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Andre Crawford, el estrangulador que robaba los zapatos de sus víctimas tras matarlas

Las caras del mal

Este asesino en serie violó y mató a 11 mujeres afroamericanas en Chicago, aunque la policía cree que es responsable de más crímenes sin resolver

Andre Crawford, el estrangulador que robaba los zapatos de sus víctimas tras matarlas

LVD

Aquel desconocido apenas la dejaba respirar. El cuchillo le apretaba tanto la garganta que casi le hacía sangre. Sin embargo, lo peor aún estaba por llegar. En medio de un edificio abandonado, Claudia fue violada salvajemente por su asaltante mientras no paraba de golpearla. La violencia ejercida contra ella era despiadada.

Cuando el individuo terminó, cogió un cable y empezó a estrangularla. Acto seguido, le molió a palos y, cuando la dio por muerta, se llevó sus zapatos. Pero Claudia seguía con vida y su asesino no lo sabía. El testimonio de esta superviviente fue crucial para cazar a un peligroso asesino en serie en Chicago con siete cadáveres a su espalda, aunque se llevaría por delante la vida de otras cuatro chicas más. La policía tardó dos años en detenerlo.

Espiral destructiva

Andre Crawford nació el 20 de marzo de 1962 en Chicago, en el seno de una familia desestructurada. Por un lado, su padre decidió no ejercer la paternidad y lo abandonó tras su nacimiento. Y, por el otro, su madre también se vio incapaz de hacerse cargo del pequeño y, finalmente, los servicios sociales optaron por retirarle la custodia y entregar al pequeño en adopción.

Pero, según Andre, la cosa no fue a mejor en su nueva familia. Parece ser que sufrió abusos físicos y sexuales a manos de varios miembros de su familia adoptiva, y cuando a los catorce años se escapó de casa para regresar con su madre biológica, esta le obligó a prostituirse. A partir de ahí, el adolescente entró en una espiral autodestructiva de alcohol y drogas.

Andre Crawford, de joven

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De hecho, Andre abandonó los estudios, rompió lazos tanto con su madre biológica como con su familia adoptiva y se convirtió en un adicto. Para encauzar su vida, el joven decidió alistarse primero en el ejército y luego en la marina, sin embargo, sus problemas no desaparecieron. Andre siguió consumiendo y esto motivó su expulsión disciplinaria. Fue entonces cuando regresó a Chicago e inició una incipiente carrera criminal.

Primeramente, Andre vivió como un sintecho en las calles de los barrios de Englewood y New City, viviendo en la auténtica miseria, ocupando edificios abandonados, consumiendo drogas y alcohol, y ofreciéndose como chapuzas para ganar algo de dinero, que después gastaba en sus adicciones.

Andre Crawford, en búsqueda y captura

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Quienes le conocieron decían de él que era “un tipo de buen carácter y amable”, que jamás dijo o hizo algo que “hiciera pensar que era violento” o que odiase a las mujeres. Pero la realidad era que, bajo aquella fachada de buen hombre, se escondía un prolífico y peligroso asesino en serie en busca de nuevas presas a las que cazar.

Entre marzo de 1993 y noviembre de 1999, Andre mató a 11 mujeres, pero entre medias fue arrestado y condenado por cargos de robo y posesión de drogas. Nadie pensó que aquel individuo era un depredador sexual. Su modus operandi era el siguiente: seleccionaba a jóvenes afroamericanas, la mayoría prostitutas con problemas de adicción, las atraía a un edificio abandonado con la promesa de darles crack a cambio de sexo y, una vez allí, emergía el monstruo.

Mapa con los ataques de Andre Crawford

Archivo

La secuencia de los hechos consistía en: agredirlas sexualmente de forma salvaje, darles una paliza con cualquier objeto que tuviese cerca o con sus propias manos, proceder a estrangularlas con un cable de teléfono hasta que morían, y, una vez muertas, se fumaba un canuto crack. Después, les ponía una tela sobre la cara, les robaba los zapatos y abandonaba sus cuerpos. Horas o incluso días más tarde, regresaba al lugar para practicar necrofilia con sus cuerpos.

En la mayoría de los casos, los cuerpos de las víctimas fueron descubiertos tiempo después de los asesinatos, por lo que algunos de ellos ya se encontraban muy descompuestos y apenas eran reconocibles. 

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Una de las primeras mujeres asesinadas fue Patricia Dunn, encontrada el 23 de septiembre de 1993. Entre los detalles que llamaron la atención a los investigadores estaba el ritual de su asesinato, incluido un trapo en la cara, y que le faltaban los zapatos. Ni rastro de ADN o huellas dactilares de su agresor.

La superviviente

Año y medio después, en la primavera de 1995, se descubrió el cuerpo de otra mujer asesinada en las mismas circunstancias que la anterior. Se llamaba Angela Shatteen. Las similitudes con el caso de Patricia eran sorprendentes, pero esta vez sí se pudo recuperar ADN.

Mientras la policía buscaba al culpable, Andre fue arrestado el 3 de mayo de 1995 por otra agresión y violación, y fue enviado a prisión provisional a la espera de juicio. Sin embargo, el testimonio de la víctima fue cuestionado por su adicción a las drogas y fue puesto en libertad. Nada más salir, Andre atacó salvajemente a Claudia Robinson, a la que dio por muerta.

Claudia Robinson sobrevivió al ataque de Andre Crawford

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Gracias al ADN encontrado en el cuerpo de Claudia y a su desgarrador testimonio, los investigadores pudieron conectar su intento de asesinato con los crímenes anteriores y trazar un perfil. Además, la superviviente ayudó a crear un boceto con su descripción pormenorizada del atacante, que después se distribuyó por toda la ciudad. Aquel dibujo podía ayudar a identificarlo.

Pero la investigación iba demasiado despacio ya que, en los siguientes meses, aparecieron más cuerpos de mujeres afroamericanas asesinadas siguiendo el mismo procedimiento. A esto habría que sumarle, el tema de los zapatos y que en todas ellas hallaron el mismo ADN. Los agentes se encontraban ante un escurridizo asesino en serie.

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La policía continuó explorando las zonas donde habían encontrado a las mujeres y tomaron muestras de ADN a 500 hombres, pero ninguna era coincidente con la del asesino. En 1999 la ciudad de Chicago ya tenía once mujeres asesinadas y ningún culpable en la cárcel. Pero, de repente, los crímenes cesaron, pero todo tenía una explicación que se supo después.

Aquel año, Andre fue detenido nuevamente y condenado por posesión de drogas, aunque su sentencia fue suspendida y lo dejaron en libertad condicional. Asimismo, el FBI también intervino en la investigación e involucró a toda la comunidad en esos meses. Aquella estrategia dio sus frutos y hubo un soplo.

La conexión

Dos mujeres aseguraron a los agentes que un hombre llamado “Dre” llevaba a mujeres a edificios abandonados y se ponía violento con ellas. Y otra testigo afirmó que un tal Andre consumía drogas con prostitutas en ese mismo tipo de inmuebles. Así fue cómo dieron con un hombre afroamericano, con rasgos físicos similares al del boceto del sospechoso que buscaban, que tenía antecedentes por agresión sexual y drogas, y que respondía al nombre de Andre Crawford.

El asesino en serie fue detenido el 28 de enero de 2000 y, si bien no quiso colaborar facilitando su ADN en un principio, cuando los investigadores le acorralaron con pruebas involucrándolo en siete asesinatos, este accedió y reconoció un total de once.

Andre Crawford, durante su juicio

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Durante tres días, Andre confesó minuciosamente los hechos, explicó que intercambiaba drogas por sexo y que, cuando las prostitutas le traicionaban, se volvía violento y las asesinaba. El exmarine mataba enfadado, de ahí la brutalidad de los crímenes, y cubría sus rostros para que no le vieran. En cuanto a los zapatos, Andre aseguró que los robaba para venderlos y sacarse un dinero con ellos.

“Quería hacer sufrir a estas mujeres porque eso es lo que quería hacerle a su madre”, teorizó el neuropsicólogo forense John Fabián tras evaluarlo en prisión. También señaló que cubrir las caras de sus víctimas podría indicar vergüenza o arrepentimiento, pero nada más lejos de la realidad. Andre mostró una actitud impávida y gélida durante todo el juicio. Poco le importaba el sufrimiento ajeno.

El jurado durante el juicio de Andre Crawford

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El 10 de diciembre de 2009, el tribunal condenó a Andre Crawford a cadena perpetua por once asesinatos, un intento de asesinato y veinticuatro violaciones con agravantes. Y, mientras el juez leía el veredicto y entonaba hasta en veinticuatro ocasiones la palabra “culpable”, el asesino se mantuvo impertérrito. Detrás de él, los familiares de las víctimas no podían contener las lágrimas.

Siete años después, el 18 de marzo de 2017, el estrangulador de Chicago falleció en prisión a causa de un cáncer de hígado. Tenía 55 años. Lo más escalofriante de todo es que, en la actualidad, la policía sigue creyendo que Andre es el responsable de una cincuentena de muertes más. Sin embargo, jamás han encontrado pruebas para demostrarlo. 

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