El ‘asesino del torso’ antes de decapitar a sus víctimas: “Tienes que ser castigada”
Las caras del mal
Richard Cottingham mató a seis mujeres aunque confesó ser el autor de más de 100 crímenes
Cuando los bomberos llegaron a un pequeño hotel cerca de Times Square se encontraron con una habitación completamente en llamas. Tardaron varios minutos en sofocar el intenso fuego que arrasaba todo a su paso. El fuerte olor a líquido inflamable hacía presagiar que había sido intencionado. Pero lo que no podían imaginar era que al apagar aquel desastre hallarían dos cadáveres decapitados. Sus víctimas cayeron en la trampa de un asesino en serie que llevaba actuando en la zona más de una década. Lo bautizaron como ‘The Torso Killer’ ( el asesino del torso ).
La Policía acababa de conectar estos asesinatos con otros perpetrados anteriormente. Los gritos de su última víctima llevaron a su detención. Era Richard Cottingham, un informático de apariencia inofensiva, que fue condenado a cadena perpetua por seis crímenes aunque dijo ser el autor de más de cien.
Raras aficiones
Nacido el 25 de noviembre de 1946 en el barrio del Bronx, Nueva York, Richard Cottingham creció en una familia completamente normal que le apoyó en todo momento y en la que, hasta cierto punto, fue feliz. Le animaron a formarse en el atletismo y a disfrutar de una de sus grandes aficiones, la crianza de palomas. Pero cuando en 1958 se mudaron a River Vale, Nueva Jersey, todo cambió.
El pequeño Richard, a sus doce años, se convirtió en un niño solitario que, en vez de quedar con los amigos, prefería estar en casa viendo pornografía. Sus escenas preferidas: donde se ejercitaba toda clase de violencia sexual, concretamente, la de esclavitud sexual.
Tras graduarse en la escuela y trabajar como informático en un par de compañías de seguros, en 1970 se casó con Janet y tuvieron tres hijos. Su vida era aparentemente perfecta, salvo porque los vecinos lo describían como un hombre reservado y distante. Había algo en él que inspiraba desconfianza, aunque nadie sabía la razón. Cumplía con sus obligaciones laborales y familiares, pero todo era un camuflaje. Al finalizar la jornada, solo buscaba satisfacer sus deseos sexuales a toda costa.
El primero de los crímenes lo cometió en 1968, antes de contraer matrimonio. La víctima era Nancy Vogel, de 29 años, casada y madre de dos hijos, cuyo cuerpo desnudo y maniatado fue encontrado en el interior de su coche. Fue violada y estrangulada brutalmente. La joven había desaparecido de camino a la iglesia. Pese a las pesquisas policiales no se encontró pista alguna y, durante años, nadie supo quién era el autor de tal salvaje asesinato.
Mientras tanto, Richard campaba a sus anchas cometiendo otras actividades criminales por las que fue detenido y puesto a disposición judicial. Entre ellas, conducir en estado de embriaguez o robar en grandes almacenes. Por ambas causas fue sentenciado a una multa de 100 dólares y a diez días de cárcel.
En los siguientes cinco años, Richard intensificó los delitos cometiendo asaltos y agresiones sexuales, robando y acechando a mujeres en bares de Manhattan, a las que previamente drogaba. Pese a las denuncias interpuestas entre 1973 y 1974, los casos fueron desestimados por falta de pruebas. A esto habría que sumarle su afición a mantener relaciones sexuales con prostitutas, algo que colmó el vaso de la paciencia de su esposa que, finalmente, pidió el divorcio en 1979.
La segunda víctima en morir a manos de Cottingham fue la radióloga Mary Ann, de 26 años, que apareció asesinada y estrangulada en el parking de un hotel de Nueva Jersey en diciembre de 1977. Previamente a su muerte, la joven fue sometida a toda clase de torturas: tenía mordiscos, golpes, cortes en el pecho y en las piernas, signos de violación y de esclavitud (había marcas de esposas en las muñecas y su boca conservaba rastros de cinta adhesiva).
Aunque en 1978 no mató a ninguna mujer, Richard continuó con los asaltos sexuales. Secuestró y violó a dos mujeres a las que previamente drogó, pero que no pudieron aportar detalles sobre su asaltante. Sin embargo, en 1979, el rapto de Helen Sikes terminó en tragedia. Cottingham golpeó, vejó, violó, mutiló y descuartizó a esta trabajadora sexual de Times Square. Una vez asesinada, se deshizo de parte del cuerpo en el barrio de Queens y tiró sus piernas a varias manzanas de allí.
En un hotel
A finales de año, Cottingham perpetró dos nuevos asesinatos, los más crueles cometidos hasta la fecha. Contrató a dos trabajadoras sexuales, una de ellas fue identificada como Deedey Goodarzi, y las invitó a pasar la noche a un hotel próximo a Times Square. Una vez en el interior, las ató y comenzó un suplicio que duró varias horas. No solo les cortó la cabeza y las manos, que la Policía nunca logró encontrar, sino que prendió fuego a los cuerpos antes de huir de la escena del crimen.
Cuando los bomberos sofocaron el incendio y vieron los cadáveres mutilados, los investigadores se percataron de las coincidencias con el asesinato de Helen Sikes. Se enfrentaban al serial killer de los torsos calcinados.
En mayo de 1980, Richard volvió a matar. En pocos días asesinó a dos prostitutas más: Valerie Ann Street, en un hotel de Times Square, y a Jean Reyner, en uno de Manhattan. A la primera, la esposó y torturó hasta asfixiarla. Localizaron su cuerpo debajo de la cama. En cuanto a la segunda, realizó torturas similares y prendió fuego a la habitación antes de escapar. La Policía estaba convencida de que el autor era el mismo. El modus operandi era inconfundible. La detención se propició pocos días después.
El 22 de mayo, los gritos de una joven en el mismo hotel donde apareció asesinada Valerie Ann alertaron a varios clientes que, inmediatamente, llamaron a las autoridades. Cuando una patrulla llegó, se topó con Cottingham a punto de escapar y a una joven desnuda, magullada, golpeada y en shock.
Horas antes había accedido a acompañar al asesino a la habitación para mantener relaciones sexuales a cambio de dinero, pero el serial killer tenía otro plan en mente. Leslie Ann O’Dell, de 18 años, fue esposada y torturada mientras él le susurraba: “Las otras chicas lo hicieron y tú también. Eres una puta y tienes que ser castigada”.
La rápida intervención de los agentes llevó a la detención del The Torso Killer que, en ese momento, portaba todo un equipo para matar: esposas, mordazas de cuero, collares de esclavo, cuchillos, pistolas y pastillas.
Ante estas pruebas, los investigadores vincularon este último asalto y agresión sexual con los asesinatos anteriores. Reconstruyeron sus pasos y pudieron demostrar seis crímenes. Durante el registro de su domicilio hallaron una sala de trofeos con artículos personales y recuerdos de sus víctimas. Ante tales evidencias, Cottingham no podía sostener su inocencia, así que afirmó en sede policial: “Tengo un problema con las mujeres”. Poco a poco fue dando datos precisos de cada crimen, incluso los cometidos en la década de los años sesenta.
El sospechoso se enfrentaba a los siguientes cargos: secuestro, intento de asesinato, asalto agravado, asalto agravado con arma mortal, asalto sexual agravado mientras está armado [violación], asalto sexual agravado mientras está armado [sodomía], asalto sexual agravado mientras está armado [felación], posesión de un arma; posesión de sustancias peligrosas controladas, Secobarbital y Amobarbital, o Tuinal, y posesión de sustancias peligrosas controladas, Diazepam o Valium.
¿Más de cien víctimas?
Tribunales de Nueva York y Nueva Jersey, ciudades donde se produjeron los asesinatos, lo llevaron a juicio y lo condenaron a 200 años de prisión por seis homicidios. Era 1982. Aparte de las pruebas anteriormente mencionadas, se aportaron los recibos de los hoteles donde acudió con las víctimas y que contenían su letra y firma, aparte de huellas dactilares (algunas en las esposas) y el testimonio de tres supervivientes. Entre ellas, el de Valerie Ann.
Tres días después de la sentencia, Cottingham intentó suicidarse en su celda: en una ocasión, mediante una sobredosis de antidepresivos; y en otra, clavándose el cristal de sus gafas en las venas. En uno de los juicios de Nueva York hasta sacó una navaja del bolsillo y amenazó con rajarse delante del jurado. Lo redujeron inmediatamente.
Además de estos seis asesinatos, casi treinta años después, Richard decidió confesar otro crimen, el de Nancy Vogel. Fue en 2010 cuando el asesino admitió que la mató en 1968. Pero esta no fue la única revelación. Gracias a la presión ejercida por parte de los investigadores de algunos casos sin resolver, en diciembre de 2019 Cottingham admitió haber asesinado a otras tres adolescentes entre 1968 y 1969. Se trataba de Jackie Harp, de 13 años, Irene Blase, de 18, y Denise Falasca, de 15.
Harp fue secuestrada cuando volvía a casa después del ensayo con su banda de música en Midland Park; a Blase la raptó en Hackensack y la encontraron muerta al día siguiente en Saddle Brook; y a Falasca también la localizaron el día después de desaparecer en Saddle Brook.
Cottingham, que permanece en la prisión estatal de Nueva Jersey en Trenton, está a la espera de un nuevo juicio por el asesinato de estas últimas víctimas. Si poco antes de su confesión podría haber aspirado a la libertad condicional en 2025, ahora es imposible que algo así suceda.
Según explicaba Rod Leith, periodista de sucesos que cubrió los entresijos del caso de The Torso Killer, jamás se “había encontrado con este tipo de maldad oscura”. Y aunque en el pasado escribió sobre personas “profundamente perturbadas”, nadie es equiparable al “traicionero y desviado” de Richard.