“Sigo celebrando misa porque me da la vida”

Religión

El salesiano Juan García, de 92 años, es un párroco activo en Terrassa y Matadepera

Entrevista Juan Garcia capellà de 92 anys en actiu Convent franciscà Terrassa

El nonagenario Juan García, celebrando la eucaristía en Terrassa

Cristobal Castro / Shooting

Menudo, ágil y con una sonrisa perenne, el salesiano Juan García es un cura peculiar y muy excepcional. A sus 92 años sigue en activo, con una legión de fieles que lo adoran por su bonhomía, en la iglesia de Sant Francesc, en el complejo del hospital de Sant Llàtzer, en Terrassa, y en la iglesia de Sant Jaume, en Matadepera. “Sigo celebrando misa porque me da la vida. Si no, me quedaría sentadito en el sofá, mirando la tele, me iría apagando y sería el fin. Eso no lo pienso permitir”, asegura, una tarde, sentado en una sala de los Salesianos de Terrassa, donde vive desde hace 32 años.

Por ahora, con 66 años oficiando misas, no se plantea retirarse. “Seguiré mientras tenga memoria y el cuerpo aguante”. Es tal su pasión por la eucaristía que tras hacer sus rutinas en los Salesianos de Terrassa, entre semana, está esperando “como niño con zapatos nuevos cada fin de semana” para seguir celebrando esta ceremonia litúrgica. “Tengo fieles que me llevan y me traen en coche, y, puntualmente, cojo algún taxi para Matadepera. Soy feliz, acompañándolos, especialmente en el momento de la comunión, con el cuerpo y la sangre de Cristo”, reconoce.

“Seguiré mientras tenga memoria y el cuerpo aguante”, dice García, ordenado sacerdote en 1958

García, nacido en Madrid en junio de 1932, se crio en el seno de una familia que no tenía antecedentes religiosos, junto a tres hermanos y sus padres, Juan e Isabel. Su padre era un militar catalán y con toda la familia se trasladó a Huesca en 1936. Estalló la guerra y, a los pocos meses, lo mataron en el frente. “A mi madre le ofrecieron que entrase en la orden de los Salesianos. Estábamos en plena guerra y la situación económica y social era horrible. Tenía ocho años, era muy buen alumno, un niño piadoso y estudioso. Siempre me trataron muy bien. El director y el profesor que tenía vieron algo en mí. Mi vocación empezó aquí, con los años me fui formando y se reforzó”, detalla. “La verdad es que estaba entusiasmado con aquellos salesianos que cuidaban tan bien de los niños. Les imitaba en casa, hacía misa con mis hermanos y me hacía los ornamentos con papel”, apunta García. También iba “a ayudar en misa todos los días porque estaba muy agradecido con la ayuda que los Salesianos brindaron a mi familia. Por mi formación, solo pagaba un duro al mes, que es lo que mi madre se podía permitir”, recuerda, emocionado.

Tiempo después, estudió Humanidades en el Tibidabo, hizo el noviciado en Horta, en Barcelona, y profesó los votos de pobreza, castidad y obediencia con 16 años. “Allí me siguieron ayudando, me compraban ropa, hacíamos excursiones por Barcelona… Tengo grandes recuerdos y afecto”. Fue ordenado sacerdote el 22 de junio de 1958 en el Tibidabo. Más tarde, estudió Filosofía en Girona, realizó tres años de prácticas como maestro y decidió que su oficio sería el de profesor para devolver todo el aprendizaje vital a sus alumnos. “He dado clases de latín, matemáticas, ciencias naturales, ciencias sociales y religión en primaria, tanto en Huesca como en Catalunya. Me entusiasmaba el contacto con los alumnos, aunque me he encontrado algunos chicos muy difíciles. Pero algo debía de hacer bien porque muchos años después, aún hay algunos que vienen a visitarme y hacemos una comida anual, todos juntos”, explica el sacerdote.

García llegó a los Salesianos de Terrassa con 60 años y sus primeros recuerdos no son positivos. “No conocía Terrassa. La verdad es que vine descorazonado porque no me gusta cambiarme de casa. Se me cayó el mundo encima… Empezar de nuevo me cuesta muchísimo. Vine como vicario de la parroquia y profesor del colegio Sant Domènec Savio. Pero, al poco tiempo, –reconoce– ya me sentí como en casa”.

El padre salesiano es consciente tanto de la crisis de vocaciones como de una sociedad cada vez menos religiosa. “La fe ha decaído muchísimo, de tal manera que las iglesias están medio vacías y la confesión ha caído en picado. Esto nos lleva a una vida en la que solo se procura el placer inmediato y se aleja de los preceptos cristianos”, lamenta. Como sacerdote, se acerca “a los feligreses desde la sencillez y la comunicación. Para mí, la fe auténtica no es anunciar a los cuatro vientos que eres un buen católico. No. Solo hay que ir viviendo la vida cristiana, con amor a Dios y al prójimo y cumplir con los mandamientos. Hay que recuperar la esencia del cristianismo; Dios es amor”, concluye.

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