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Los rastreadores: “Llamas a un contacto aislado y está aparcando el coche”

Alerta sanitaria

El día a día de un equipo de profesionales sanitarios que intentan atajar los brotes

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El equipo de rastreadores del área sanitaria de Ciudad Real está formado por una veintena de enfermeros que buscan a los contactos estrechos de casos positivos y hacen seguimiento de su estado de salud

Celeste López

No tienen tiempo apenas ni para hablar. Bueno, para hablar sí, pero solo por teléfono. De hecho, es lo que hacen durante largas horas, en unas ocasiones buscando contactos estrechos de personas que han dado positivo de la Covid-19, en otras haciendo seguimiento de estos una vez controlados. Son los rastreadores, profesionales sanitarios en cuyo quehacer descansa la enorme responsabilidad de atajar cualquier brote que surja.

“Sí, es una gran responsabilidad, prefiero no pensarlo. Pero que no se engañe nadie, la responsabilidad de verdad corresponde a cada ciudadano”, señala Ester Amores, enfermera especialista en Atención Primaria, al frente del equipo de rastreadores del área sanitaria de Ciudad Real, con una población de unos 265.000 habitantes. Ester, 25 años, dirige junto a otro enfermero de su misma especialidad un equipo de 20 personas dividido en dos turnos, mañana y tarde.

Todos son enfermeros que hasta la fase 1 estuvieron luchando en primera línea contra el coronavirus en urgencias y en la UCI del hospital universitario de Ciudad Real. La mayoría son andaluces, contratados por el Gobierno del socialista Emiliano García-Page para afrontar lo que les vino, que fue mucho y muy duro, aseguran. Castilla-La Mancha ha sido de las comunidades más golpeadas por la pandemia. En parte, por su proximidad con Madrid. En parte también porque tuvieron un brote relacionado con el funeral celebrado en la localidad riojana de Haro. Cuando consiguieron detectarlo, ante el silencio de los afectados (unos comerciantes que iban de mercadillo en mercadillo), La Mancha Central estaba infectada.

No han tenido que cambiar su lugar de trabajo. Siguen estando en el hospital, aunque alejados de la UCI. Les habilitaron una de las aulas donde se imparte formación y allí pasan el día, frente a un ordenador y el pinganillo conectado al teléfono. Todos separados a dos metros de distancia, con la mascarilla puesta y la puerta abierta para que el aula esté ventilada.

“¡Si la gente hubiera visto lo que aquí se vivió en marzo y abril se comportarían de otra manera!”, indica esta joven a la que se le presume una sonrisa dulce, tristemente escondida tras la mascarilla. Ester reconoce que se enfada mucho con algunas imágenes que ve en la televisión, en la calle cuando sale del hospital... “Es que no puedo olvidar a aquellos que entraban y al poco tiempo se ponían muy malitos. Teníamos que ponerlos boca abajo, intubados. Apenas les veía la cara. Se fueron sin que les viera la cara”, se lamenta.

Los contactos se los facilita el paciente infectado y ellos deben buscarlos: “A veces parecemos detectives”

Querría contárselo “con todo detalle” a cada uno de los contactos estrechos de un caso positivo cada vez que comprueba que no siguen las instrucciones. “No son todos, ni mucho menos. Pero sí hay quienes, pese a que saben porque se lo decimos mil veces, que no pueden salir de su casa durante 14 días, te cogen el teléfono diciendo que esperes un segundo porque están aparcando el coche. O esos que te aseguran que están en sus domicilios mientras oyes el ajetreo de la calle o la megafonía de un centro comercial. O el chaval al que contactas para decirle que no puede salir porque un contacto suyo ha dado positivo y, como son mayores de edad no se lo dicen a sus padres, y se van de botellón”.

Pero, insiste, son los menos. “La mayoría sigue las normas. Aunque a veces les duela, les moleste, porque si eres un contacto estrecho y has de aislarte, debes cogerte la baja laboral. Y muchos se angustian por la situación económica”.

Es el caso de una mujer que cuidaba a una persona que dio positivo. El paciente infectado dio una lista de contactos estrechos, personas a las que había que contactar para que se aislaran. Cuando llamaron a la mujer, ésta negó que hubiera ido a cuidar a esa persona en “días”. Con voz temblorosa y casi llorando les dijo que no podía ser, que ella no podía cogerse la baja porque tenía que trabajar. Al poco tiempo, llamó el paciente positivo y dijo que se había equivocado, que esa mujer llevaba días sin ir por su casa. ¿Era cierto? No lo sabemos, indica este equipo, pero poco podían hacer. Lo único, llamarla con frecuencia por si notaba algún síntoma. “No somos la Guardia Civil”, aseveran. Ni tienen autoridad ni poder.

A la Guardia Civil, sin embargo, sí pueden llamarla si ven, por ejemplo, que un empresario no colabora y no quiere facilitarles los teléfonos de trabajadores que han estado en contacto estrecho con un positivo. Insisten en que son muy pocos, pero alguno hay. Estos alegan, de muy malas maneras, que ya no pueden prescindir de gente, que tienen muchas pérdidas económicas, que peor es el hambre... “Todo es entendible, pero es que esto es un problema de salud pública”, explica Ester.

El trabajo de los rastreadores es la búsqueda y seguimiento de los contactos, nunca de los positivos. Esos dependen directamente de los médicos. Cuando una persona da positivo, el equipo se pone en comunicación para que le dé una lista de contactos estrechos, esos amigos, familiares o compañeros de trabajo con los que ha tenido una relación en las últimas 48 horas de más de 15 minutos en un espacio cerrado. Normalmente salen unos 10 por persona y en la mayoría de los casos no tienen problemas con localizarlos a través del teléfono.

Más problemas suelen tener con los compañeros de trabajo porque en muchas ocasiones no tienes el móvil y entonces recurren a los empresarios. O sólo tienen el nombre y apellido porque ha sido una reunión, para lo que no dudan incluso en echar mano de la historia clínica. O contactos desconocidos de los que no saben mucho... “La verdad es que en esos momentos te pareces más a una detective que a una enfermera”, ríe Amores.

Una vez localizados, la función de este equipo es llamarles para ver qué tal se encuentran y aclarar cualquier duda. Cada día realizan unas 70 llamadas. “Unas son de 5 minutos, otras de una hora. Hay gente que tiene mucho miedo y necesita hablar”, explican antes de volver al teléfono.

“Nos hemos jugado la vida, pero antes también”

Ester Amores, de 25 años y natural de Campo de Criptana (Ciudad Real), está al frente, junto a otro compañero, de este equipo de 20 rastreadores. “Los dos tenemos la especialidad de Atención Primaria”, se justifica. Y es que es este nivel asistencial, históricamente abandonado por los responsables sanitarios, sobre el que descansa la detección de nuevos brotes. Ester eligió Atención Primaria por su cercanía con el paciente, el contacto estrecho con él. “Cosas de la vida. Precisamente ese contacto estrecho ha llevado a la tumba a muchos compañeros. Más que en los hospitales”, se lamenta. Asegura que aún no se puede quitar de la cabeza lo que vivió en Urgencias y la UCI, donde la destinaron en cuanto la epidemia se extendió. “A veces, cuando vengo al hospital me parece mentira lo tranquilo que está. ¡Vivimos una guerra!” y se sorprende de cómo el ser humano olvida tan rápido. “Entiendo que es necesario, pero a mí aún me cuesta”. Amores reconoce que nunca salió para recibir los aplausos de las ocho de la tarde. “No es por ser ingrata. Pero es que nosotros, en nuestro día a día, estamos expuestos a riesgos importantes, nos jugamos la vida. Manejamos sustancias que son peligrosas, estamos con pacientes infectados con frecuencia y parece que nadie se da cuenta. No, no quiero aplausos, quiero que se fortalezca la Atención Primaria por todos, para todos”.

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