¿Cómo la demografía cambiará el mundo?
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Elizabeth Donnelly es vicedirectora del programa África, Chatam House
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Lagos, la capital comercial de Nigeria y una de las diez mayores ciudades del mundo, supone una experiencia alucinante para el visitante. Con una población cosmopolita que bulle todos los días en un enjambre de agitación frenética para sobrevivir o triunfar, combina la riqueza y la pobreza extremas. Los olores, el ruido, el color y el calor son tonificantes y agotadores al mismo tiempo. La ciudad inspira a artistas y empresarios de todo el mundo.
Sin embargo, lo diferente cuando se compara con las grandes ciudades de otros países más desarrollados es la limitada capacidad de las infraestructuras y los servicios de la ciudad para gestionar su tamaño y su nivel de actividad.
La población se sitúa en algún punto entre los 14 millones (Naciones Unidas) y los 21 millones (gobierno del estado de Lagos). Y la ciudad se encuentra tan saturada por su pujante población que resulta normal tardar dos horas para un trayecto en coche de diez minutos.
Aunque ha mejorado muchísimo en las últimas dos décadas, la ciudad carece de infraestructuras relacionadas con el agua, la sanidad, el transporte, la energía y el alcantarillado. A pesar de eso, y basándose en las proyecciones actuales, algunos señalan que la ciudad podría albergar entre 85 y 100 millones de residentes en el 2100.
Es necesaria una acción urgente, pero las medidas adoptadas por el Gobierno estatal, ya sea en la reurbanización del suelo o la mejora de la seguridad, son percibidas (en especial, por los residentes más pobres) como una amenaza para sus viviendas y sus medios de vida.
Tales problemas no son específicos de Lagos, pero quizá sea esa ciudad la que proporciona el ejemplo más claro del apremiante desafío al que se enfrenta África.
Lagos es una mayores ciudades del mundo, la diferencia respecto al resto es la limitada capacidad de sus infraestructuras y servicios para gestionar su tamaño y su nivel de actividad
La población africana prácticamente se duplicará en el 2050 y alcanzará los 2.500 millones de personas, o una cuarta parte de la población mundial. Nigeria superará a Estados Unidos y se convertirá en el tercer país más poblado del mundo; y Etiopía y la República Democrática del Congo pasarán a formar parte de los diez países más poblados del planeta.
Si se tiene en cuenta el verdadero tamaño del continente, ese rápido crecimiento demográfico podría no percibirse como un motivo de preocupación: la superficie de África supera la de Estados Unidos, China, India, Europa del Este y Francia, Alemania y España juntos. Allí se encuentra casi la mitad del suelo fértil y sin explotar del planeta.
Ahora bien, es cierto que la República Democrática del Congo, por ejemplo, posee una población relativamente dispersa, un suelo fértil, abundantes lluvias y grandes zonas de tierra agrícola infrautilizada (con la excepción de sus regiones de la frontera oriental), pero la inmensa mayoría de la población del país vive en una permanente y crónica inseguridad alimentaria.
Zambia, por su parte, un país interior del sur de África y con una de las poblaciones más jóvenes por edad mediana, tendrá que hacer frente a la entrada anual en el mercado de trabajo de una media de 375.000 jóvenes según las proyecciones de las Naciones Unidas, pero hoy en día su mercado laboral sólo puede acoger anualmente a un tercio de esa cantidad.
En relación con el cambio demográfico africano, el futuro de sus ciudadanos y la naturaleza de la influencia global de África en las próximas décadas, lo que importa no es el tamaño sino la gobernanza.
Los estados africanos se enfrentan al triple desafío de generar un crecimiento económico acorde con su incremento demográfico, asegurar que ese crecimiento sea inclusivo y crear empleos de calidad para que la creciente mano de obra lo siga sosteniendo.
África experimentó, antes de la crisis de las materias primas del 2014-2015, un envidiable crecimiento económico: entre el 2004 y el 2011 alcanzó un crecimiento medio del PIB de un 6,2%. Pero ese crecimiento no fue inclusivo, y no tuvo en los ciudadanos los resultados transformadores que podía haber tenido; en especial, en el caso de países productores de petróleo como Nigeria y Angola.
De cara al futuro, la esperanza es que la aparición en los próximos años de una población activa tan numerosa permita en África un dividendo demográfico que posibilite un crecimiento transformador y una reducción de la pobreza (según las cifras del Banco Mundial, ello podría suponer entre 40 y 60 millones de pobres menos en el 2030).
El temor, en cambio, es que el logro educativo previo, imprescindible para el importante incremento en las cualificaciones y las mejoras en los entornos empresariales que permitirían a su vez la inversión y la creación de puestos de trabajo, no llegue a producirse nunca y que los ciudadanos de África se enfrenten a un futuro de desempleo, falta de servicios e infraestructuras, presiones sobre los recursos y consecuencias concomitantes como el aumento de la delincuencia y la inestabilidad.
Los estados africanos se enfrentan al triple desafío de generar un crecimiento económico acorde con su incremento demográfico, asegurar que sea inclusivo y crear empleos de calidad para que la creciente mano de obra lo siga sosteniendo
Una serie de países y contextos se esforzarán por adaptarse a sus poblaciones. Hay por todo el continente enormes desafíos relacionados con la urbanización y la seguridad. Sólo un 35% de la población tiene hoy acceso a la electricidad, y en el África subsahariana la densidad de carreteras ha descendido en las últimas dos décadas.
La creación de infraestructuras críticas es tanto (sino más) un desafío de la gobernanza como lo es en términos de financiación. Existen conflictos violentos de apariencia irresoluble en Sudán del Sur y en la República Centroafricana, crisis políticas en la República Democrática del Congo y Burundi, feroces insurgencias islamistas en Somalia, Malí y Nigeria.
Desde el prisma de los conflictos, las crisis humanitarias, la falta de acceso a los servicios básicos y los niveles de desempleo actuales, cubrir las necesidades de la creciente población joven africana parece ser un desafío insuperable para algunos gobiernos.
Sin embargo, los países africanos han dejado atrás en el pasado desafíos de apariencia insuperable. El continente ha cambiado muchísimo en las últimas tres décadas. Hay menos conflictos civiles y más democracias. La sociedad civil es más activa y más eficaz en muchos países.
La tecnología de la telefonía móvil no sólo ha permitido a las personas estar mejor conectadas, sino una mayor inclusión económica, y en países donde quizá menos de la mitad de la población tiene acceso a una cuenta bancaria.
La voluntad y la ambición africanas no deben subestimarse a la hora de enfrentarse al reto del crecimiento demográfico; en especial, dado que es ahora la juventud de África la que se enfrenta a su futuro y tiene un verdadero interés en la planificación y la puesta en práctica de políticas.
Los encargados africanos de tomar decisiones también piensan cada vez más en el futuro.
Hay dos documentos rectores que definen los compromisos de crecimiento y desarrollo en los países africanos: la Agenda 2063 de la Unión Africana, que proporciona un marco estratégico para la transformación socioeconómica del continente en los próximos cincuenta años; y la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible (y sus objetivos de desarrollo sostenible), que busca ampliar y mejorar los sistemas de sanidad y educación, alcanzar una igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres, acabar con la pobreza y reducir la desigualdad.
Para los encargados africanos de tomar decisiones, la tarea de alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible enfrentándose al mismo tiempo a múltiples crisis con unas capacidades de la administración pública limitadas resulta abrumadora, y más aun en aquellos países donde las instituciones son muy débiles.
La consecución en el futuro inmediato de lo que los países africanos necesitan depende de unas mejoras sostenidas en las políticas y las instituciones.
Quizá una de las labores más importantes que pueden hacer los donantes y los socios extranjeros en África es contribuir a fortalecer la capacidad y la eficiencia institucional con objeto de conseguir una gobernanza mejorada y más responsable.
Todavía hoy las perspectivas de los países se ven debilitadas con demasiada facilidad por la corrupción y la captura del Estado, las tomas de decisiones deficientes y la falta de justicia social: Mozambique, por ejemplo, vio cortada la financiación de los donantes y entró en suspensión de pagos de su deuda el año pasado, tras descubrirse en el 2016 la concesión en el 2013 y el 2014 de préstamos ocultos respaldados por el Estado por valor de 2.000 millones de dólares, 500 millones de los cuales todavía no se han encontrado.
Según los datos del Banco Mundial, Mozambique se encuentra entre los países con mayores niveles de pobreza. El ejemplo de Mozambique subraya la importancia de la mejora de la transparencia, la responsabilidad de los gobiernos y la participación cívica. Los jóvenes, más expuestos a las influencias y los flujos de información exteriores, piden más a sus gobiernos; pero, sin acceso al debate político ni influencia sobre él, lo más probable es que lleven su frustración a las calles.
Fue lo que ocurrió en Mozambique en los disturbios desencadenados por la subida de los precios de los alimentos en el 2010, cuando la mayoría de los manifestantes fueron personas jóvenes y desempleadas pero que contaban con un amplio respaldo social.
En marzo del 2018, cuarenta y cuatro dirigentes africanos acordaron una zona de libre comercio continental, cuyo objetivo es crear un mercado de 1.200 millones de personas capaz de impulsar el comercio intraafricano
La gobernanza, la responsabilidad y la inclusión son básicas en la mejora de las posibilidades de los estados africanos para gestionar el cambio demográfico y producir un crecimiento transformador; pero, dado que se ha producido un alejamiento del liberalismo internacional (sobre todo en el oeste) y que la democracia liberal parece cada vez más vulnerable en muchos países no africanos, en muchos sectores el énfasis de los debates de política exterior se está alejando de los valores y se acerca más a los intereses.
En un acto celebrado en Chatham House, Koen Vervaeke, director gerente para África del Servicio Europeo de Acción Exterior, afirmó que el compromiso de la Unión Europea en África se desplazará hacia un “pragmatismo con principios”, buscando equilibrar intereses y valores.
Se trata también en parte de una respuesta a las dificultades que la Unión Europea ha tenido a la hora de influir sobre la reforma política y hacer avanzar las normas: la realidad es que en la mayoría de los estados africanos (como en el resto del mundo) influir en decisiones y sistemas políticos es una tarea compleja y a veces imposible, como ha demostrado el fracaso de los dirigentes regionales e internacionales en el intento de impedir el tercer mandato del presidente Nkurunziza en Burundi.
En años recientes, la agenda europea en África se ha visto cada vez más dominada por la migración, y las preocupaciones nacionales tienen una clara influencia en el compromiso regional. El crecimiento del sentimiento antiinmigratorio en Europa pone de manifiesto que las poblaciones europeas perciben África con inquietud.
Cada vez más las percepciones y las respuestas a la inmigración están influyendo en los resultados electorales europeos. En Alemania, en septiembre del 2017, el partido Alternativa para Alemania (AfD), contrario a la inmigración, obtuvo casi un 13% de los votos. En el Reino Unido, la inmigración fue un factor dominante en el voto a favor de abandonar la Unión Europea.
Y, de modo más reciente, en Italia, las presiones de la pobreza y el desempleo alimentaron el voto demagógico y el auge de los partidos contrarios al establishment, y el discurso en contra de la inmigración fue un elemento clave de la campaña.
Sin embargo, la migración no es en sí misma un factor causal en el auge de la demagogia populista; es, más bien, uno de sus rasgos, parte de esa división que establece entre el pueblo y los amenazantes intrusos.
En realidad, lo que ha alimentado el populismo europeo es la desigualdad y el desempleo, por lo que las preocupaciones de los ciudadanos europeos y africanos no difieren tanto.
Lo que ha alimentado el populismo europeo es la desigualdad y el desempleo, por lo que las preocupaciones de los ciudadanos europeos y africanos no difieren tanto
Teniendo en cuenta su historia, su proximidad física y sus vínculos socioeconómicos, resulta innegable que las relaciones entre África y Europa se verán afectadas por el crecimiento demográfico africano; pero también por la menguante población de Europa, que seguirá descendiendo de aquí al 2050.
Además, África será más joven, con una edad mediana de 25,4 años en el 2050; mientras que en Europa la población activa habrá ido disminuyendo desde el 2018. El impacto de la tecnología y la robótica sobre el mercado laboral ya es evidente; pero todavía es posible que los mercados laborales europeos busquen trabajadores africanos en las próximas décadas, particularmente para ayudar a la población de más edad.
Sin embargo, el crecimiento demográfico africano no significará necesariamente un incremento proporcional de la migración (lo que dependerá en buena medida de los acontecimientos en África y otras partes), aunque la influencia de las diásporas africanas se sentirá en la vida cívica de los países en los que se establezcan, como ocurre hoy en día.
Vera Songwe, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para África de las Naciones Unidas, ha afirmado que “el dividendo demográfico de África podría convertirse en una trampa demográfica, con más países rezagados y unos objetivos de desarrollo sostenible imposibles de alcanzar en el 2030. Se necesitan con urgencia nuevos modelos de crecimiento que sirvan de guía a la política pública”. No cabe duda de que la tecnología desempeñará un papel en esos nuevos modelos de crecimiento para asegurar que los países no queden más rezagados.
El impacto transformador de la tecnología de la telefonía móvil sobre la inclusión en el ámbito de la tecnología y las comunicaciones tiene que encontrar equivalente en los ámbitos de la mitigación del cambio climático, la generación y distribución de energía y la educación, por ejemplo.
No obstante, el potencial de la tecnología y la búsqueda de modos innovadores de desplegarla, también necesita incorporarse a la planificación nacional si quiere tener resultados transformadores sobre la gobernanza en África. Por lo tanto, la creación de capacidades en datos, tecnología y gobernanza electrónica tiene que formar parte de los esfuerzos por fortalecer las instituciones responsables.
El África subsahariana representa sólo un 1,7% del comercio global. Si el crecimiento de la población produce un dividendo demográfico y no se convierte en una trampa, la situación podría ser muy diferente: con empleos y riqueza, podría existir un considerable mercado para las importaciones.
Ahora bien, los dirigentes africanos también desean ver el desarrollo de la industria en sus países como forma de huir de la dependencia de las exportaciones de materias primas. En marzo del 2018, cuarenta y cuatro dirigentes africanos firmaron el acuerdo para establecer una zona de libre comercio continental, cuyo objetivo es crear un mercado de 1.200 millones de personas capaz de impulsar el comercio intraafricano, crear cadenas regionales de valor y hacer que el continente sea competitivo globalmente.
Esa medida se acuerda en un momento en que Estados Unidos adopta una postura proteccionista y es una señal del reconocimiento por parte de África de que en algunas cuestiones una posición común o una acción colectiva es la mejor forma de reforzar las perspectivas de los países individuales.
Si África logra dar con los modelos de crecimiento y aplicar las políticas que necesita para evitar las crisis futuras ligadas a las presiones demográficas, entonces empezará a tener una influencia más visible y directa en términos globales
Los estados miembros de la Unión Africana también se unieron para tener una sola voz en relación con el cambio climático y en apoyo del acuerdo de París. Los estados africanos suman más de una cuarta parte de los miembros de la Asamblea General de las Naciones Unidas, con lo que constituyen un poderoso bloque.
África está cambiando y en un mundo multipolar e incierto, un África más joven y más grande en términos demográficos podría ser más asertiva; o al menos podrían serlo algunos de los mayores estados o los que están mejor gobernados. Por ello, es mucho lo que depende del establecimiento de políticas adecuadas y de la creación de unas capacidades humanas y unas infraestructuras civiles esenciales.
Los resultados del cambio demográfico africano serán tan diversos como lo son los cincuenta y cinco países del continente y sus poblaciones. Para el resto del mundo, y de modo específico para Europa, no hay duda que el crecimiento de África significará un mayor compromiso con su población; y, en función de los desenlaces del crecimiento económico, quizá unos mayores compromisos comerciales.
Si África logra dar con los modelos de crecimiento y aplicar las políticas que necesita para evitar las crisis futuras ligadas a las presiones demográficas, lo cual es coincidente con los intereses internacionales, entonces empezará a tener una influencia más visible y directa en términos globales. Pero todavía estamos ante un continente divergente, donde algunos países aventajan con creces a otros en términos de crecimiento, resultados en materia de desarrollo y gobernanza.
En el futuro inmediato, son esenciales las mejoras en la gobernanza y en el apoyo (y de modo más crucial la innovación) a las mejoras en la capacidad de ejecución: se obtienen ganancias, pero éstas son absorbidas por el cambio demográfico.
Lagos siempre será un espectáculo alucinante (es la naturaleza de esa metrópolis) y con el aumento de la urbanización habrá más ciudades en circunstancias similares, como Kinshasa y Nairobi. Los medios de vida futuros de los ciudadanos de esas ciudades y países –y el hecho de que permitan o no la aparición del verdadero potencial de África y de los futuros médicos, ingenieros y escritores del mundo– dependen de establecer ya las bases de los derechos sobre la tierra, las infraestructuras y la atención sanitaria y educativa.
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