijos les explicó lo mismo, pero de manera diferente, ajustándose a sus diferentes edades. En el mundo, les dijo, “son inmensa mayoría las personas buenas, pero las malas hacen más ruido”. Hay que saber cómo actuar y pedir ayuda cuando una de estas personas aparece en el camino. “Detrás de cada abusador hay una fachada amable, pero ese es el disfraz del que se sirve el monstruo para acceder a los niños”.
El abuso sexual infantil, afirma la Fundación Vicki Bernadet, “afecta a uno de cada cinco niños y niñas antes de cumplir los 17 años. Lamentablemente, la mayoría no obtiene la ayuda necesaria; de hecho, un 60% jamás la recibirá. Además, el silencio que rodea este problema es devastador, ya que el 90% de los afectados no revela los abusos hasta la edad adulta, lo que dificulta la recuperación y la justicia”.
La propia Vicki Bernadet sabe por experiencia propia que “en la inmensa mayoría de los casos el agresor es alguien del entorno familiar o de confianza de la víctima. Personas en quienes los niños confían para su cuidado. Esta realidad exige estar prevenidos”. Eso pretende el impactante anuncio de este año de la agencia Ogilvy, que colabora con la fundación de forma altruista desde hace seis campañas.
“Soy yo” son dos palabras que abren numerosas puertas y que inspiran confianza. No hace falta que el adulto dé su nombre. Con su voz y ese “soy yo”, al otro lado de la puerta (del lavabo, del dormitorio, de la habitación) ya saben de quién se trata y abren, “lo que causa un trauma doble”, como explica Enrique Almodóvar, creativo de Ogilvy. De nuevo la pregunta. Conciencia de qué. De que hay lobos disfrazados de corderos.
Al dolor por la agresión hay que sumar “la traición de alguien que debería proteger al menor. Toc, toc. Alguien llama y dice “soy yo”. Esta escena, “precisamente por su uso cotidiano en entornos íntimos se convierte en el imán perfecto para esta campaña, al evocar una escena reconocible por todo el mundo, pero que en este contexto se vuelve escalofriante”. De hecho, este anuncio es una continuación del realizado el año pasado.
En aquella ocasión se puso el acento en el dolor silenciado. Se veía, por ejemplo, a una joven con chándal llevando a alguien en la espalda: “23 años cargando con lo que pasó en aquel vestuario”. O en su casa. O en un despacho. O en… Da igual. De lo que se trata, como revela la nueva iniciativa, es de que las víctimas se liberen por fin del peso opresivo en la espalda por lo de aquel día, cuando alguien las llamó y dijo: “Soy yo”.