El poderío militar de China: ¿militarización peligrosa o modernización defensiva?

EE.UU. y China, dos potencias en pugna

En los últimos veinte años. China ha intensificado enormemente su poderío militar, aunque mantiene una proporción estable del gasto de defensa dentro de su PIB | Su máxima preocupación es dominar los mares de China y poder repeler un hipotético ataque norteamericano

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Ejercicios navales del ejército chino en el Mar de la China Meridional

Li Gang / AP

EE.UU. y China, dos potencias en pugna

EE.UU. y China, dos potencias en pugna

Nº: 70. Fecha: OCTUBRE / DICIEMBRE 2018
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A lo largo de los últimos veinte años más o menos, China se ha embarcado en una extraordinaria intensificación de su poderío militar que apenas tiene precedentes. Esta evolución ha adoptado la forma de un gasto militar en rápido crecimiento, la compra de equipo militar avanzado tanto dentro como fuera del país y el desarrollo del sector armamentístico y la tecnología militar hasta reducir de modo significativo la brecha con los fabricantes occidentales. Todo ello ha ido acompañado de la modernización de estructuras y doctrinas militares más allá del modelo de una gran “guerra del pueblo” con efectivos terrestres y en la línea de una fuerza de tamaño reducido con mayor énfasis en el poder aéreo y sobre todo naval, la guerra informatizada basada en los últimos avances de la tecnología de la información, las comunicaciones, los sistemas de mando y control y las operaciones conjuntas. (Aunque el proceso dista de haberse completado).

El incremento del gasto militar, aunque se ha aminorado algo en años recientes, resulta notable. Según los datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), el gasto militar chino se ha duplicado en términos reales (ajustado a la inflación) desde el 2008, cuadruplicado desde el 2002 y multiplicado por ocho desde 1997 (véase figura 1). Con 228.000 millones de dólares invertidos en el 2017, según los cálculos del SIPRI, China ocupa de modo destacado el segundo lugar del mundo en gasto militar; con ello triplica el volumen de tercer clasificado, Arabia Saudí, aunque todavía se encuentra muy por detrás de Estados Unidos, que gastó 610.000 millones de dólares. El gasto militar chino adolece de una absoluta falta de transparencia, sin que se hayan dado en años recientes detalles acerca del desglose de las diferentes partidas de gasto. El presupuesto oficial de defensa de China (151.000 millones de dólares en el 2017) es muy inferior a la cifra calculada por el SIPRI, que también incluye estimaciones del voluminoso gasto en I+D militar procedentes de otros ámbitos del presupuesto estatal, gastos en la Policía Armada Popular de carácter dual civil y militar, así como otras partidas adicionales no incluidas en el presupuesto de defensa oficial.

Un Gobierno chino más autocrítico y personalista puede acabar dependiendo de un acrecentado sentimiento de nacionalismo y agresividad frente a rivales externos como forma de mantener la legitimidad

China solía ser el mayor importador de armas del mundo; sin embargo, su nivel de importaciones, aunque sigue siendo elevado, se ha reducido en años recientes gracias al crecimiento de su sector armamentístico nacional, capaz ahora de suministrar una mayor cantidad de equipos militares. China está realizando progresos en el desarrollo del caza invisible J-10 y ha empezado a construir sus primeros portaaviones fabricados en el país, tras haber puesto en servicio recientemente (es probable que como plataforma de entrenamiento) un antiguo portaaviones soviético comprado de segunda mano a Ucrania y muy remodelado y modernizado. El país ha realizado también importantes avances en el desarrollo y despliegue de tecnología avanzada para misiles de corto, medio y largo alcance.

De modo comprensible, ese rápido aumento de las capacidades militares ha causado malestar: en los países vecinos más pequeños de la región del mar de China Meridional, con quienes China mantiene disputas territoriales; en el rival regional tradicional, Japón, con quien también mantiene disputas territoriales; en la superpotencia global y regional, Estados Unidos, que ve en peligro su supremacía en el Pacífico occidental y, por ello, su capacidad de condicionar en caso de conflicto el curso de los acontecimientos y de garantizar la protección de sus aliados regionales; y, quizá de modo más agudo, en Taiwán, país gobernado de modo independiente desde 1949 (pero en gran medida sin reconocimiento internacional) y considerado por China como una “provincia rebelde” con la que no ha descartado el uso de la fuerza militar para lograr la reunificación.

La pregunta fundamental para Estados Unidos y los gobiernos regionales, así como para los analistas de política exterior extranjeros, es: ¿cuál es la intención que está detrás del aumento del poderío militar de China? ¿Hasta qué punto se trata de un proceso natural de modernización y una reacción defensiva al abrumador dominio militar estadounidense, o hasta qué punto representa un intento de usar un poder militar duro, o la amenaza de recurrir a él, para solucionar por la fuerza disputas territoriales regionales y forzar a Taiwán a una reunificación, todo lo cual conllevaría un serio riesgo de conflicto militar con Estados Unidos?

En favor de la ‘acusación’

El argumento de que el aumento del poderío militar de China posee un carácter potencialmente agresivo puede muy bien resumirse no sólo en pocas palabras, sino en nueve sencillas rayas, la famosa línea de nueve trazos dibujada en los mapas chinos del mar de China Meridional (véase figura 2). Con ella, el país reivindica en la práctica todo ese mar y todas las islas que hay en él, vulnerando en algunos casos la zona económica exclusiva de 200 millas náuticas de sus vecinos regionales. Las islas Spratly y las islas Paracelso, objeto tradicional de disputa, han sido diferentemente ocupadas por China, Taiwán, Vietnam, las Filipinas, Malasia y Brunei; son también reivindicadas en su totalidad por China, Taiwán y Vietnam y, de modo parcial, por otros países. Sin embargo, la línea de nueve trazos, reiterada por China en un mapa del 2009 y afirmada enérgicamente tras esa fecha, va mucho más allá. En un litigio presentado por Filipinas, el Tribunal Permanente de Arbitraje de La Haya falló en el 2016 que las reivindicaciones chinas basadas en la línea de nueve trazos carecían de base legal.

De todos modos, la naturaleza exacta de las reivindicaciones de China dentro de la línea de nueve trazos no están claras. Según una interpretación maximalista, todas las aguas incluidas dentro de la línea caerían bajo plena soberanía china, serían aguas territoriales chinas. Semejante pretensión de soberanía sobre aguas tan alejadas del territorio de un país (por mucho que se fuerce la imaginación) no tendría precedente alguno y sería extremadamente preocupante para sus vecinos. Una interpretación mucho más limitada consiste en reivindicar todas las porciones de tierra emergidas durante la marea alta y una zona económica exclusiva de 200 millas en torno a cada una de ellas. Dicha interpretación sigue siendo polémica, pero es de naturaleza mucho menos agresiva. El caso es que China nunca ha explicitado exactamente qué significan esos problemáticos trazos.

Al margen de las reivindicaciones territoriales, China se ha comportado de modo más agresivo en el mar de China Meridional en años recientes. En el 2012, un enfrentamiento naval con las Filipinas por el disputado atolón de Scarborough acabó con China haciéndose con el control del arrecife sin disparar un sólo tiro. De modo más reciente, China ha emprendido un intenso esfuerzo de reclamación de tierras y ha construido diversas islas artificiales de tamaño considerable en el mar de China Meridional sobre las que ha construido pistas de aterrizaje y bases militares. Para muchos países de la región, todos estos pasos constituyen una seria militarización del mar de China Meridional con el objetivo de establecer un claro dominio militar. Estados Unidos, por su parte, realiza regularmente “operaciones de libertad de navegación”, con el paso de buques de guerra por el interior de las 200 millas de las islas y los arrecifes ocupados por China. Estados Unidos insiste en que la libertad de navegación incluye el derecho de los barcos militares a transitar por la zona económica exclusiva de otro país (aunque no por las 12 millas de aguas territoriales); China, en cambio, afirma que ese derecho sólo se aplica a los barcos civiles. Estados Unidos y otros países también discuten, sobre la base de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, las pretensiones chinas de una zona económica exclusiva en torno a rocas y bajíos deshabitados y accidentes del terreno que quedan sumergidos por la marea alta.

La militarización del mar de China Meridional, en particular, ha generado considerable nerviosismo en Estados Unidos y los países costeros, y son muchos los que consideran que se trata de un paso hacia el dominio regional por parte de China.

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Un manifestante protesta contra las incursiones del ejército chino en aguas filipinas

Ezra Acayan / Getty

Más allá del mar de China Meridional, en Japón también suscita preocupación la reafirmación por parte de China de su reivindicación de las islas Senkaku/Diaoyu controladas por los japoneses, así como su creación de una zona de identificación de defensa aérea que incluye esas islas.

Un motivo adicional de preocupación es la exacerbada retórica nacionalista utilizada internamente por el Gobierno para mantener el apoyo al Partido Comunista. Con frecuentes referencias al “siglo de humillación” transcurrido desde las guerras del opio hasta la ocupación japonesa (un período en que China fue gobernada por potencias extranjeras), esa retórica tiende a demonizar sobre todo a Japón y ha conducido entre los ciudadanos chinos a expresiones públicas de un sentimiento nacionalista antijaponés que en ocasiones ha ido más allá de los deseos del partido gobernante.

La retórica nacionalista no es un elemento nuevo, pero se ha intensificado desde el 2012 con el gobierno cada vez más absolutista del presidente Xi Jinping, que ha centralizado el poder en su persona, demonizado a rivales políticos y suprimido muchas de las vías que existían para el disenso. El Partido Comunista ha promovido algo parecido a un culto a la personalidad en torno al “tío Xi”. Con el crecimiento de la posición económica y militar del país, Xi ha alentado una idea de grandeza como parte constituyente del “sueño de China”.

Aunque esos acontecimientos internos no inciden directamente sobre la política exterior, un gobierno más autocrático y personalista puede acabar dependiendo de un acrecentado sentimiento de nacionalismo y agresividad frente a rivales externos como forma de mantener la legitimidad. En el caso particular de graves tensiones con otros países en torno a una tema en disputa, alimentar el sentimiento nacionalista puede dificultar que China sea percibida con voluntad de llegar a un acuerdo.

En favor de la ‘defensa’

China insiste una y otra vez en sus declaraciones de política exterior y defensa (como sus libros blancos de defensa bianuales) en que nunca buscará la hegemonía ni actuará agresivamente contra otros países, que buscará mantener con sus vecinos y otros países relaciones constructivas, pacíficas y beneficiosas para todas las partes. A diferencia de Estados Unidos, por ejemplo, China tiene una clara política de no recurrir en primer término a su arsenal nuclear. Asimismo se insiste en que el aumento del poderío militar es pacífico y tiene un propósito defensivo, que no está dirigido contra ningún otro país y que persigue tener (como los demás países) unas fuerzas armadas modernas para defender sus derechos e intereses.

No son más que palabras, por supuesto, pero su coherencia y rotundidad confiere cierta credibilidad al mensaje. Quizá el mayor respaldo a esas alegaciones de un propósito pacífico (o, al menos, a la atenuación de la percepción de una amenaza) sea de tipo económico: el aumento del gasto militar refleja el rápido crecimiento del país. Situada en un 1,9%, la carga militar (es decir, la parte del PIB dedicada a gasto militar) se mantiene exactamente en el mismo nivel que en 1999; y, desde entonces, el porcentaje sólo ha variado entre un 1,8% y un 2,2% (véase figura 1). Se ha mantenido en un 1,8-1,9% desde el 2007, con la excepción de una breve subida hasta un 2,1% en el 2009, cuando China incrementó todos los gastos como parte de las medidas de estímulo para responder a la crisis global.

Por supuesto, las inmensas fuerzas armadas chinas y su cada vez más sofisticada tecnología militar no resultan menos amenazadoras por el hecho de representar sólo una pequeña fracción de la economía. Sin embargo, la coherencia de la carga militar de China indica que no hay cambio de prioridades en relación con el ejército en detrimento de otros ámbitos de la economía, lo cual sería indicio de un creciente militarismo. Esta situación contradice la imagen de un país entregado a una carrera de armas o que espera usar sus capacidades militares agresivamente a corto plazo. Cabe subrayar que la tendencia de China a que el crecimiento del gasto militar se mantenga en línea con el crecimiento económico, y no sea más mayor, se ha mantenido al margen de los cambios en la política y el gasto por parte de Estados Unidos; no han conseguido modificarla ni el “giro hacia Asia” proclamado por Obama (aunque nunca aplicado en realidad) ni las incertidumbres generadas por la llegada al poder del presidente Trump (y sus grandes incrementos del gasto militar). Puede que China busque una mayor posición e influencia regional por medio del gasto militar, pero está jugando una partida a largo plazo.

El crecimiento económico también significa que al menos parte del aumento del gasto militar chino resulta más o menos inevitable. A medida que el país se ha vuelto cada vez más próspero, resulta impensable que sus soldados no compartan esa prosperidad; y, en realidad, una parte importante del aumento del gasto militar chino se debe a los frecuentes aumentos de los salarios de los soldados y a las mejoras en sus condiciones de vida. Por supuesto, eso sólo afecta a la partida de personal del presupuesto militar.

China y Estados Unidos

El otro factor clave que cabe considerar a la hora de comprender el aumento del poderío militar chino es el papel de Estados Unidos como potencia militar dominante en la región del Pacífico. Estados Unidos tiene bases militares y derechos para establecer bases por todo el Pacífico, incluidos Hawái, Guam, Japón, Corea del Sur, Singapur y las Filipinas. Hasta hace poco, el poder y los avanzados niveles tecnológicos de las fuerzas aéreas y navales estadounidenses en la región han proporcionado a Estados Unidos en todo el Pacífico una incuestionada supremacía militar, con capacidad para controlar rutas marítimas de comunicación (como el estrecho de Malaca y el mar de China Meridional) e intervenir de modo decisivo en cualquier conflicto de la región (incluido cualquier conflicto en las costas y aguas chinas o en torno a ellas). Estados Unidos y sus aliados controlan fundamentalmente toda la primera cadena de islas (que se extiende desde Japón al norte, por Taiwán y las Filipinas, hasta la península malaya al sur), lo que representa un grave obstáculo para la Marina china en caso de conflicto.

Se trata de una situación con la que China se siente a todas luces incómoda, como también lo estaría Estados Unidos si, por ejemplo, Rusia o China fueran capaces de dominar el Caribe y controlar el canal de Panamá. Estados Unidos posee un largo historial de intervención militar y de invasión de otros países; y China alberga temores muy reales de que Estados Unidos pueda, en alguna circunstancia futura, usar su fuerza para coaccionarla, asfixiarla económicamente o violar su soberanía. El punto tensión más probable es Taiwán, que Estados Unidos se ha comprometido a defender (aunque mantiene de modo formal la política de “una única China”). En 1995, en un momento de incremento de la tensión en el estrecho de Taiwán, Estados Unidos envió el portaaviones Nimitz en lo que constituyó una palmaria muestra de la inferioridad militar de China y de su indefensión esencial frente a Estados Unidos. La guerra de Irak proporcionó a China otra ejemplar lección sobre lo lejos que se encontraba la tecnología china de la avanzada tecnología militar estadounidense (con sus armas inteligentes, el uso de la tecnología de la información y las comunicaciones para la llamada guerra centrada en redes y la capacidad de operaciones conjuntas) y también sobre su disposición a utilizar ese poder, incluso desafiando el derecho internacional.

En este sentido, China percibe como una necesidad existencial el desarrollo de sus capacidades militares hasta un nivel en que, aunque no supera a Estados Unidos, sí que puede ofrecer una disuasión creíble a la intervención estadounidense.

Sin embargo, las aspiraciones defensivas de China frente al dominio militar estadounidense también conllevan un aspecto ofensivo: uno de los desencadenantes más probables de una intervención estadounidense sería un intento chino de conquistar Taiwán por la fuerza. Por ello, para dificultar hasta lo imposible la intervención estadounidense, los chinos tam-bién está incrementando la presión sobre Taiwán, contra el que ya tienen desplegados una serie de misiles de corto alcance desde el otro lado del estrecho de Taiwán y mantienen abierta la posibilidad de una reunificación forzosa.

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Exhibición militar en la base naval de Stonecutters, en Hong Kong

Tyrone Siu / Reuters

Los esfuerzos por contrarrestar la superioridad militar estadounidense han conducido a una especie de carrera armamentística asimétrica en la que China se ha centrado sobre todo en las capacidades de antiacceso y denegación de área (A2/DA); en especial, misiles balísticos basados en tierra que pueden imponer una barrera de fuego de cobertura de largo

alcance para las fuerzas aéreas y navales chinas. El objetivo es elevar el coste de cualquier intento estadounidense de intervenir en la región con sus abrumadoras fuerzas navales, entre las que se incluyen cinco grupos de portaaviones. En ese sentido, cabe destacar el misil antiportaaviones DF-21D chino. Considerado el primer misil balístico hipersónico antibuque guiado por satélite capaz de atacar un portaaviones en movimiento, el DF-21D alardea de un alcance máximo superior a los 1.450 kilómetros, con vehículos maniobrables de reentrada, un sistema de guiado terminal y radar transhorizonte.

Por su parte, Estados Unidos ha dedicado una atención considerable al desarrollo de estrategias para responder a la estrategia A2/DA de China. Entre ellas, cabe contar un mayor fortalecimiento de las capacidades de ataque a larga distancia (mediante misiles y cazas) para destruir elementos esenciales de los activos chinos en A2/DA; la creación de una contrazona de A2/DA propia para el bloqueo de China, o la puesta en práctica de un bloqueo a larga distancia cortando el acceso a los estrechos de Lombok, Sunda y Malaca entre Malasia e Indonesia de los que depende buena parte del comercio chino.

Estados Unidos sigue siendo una potencia militar mucho más poderosa que China, gasta casi el triple todos los años y posee un sistema muy desarrollado de plataformas, tecnología y estrategias operativas. Posee, por ejemplo, 11 portaaviones frente al único de China. Sin embargo, para China la cuestión no es superar a Estados Unidos en poder militar global (algo que, de suceder, ocurriría en un futuro lejano), sino limitar la capacidad estadounidense para ejercer de modo efectivo el dominio militar en su patio trasero y alcanzar quizá una posición desde la que convertirse en la potencia preeminente en el interior de la primera cadena de islas.

Conclusiones

A pesar de toda esa competencia entre China y Estados Unidos por la posición y la carrera armamentística por el dominio militar regional, la guerra entre las dos superpotencias es algo que ambas están muy interesadas en evitar y que es muy improbable en un futuro previsible. No obstante, el escenario de una potencia emergente que pone en entredicho la primacía de una potencia dominante existente ha conducido con frecuencia a la guerra a lo largo de la historia; y evitar la llamada trampa de Tucídides es un problema sobre el que trabajan los analistas militares y de política exterior a ambos lados del Pacífico. La creciente fortaleza de China muy bien puede modificar en las próximas décadas el equilibrio de poder en el Pacífico occidental, y el desafío para ambas partes es la gestión pacífica de esa transición.

Mientras tanto, los esfuerzos de China por reducir la brecha con Estados Unidos, por mucho que sean vistos internamente desde una óptica defensiva, crean una creciente brecha militar con los vecinos asiáticos que proporciona a estos últimos motivos reales de preocupación. La militarización china del mar de China Meridional es un ámbito de especial preocupación. Por un lado, no hay indicio de que el gigante asiático pretenda usar la fuerza militar directa para alcanzar sus objetivos en la región (apoderándose, por ejemplo, de islas hoy ocupadas por sus rivales). Sin embargo, por otro lado, China parece resuelta a conquistar la supremacía dentro de la línea de nueve trazos (al margen de lo que se pretenda con eso, quizá con la idea de controlar la mayor parte de los abundantes recursos minerales y petroleros del mar de China Meridional). De modo más grave, el estatuto de Taiwán sigue sin resolverse. Las relaciones entre ambas partes del estrecho han mejorado considerablemente en los últimos años, con un incremento de los vínculos comerciales, empresariales y turísticos, y parecen haber sobrevivido a las elecciones del 2016 que llevaron al poder al Partido Progresista Democrático de la hoy presidenta Tsai Ingwen. De todos modos, a medida que aumenta la fuerza militar de China y disminuye la capacidad de intervención de Estados Unidos, podría crecer la tentación sentida por China de solucionar el asunto por la fuerza. China no tiene interés en la guerra, que sería tremendamente perjudicial para el crecimiento de sus vínculos económicos y comerciales globales, pero a sus países vecinos –y, en especial, a Taiwán– les resulta difícil percibir el aumento del poderío militar de China bajo una luz del todo benigna.

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