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Keith Jesperson, el camionero que ‘firmaba’ sus crímenes con una ‘cara feliz’

Las caras del mal

Mató a ocho mujeres y fue condenado a tres cadenas perpetuas

Aseguró en 2015 que Ylenia Carrisi, hija de Al Bano, era una de sus víctimas

Keith Jesperson, el camionero que ‘firmaba’ sus crímenes con una ‘cara feliz’

AP

El cadáver de la mujer se encontraba tendido a un lado de la carretera. Su cuerpo yacía semidesnudo, con el sujetador levantado, los pantalones bajados hasta los tobillos y con signos claros de haber sido violada. Aquella dantesca escena sobrecogió al testigo, un universitario que montaba en bicicleta al norte de Portland y que no esperaba dicho hallazgo. Acto seguido llamó a la Policía.

Taunja Bennett, de 23 años, fue la primera de las ocho jóvenes asesinadas por el denominado ‘asesino de la cara feliz’. Se trataba de Keith Jesperson, un camionero sádico y violento, que firmaba con este símbolo cada uno de sus crímenes y se jactaba de ellos en cartas a la prensa. Condenado a tres cadenas perpetuas, el serial killer aseguró en 2015 que Ylenia Carrisi, hija de Al Bano, era una de las víctimas aún sin identificar.

Igor y los animales

Nacido el 6 de abril de 1955 en Chilliwack (Canadá), Keith Hunter Jesperson tuvo una infancia problemática. Su padre Lesly, un hombre alcohólico y muy violento, lo educó sin cariño y a base de insultos, golpes y palizas. Las descargas eléctricas fueron algunos de los correctivos que recibió el pequeño cuando se portaba mal. Aquellas vejaciones paternas y las burlas de sus hermanos llamándole ‘Igor’ o ‘Ig’ debido a su gran tamaño, hicieron que Keith forjase una personalidad muy complicada. Con el tiempo se hizo más retraído, solitario, tímido y sádico. Esto último comenzó a los cinco años. Su vía de escape: la tortura y el maltrato a los animales.

Cabe recordar que este aspecto es uno de los principales rasgos que caracterizan a la mayoría de los asesinos en serie. Antes de matar a personas prueban con perros, gatos, roedores, pájaros… Todo aquel ser vivo que los rodea y contra el que descargar su ira.

Keith Jesperson, en una foto de archivo

AP

Tras capturar a los animales, Keith la emprendía a golpes con ellos. Eran suplicios brutales y sin piedad alguna. Una vez apaleados y, antes de que muriesen, el niño los estrangulaba con sus propias manos. “Yo era Arnold Schwarzenegger”, declaró en una ocasión a un periodista. “Era como si estuviera jugando a la guerra. Cuando miraba a esos perros, se ponían en cuclillas y orinaban. Estaban tan asustados que temblaban”, se jactó. El muchacho disfrutaba infundiendo miedo y observando como, poco a poco, los animales perecían.

De hecho, culpó a su padre de animarlo a seguir matando a los perros y gatos del vecindario. “Todo lo que hizo fue generar en mí la necesidad de matar de nuevo”, llegó a escribir en una de sus cartas a la prensa.

Foto de la boda de Keith Jesperson con su esposa

AP

“Comencé a pensar en cómo sería matar a un ser humano”. Aquel pensamiento se hizo realidad cuando tenía diez años. Jesperson perpetró hasta tres intentos de homicidio, todos a niños de su círculo más cercano. Al primero, lo golpeó fuertemente hasta que su padre los separó; al segundo, trató de ahogarlo en un lago –la víctima terminó inconsciente-; y al tercero, le sumergió la cabeza en la piscina del colegio y el socorrista lo salvó. Pero aquella “idea se quedó conmigo durante años”.

Después de su graduación, el joven optó por no ir a la universidad y, en 1975, lo contrataron como camionero. Al mismo tiempo, inició una relación sentimental con Rose Hucke, se casaron y tuvieron tres hijos, dos niñas y un niño.

Una doble vida

Durante los catorce años que duró el matrimonio, Rose siempre sospechó que Keith la engañaba con otras mujeres y, harta de sus infidelidades, decidió marcharse con sus hijos a la casa de sus padres en Washington. Ni ella ni los pequeños intuyeron nunca que convivían con un asesino en serie. Aunque una de sus hijas, Melissa Moore, comenzó a atar cabos cuando se enteró de los crímenes cometidos por su padre.

La mujer recordó cómo Keith le quitó unos gatitos con los que estaba jugando para empezar “a torturarlos, colgándolos de un cordel para ropa. Sonreía, como si disfrutara atormentándolos, mientras yo gritaba pidiéndole que los bajara, pero cuanto más gritaba, más parecía él disfrutar”.

Jesperson con su hija Melissa Moore

MM

En el libro ‘Shattered Silence’, Melissa contaba que su padre “era normal, encantador, sociable, educado con las mujeres, las hacía sentirse protegidas. Parecía cualquier vecino común y corriente”. Nunca se mostró violento ni con su esposa ni con sus hijos, pero a raíz del divorcio en 1990, el comportamiento de Keith cambió. Esto se tradujo en “ansiedad y miedo cuando estaba con él”, relató ella. Y es que llegó a escucharle decir que sabía “cómo matar a alguien impunemente”. Aquello la traumatizó tanto que no volvió a irse de vacaciones con su padre.

En aquella época, Jesperson, que contaba con 35 años, quiso cambiar de profesión y entrar en la Policía Montada de Canadá. Pero tras lesionarse durante un entrenamiento, tuvo que descartarlo y continuar como conductor de camiones en Cheney (Washington).

Jesperson junto a su camión

AP

El camionero canalizó toda aquella frustración (el divorcio y el trabajo) a través de la violencia contra las mujeres. Aquella idea de “cómo sería matar a un ser humano” germinó en este hombre hasta que “una noche sucedió. Maté a una mujer golpeándola casi hasta la muerte y la terminé estrangulando”. Estaba hablando de Taunja Bennett, su primera víctima, a la que el 23 de enero de 1990 violó, golpeó y mató en su casa después de ligar con ella en un bar. Luego, lanzó su cuerpo semidesnudo en un terraplén de la carretera y fabricó una coartada.

Se dirigió a un bar cerca de Troutdale y se pasó el resto de la noche bebiendo café y conversando con algunos clientes. Ya al amanecer, se deshizo de las pertenencias de la joven (entre ellas su monedero con el DNI) y, días después, un universitario encontró el cuerpo. No identificaron a Taunja hasta tiempo después.

La ‘cara feliz’

Mientras la Policía iniciaba la investigación de los hechos para encontrar al culpable, una joven se autoinculpó falsamente. La confesión de Laverne Pavlinac confirmando haber matado a la chica junto a su novio John Sosnovske, dio un giro a los acontecimientos. No era la primera vez que denunciaba falsamente a su pareja después de una paliza, pero esta vez se le fue de las manos porque, además de su testimonio, los agentes recopilaron declaraciones de testigos que aseguraban haber escuchado a Sosnovske alardear del asesinato de Bennett. Nada era cierto y, aún así, fueron condenados por asesinato.

Él, a cadena perpetua por ser el autor material y, a ella, a diez años por colaborar. De nada sirvió que Laverne reconociese que todo fue falso. Ambos fueron a la cárcel hasta que, años después, el verdadero asesino se entregó y dio un dato clave: dónde estaba la cartera de la víctima, un objeto que jamás localizaron.

Taunja Bennett, primera víctima de Jesperson

AP

Tampoco influyó en la investigación del asesinato de Taunja Bennett que el auténtico responsable, Jesperson, dejase su confesión escrita en un baño de la estación de autobuses de Greyhound junto al símbolo de una cara feliz. En ella, decía: “Maté a Taunia Bennett el 21 de enero de 1990, en Portland, Oregon. La golpeé hasta matarla, la violé y me gustó. Estoy enfermo pero también me divierto. Dos personas cargaron con la culpa y yo estoy libre”.

Días después, se encontró otro mensaje firmado con el mismo símbolo de la cara sonriente en la pared de una parada de camiones de Oregón. “Maté a Taunja Bennett en Portland. Dos personas cargaron con la culpa para que yo pueda matar de nuevo”, escribió. Continuó matando hasta 1995.

Ficha policial de Keith Jesperson

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El 12 de abril de 1990, trató de asesinar a Daun Richert, una mujer a la que secuestró junto a su hijo de cuatro meses en un centro comercial de California. Durante tres horas, abusó física y sexualmente de ella pero, al tratar de estrangularla, logró escapar. La mujer lo denunció, le detuvieron, pero lo dejaron en libertad por falta de pruebas. Finalmente, fue exonerado de todos los cargos.

Un año después, cometió su segundo asesinato. Era el 30 de agosto de 1992 cuando violó y estranguló a Claudia. Su cadáver fue hallado en Blythe (California). Días después, apareció el cadáver de Cynthia Lyn Rose, de 32, a la que Jesperson golpeó, violó y estranguló porque, supuestamente, era una prostituta que se coló en su camión para robarle.

Uno de los mensajes que escribió Keith Jesperson con la 'cara feliz'

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Fue en esta época cuando Keith escribió cartas a algunos periódicos relatando los crímenes y asumiendo toda la responsabilidad. En todas ellas aparecía su famosa firma de la cara feliz, de ahí que los periodistas lo apodasen ‘The Happy Face Killer’ (el asesino de la cara feliz). Pese a que los investigadores analizaron todas las misivas, no lograban dar con la identidad del asesino.

Laurie Ann Pentland, una prostituta de 26 años, fue su cuarta víctima. La mató porque quería estafarlo con la tarifa. Su cuerpo fue encontrado en noviembre de 1992. En 1993, mató a otra mujer en Santa Nella (California), pero la Policía no logró identificarla. Lo mismo pasó con la joven de Crestview (Florida), en 1994, de la que no se supo su nombre hasta que el asesino lo contó veinte años después. Se trataba de Susanne.

Julia Ann Winningham, novia y última víctima de Keith Jesperson

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En otra de las cartas que envió al Portland Oregonian, este homicida además de reivindicar la autoría de seis asesinatos en total, escribió: “Me siento mal, pero no me entregaré. No soy estúpido. Estoy más cerca de lo que piensas”.

A medida que Jesperson cruzaba el país de punta a punta iba dejando un reguero de cuerpos. Otro de los crímenes lo cometió en enero de 1995 cuando accedió a llevar de Washington a Colorado a Angela Surbrize, de 21 años. “En un ataque de ira, la asesiné en Wyoming”, explicó. El motivo: no le dejó dormir en una de las paradas. Después de matarla, continuó durmiendo y, al despertar, cogió el cuerpo, lo enganchó por los tobillos al camión con una cuerda y lo arrastró por el pavimento durante casi veinte kilómetros. Cuando encontraron los restos, la joven estaba irreconocible.

El error

El 10 de marzo cometió su último asesinato: el de su antigua novia Julia Ann Winningham. La pareja recuperó el contacto, pero Jesperson dudó de las verdaderas intenciones de la mujer. Creyó que solo estaba con él por mero interés económico. Esto fue el detonante para que Keith la estrangulase en plena discusión. Acababa de cometer el mayor de los errores: era la primera vez que le podían relacionar con una de las víctimas y la Policía no tardaría en atar cabos. Sobre todo porque siguió el mismo modus operandi que con el resto de mujeres. Keith la violó, la estranguló y tiró su cuerpo desnudo por un terraplén junto a una autopista.

Además, amigos y familiares de la fallecida afirmaron que mantenía una relación con Keith. Era cuestión de días que la detención se precipitase.

Jesperson, durante el juicio

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El 22 de marzo de 1995, dos agentes lo retuvieron en comisaría para interrogarle sobre el asesinato de Winningham. Durante seis horas, no consiguieron arrancarle ni una sola palabra. Jesperson se acogió a su derecho a no declarar y, al no tener pruebas claras para retenerlo por más tiempo, tuvieron que soltarlo.

A su regreso a Washington, el asesino se vio acorralado y el 24 de marzo, decidió escribir dos cartas confesando lo que había hecho. Una iba dirigida a sus hijos y, otra, a su hermano. “Maté a una mujer en mi camioneta durante una discusión”, escribió. “He sido un asesino durante cinco años y he matado a ocho personas”, decía otra parte de la misiva en la que revelaba que había tratado de suicidarse dos veces con pastillas para dormir. “Me arrestarán hoy”, zanjaba.

Ylenia Carrisi, ¿una de las víctimas?

Después de enviar las cartas, Jesperson se entregó y admitió no solo el asesinato de Julie Ann Winningham sino el de otras siete mujeres más. Era el 30 de marzo de 1995. Durante el interrogatorio, explicó la motivación de los crímenes, facilitó los nombres de algunas de las víctimas que aún no habían sido identificadas e, incluso, aportó detalles concretos de los hechos que solo podía saber el verdadero asesino. Por ejemplo, señaló el lugar exacto donde se deshizo de la cartera de Taunja, describió el tatuaje que tenía otra de las chicas en su tobillo (Tweety haciendo un gesto obsceno) y dio fechas y lugares exactos de los homicidios.

En cuanto los investigadores cotejaron estos datos y tuvieron los análisis de ADN, confirmaron que estaban ante el ‘asesino de la cara feliz’.

Retrato facial de una posible víctima de Jesperson y la imagen de Ylenia Carrisi

LVD

“Ya no buscaba animales para maltratar. Ahora buscaba gente para matar. Y lo hice. Maté una y otra vez hasta que me atraparon”, afirmó Keith que fue juzgado a finales de 1995 por ocho delitos de asesinato en primer grado pese a que, en un principio, aseguró haber matado a más de 160 personas. Los investigadores jamás pudieron confirmar tantas muertes y el tribunal lo condenó a tres cadenas perpetuas consecutivas sin posibilidad alguna de pisar la calle.

A las víctimas “nunca se les hizo justicia”, aseveró la hija de Jesperson cuyo único deseo para su padre era “la pena de muerte por lo que hizo”. Nunca volvió a hablar con él: “¿Qué clase de relación podría tener con él, si no es capaz de sentir empatía ni compasión o de ser honesto?”. Y es que “un buen padre no tortura animales frente a sus hijos ni asesina ni viola a mujeres”.

Jesperson, una vez condenado a tres cadenas perpetuas

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Veinte años después del veredicto, el nombre de Keith Jesperson apareció de nuevo en todos los medios de comunicación. La identidad de Ylenia Carrisi, hija de Al Bano, se barajó como posible víctima número 8 del ‘asesino de la cara feliz’. El forense Paul Moody, al que le quedaban pocas semanas para jubilarse, necesitaba cerrar el caso. Llevaba dos décadas tratando de identificar uno de los cadáveres de Jesperson, así que lo escribió, se reunieron en la cárcel y este le explicó con detalle dónde recogió a la muchacha, cuántos años tenía y su nombre. Se hacía llamar Susanne y quería viajar a Las Vegas. Le enseñó una fotografía, la de Ylenia, y el criminal reconoció haberla matado.

El relato cuadraba a la perfección con la historia, pero cuando analizaron los restos del cuerpo y los compararon con el ADN original de Carrisi, todo quedó en nada. Susanne no era Ylenia y, a día de hoy, nadie ha podido reconocer ese cadáver sin nombre. Mientras tanto, Jesperson pasa sus días pintando en su celda y dejando claro que, pese a los crímenes, “¡no soy un monstruo!”.