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La vida pasa, la tele permanece

Habíamos llegado al colegio de buena mañana, como cada día. Hace hoy 47 años, era jueves y nos devolvieron a casa al pisar la entrada. Cursábamos con mis compañeros 1.º de BUP, yo con 15 años recién cumplidos, cobayas del nuevo bachillerato unificado polivalente (indescifrable rúbrica que nadie nos explicó): “Franco ha muerto”, nos dijeron.

Crucé la calle (Diputació, entre Pau Claris y paseo de Gràcia) y di la noticia a una mujer treintañera que salía del portal de enfrente para ir a trabajar: “Franco ha muerto”, la titulé. Me bauticé como periodista por anticipado. La chica brincó en alegre salto, se dio la vuelta y subió de nuevo a su casa. Yo también volví a la mía, con la tele en blanco y negro encendida, en la que un señor idéntico al enterrador de los hermanos Dalton lloriqueaba: “Franco ha muerto”.

En aquel televisor (Zenith) había yo visto seis años antes al astronauta Armstrong pisar la superficie de la Luna, y vi en los siguientes días el catafalco del dictador bajo cuya fusta me tocó nacer. La televisión hizo lo que se esperaba de ella en aquel tránsito: dar botafumeiro y nubes de incienso al dinosaurio finado. La televisión pública raramente sorprende: emite siempre al gusto del mandamás de turno (algo que los telespectadores damos por descontado, se trate de un entierro de dictador o de una convocatoria de referéndum gubernamental).

La televisión que vino ulteriormente resultó algo más emocionante porque durante aquel tiempo estaba sustanciándose quién y cómo empuñaría las riendas del poder. Y vi en la tele el entierro del cuerpo de Franco en el Valle de los Caídos, y pocos días después vi como las Cortes coronaban a un rey, junto a un niño rubio que hoy es rey. Ni aquel rey que vi coronar es hoy rey ni aquel cuerpo de dictador está ya donde vi ponerle lápida. Todo lo he visto por la tele. Y la vida pasa y la televisión permanece.

La televisión –que nació hace casi un siglo, el siglo en el que más ha cambiado la humanidad desde que es humanidad– ha sido testigo y notario de todos los cambios de ese siglo y ha sido algo más: el factor capital de transformación de nuestras vidas, poniéndolas en primera línea de todo lo que sucede en el planeta. Por eso la televisión merece el tributo de su propio día mundial, que será mañana, el 21 de noviembre, que viene después del 20-N. Lo celebro. – @amelanovela