¿Cerramos las redes sociales?

¿Cerramos las redes sociales?

La violencia contra los refugiados en el Reino Unido es un fenómeno que ya hemos visto demasiadas veces antes. Sigue el mismo patrón que diferentes disturbios que han brotado en muchas otras partes del mundo con graves consecuencias en el último decenio. La chispa que enciende la llama es la desinformación que corre por las redes sociales, que termina por aglutinar a un grupo de indignados –hombres blancos en su mayoría– que creen amenazada su identidad y atacan a quienes alguien les ha dicho que es la fuente de sus males. Hace unos meses se publicó en España el libro Las redes del caos (Península), de Mark Fisher, un periodista de The New York Times que relata y analiza de forma magistral cómo las redes sociales están cambiando la forma en la que percibimos la realidad al amplificar ideas extremistas y fomentar la violencia radical.

El incónico ojo rojo de HAL 9000

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MGM

Cuando una turba furibunda alimentada por la desinformación ataca a personas que considera fuera de su grupo (ya sea racial, nacional, de género, religioso o de estatus social), la causa suele ser siempre la misma: las redes sociales fomentan la recomendación de contenidos falsos, de odio y divisivos porque los seres humanos estamos mucho más dispuestos a permanecer en la plataforma enganchados a ese tipo de informaciones. Los responsables de las plataformas quieren que pasemos más tiempo conectados, que interactuemos, porque nos ofrecerán más publicidad. Al final, como casi siempre en la historia, es el dinero el principal motivador de lo que ocurre en las calles.

Fomentan contenidos falsos, de odio y divisivos porque nos enganchamos más

Las redes del caos detalla cómo se formaron algaradas callejeras con muertos en varios países. Una vez se desata la violencia, es difícil reconducir la armonía social. Frente a la desinformación, el periodismo es una esperanza, aunque su alcance sea minúsculo frente al poder de las plataformas.

Las reiteradas promesas de los responsables de las redes de que combatirán la desinformación y los bulos perdieron la credibilidad hace tiempo. Las sanciones económicas tampoco parecen haber surtido efecto. ¿Qué alternativa queda? ¿Suprimir algo que socava los fundamentos de la sociedad? Suena muy mal prohibir algo que, en teoría, es un bastión de la libertad de expresión y permite escuchar voces que de otra forma permanecerían silenciadas.

En la conclusión del libro, Fisher no pide de forma abierta que se cierren las redes sociales, pero pone un ejemplo para que el lector decida. En la película 2001: Una odisea del espacio , la única y definitiva conclusión a la que llega el astronauta que consigue sobrevivir a los ataques de la inteligencia artificial HAL es que hay que desconectarla para siempre. No es razonable la opción de ponerla a prueba después de una actualización y confiar en que esa inquietante luz roja que lo vigila mientras duerme no vuelva a intentar liquidarlo.

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