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Bienestar animal: ¿utopía o realismo?

Activismo animalista

Los asaltos a granjas ponen en liza los distintos objetivos de un movimiento diverso

Activistas pro-liberación animal

Animal Save

Este verano, grupos de activistas han hecho acciones de protesta por las condiciones de vida de los animales en varias explotaciones ganaderas de Catalunya. La última, el pasado 2 de septiembre, en un granja de conejos de Gurb (Osona), unos 100 activistas dejaron libres a cerca de una decena de conejos. Tras esa acción murieron un centenar de ejemplares.

Este tipo de actuaciones son cada vez más frecuentes y se combinan con vigilias delante de mataderos y manifestaciones, que están muy lejos no ya de ser multitudinarias, sino siquiera numerosas.

Más allá de lo minoritario o no que pueda ser este activismo animalista es cierto que, como dice Natàlia Cantó, socióloga de la UOC, “el movimiento despierta simpatías entre capas de la sociedad que están informadas y saben de la relación entre el clima y la producción de carne, tema en los que hay argumentos difíciles de rebatir”.

La desconexión entre campo y ciudad está en la base del conflicto entre defensores de los animales y ganaderos

Por contra, a ganaderos como Marta Roger, de Pagesos GPS, les preocupa que “haya gente que viva tan desconectada del mundo rural y que se crean el discurso de los animalistas, y que en los medios de comunicación se hable de que han entrado a ‘liberar’ animales”.

Además, estas acciones también provocan el rechazo de aquellos que, como el filósofo de la URL y la UOC Miquel Seguró, opina que “la democracia es un juego de derechos y obligaciones, que siempre nos cuestan más, y cuando ves que el procedimiento no es homologable se pone en entredicho el mensaje. El dogmatismo hace imposible creer que la discrepancia es posible. Lo que la hace posible es el respeto hacia los derechos de los demás”

Cantó entiende que haya per­sonas para las que pese “más el ­deber de respetar las reglas del juego, pero también hay quien piensa que el sistema liberal no responde adecuadamente a sus demandas”.

En este sentido, el responsable de la organización Barcelona Animal Save, Marc Ramoneda, apunta: “Creemos que los animales merecen ser liberados, y por eso damos nuestro apoyo a estas acciones, siempre que sean no violentas hacia los trabajadores o los granjeros. Ellos no son nuestro objetivo”. Ramoneda entiende que “lo que hacemos puede incomodar, pero en todas las luchas sociales ha existido la desobediencia civil”.

Pero como es lógico, el animalismo no es monolítico y, por ejemplo, desde la Asociación Nacional para la Defensa de los Animales (ANDA) dudan de que estas acciones sean buenas tanto para la causa animalista como para los animales.

Alberto Díez es el director de ANDA y en su opinión esta forma de activismo “es injusta, ilegal y peligrosa, porque tiene un gran riesgo sanitario, ya que se pueden transmitir enfermedades de una granja a otra”. “Además –añade– provocan que se unifique la visión del movimiento, y que los ganaderos, la industria cárnica y la distribución sean menos receptivos ”.

Según Díez, “no valen los planteamientos mesiánicos ni los que están centrados sólo en el animal, porque las cosas son algo más complejas”. “También corremos el riesgo de que pague la factura la ganadería tradicional que no es problemática, pero cuyas instalaciones son a las que es más fácil de acceder”, dice. Para el director de ANDA estos activistas “tienen un perfil muy específico, muy urbano y desconocen la perspectiva general y la rural concretamente. En el fondo, no les importa el desarrollo rural”.

“No es realista un objetivo de conseguir un consumo cero de carne, como no lo es el actual”, dicen en ANDA

En cambio Ramoneda asegura que ellos quieren “ayudar a los ganaderos a ir hacia una ganadería más ética, pero las víctimas principales son los animales no ellos”. El responsable de Barcelona Animal Save admite que “seguramente estas acciones no son las más efectivas de cara a la sociedad, pero nos sentimos con la responsabilidad moral de ir a salvar a los animales”.

Para Marta Roger, parte del problema está en que “ellos tienen un storytelling con el que la gente de la ciudad conecta mejor. Para ellos un animal de granja es como un perro. Los animalistas presentan a los animales como si fueran animales de compañía. Y eso no es así. La gente de las ciudades no tiene vínculos con el campo. Hay que unir los dos discursos. Ambos nos necesitamos”.

Y es que el sector más radical del movimiento en defensa de los derechos de los animales se mueve como pez en el agua en la redes sociales. “Los medios de difusión tampoco ayudan a ser empáticos. Mensajes rápidos y muy pocos argumentos. La alimentación es una parte de la cultura y la inmediatez de las redes no busca el cambio cultural, sólo impacta en los que ya están convencidos. El me gusta tiene que favorecer este cambio cultural, a lo que contribuyen mucho más los mensajes más realistas aunque no tengan tanto impacto”, dice Díez.

Por eso desde ANDA piensan que posturas como la de Barcelona Animal Save demuestran “falta de empatía hacia el otro”. “Lo que hay que buscar –dice Díez– son puntos en común, pero es muy difícil cuando lo ves como a un asesino de animales. Además, se da la sensación de que hay dos bandos enfrentados, cuando en realidad lo que hay son dos formas de entender la vida y nadie tiene toda la razón en la mano”.

Acción de Barcelona Animal Save

Animal Save

En este aspecto, Natàlia Cantó opina que “es muy importante conseguir una cierta rebaja de la conflictividad. Tenemos que decidir qué queremos como sociedad y a qué damos prioridad”.

Por su parte, desde el mundo rural aseguran que ellos son los primeros “interesados en que los animales estén bien”, explica Roger, quien reconoce que “una granja, cuanto más grande es, peor imagen da”. Y añade: “Los pequeños ganaderos somos muy vulnerables, y el cambio climático aún nos pone en una situación peor. Tendremos que cambiar de razas, por ejemplo”.

En este sentido, Ramoneda reconoce que “la ganadería extensiva tiene un importante papel medioambiental. No decimos que no haya ovejas pastando, sino que no se sacrifiquen para ser comidas”.

Por eso para Cantó, la colisión entre ambos mundos también se da cuando desde el agro “se proclama un profundo amor por la tierra, pero se gana la vida matando animales. Esto es de lo que habrá que hablar, y hacerlo es una apelación para luchar contra la desconexión entre el mundo rural y el urbano” .

Por su parte, para Alberto Díez la clave está en entender “que no todo es un problema”: “Hay que detectar los problemas reales y demostrarlos científicamente, hacer un esfuerzo de objetividad. Hay cosas que no tienen solución. A cierto animalismo a veces le sobra filosofía y le falta ciencia. Con la industria cárnica sucede lo contrario”.

Díez opina que “no es realista pensar que un día existirá un consumo cero de carne, como tampoco tiene sentido el consumo actual, sólo asumible a costa del medio ambiente”. En cambio, desde Barcelona Animal Save opinan que “costará, pero que se logrará. Ya está pasando y cada vez hay más personas y productos veganos. El veganismo también es una lucha por los derechos humanos”.