Nunca un lobo con piel de cordero despertó entre la opinión pública tanta animadversión como la noticia de la desaparición de dos hermanos, Ruth y José. La investigación de lo que en un principio se creyó un secuestro obra de algún pederasta, dio un vuelco: con el paso de las horas y tras interrogar al progenitor, todo indicaba que éste no decía toda la verdad. Gracias a las cámaras de tráfico se pudo saber que José Bretón no iba en el coche con los niños, tal y como aseguraba.
El testimonio de que había perdido a sus hijos en el parque Cruz Conde de Córdoba a las 18.40 horas quedaba en tela de juicio. A esto hay que sumarle la deficiente investigación por parte de la Policía Científica de la localidad.
En un primer registro del domicilio paterno -Las Quemadillas- encontraron una hoguera con algunos restos óseos que certificaron que procedían de un animal. En concreto, de un perro. Como se supo tiempo después, aquello fue una negligencia en toda regla, ya que en análisis posteriores se demostró que correspondían a los de dos niños de seis y dos años. Esto es, a los de Ruth y José.
Finalmente, en octubre de 2012, once forenses y peritos ratificaron ante el juez instructor que los restos óseos encontrados en la finca de Las Quemadillas eran humanos. En la actualidad, los huesos de estos pequeños ya descansan en paz en Huelva.
¿Tocado de la guerra?
La infancia de José Bretón Gómez (Córdoba, 1973) transcurrió en el barrio de La Viñuela en el seno de una familia de clase media. Estudió en un colegio religioso y se enroló en el ejército. Según algunos de sus compañeros, Bretón ejerció como cabo de Infantería en la base cordobesa de Cerro Muriano, donde aparentaba ser un chico normal y buen compañero. En 1994 participó en algunas misiones en Bosnia, donde sufrió malas experiencias que le hicieron abandonar las armas.
Tras su salida del ejército conoció a su mujer, Ruth Ortiz. Ella estudiaba Veterinaria en Córdoba y en 2002 decidieron casarse. A los once meses se trasladaron a Almería y posteriormente a Huelva. Tuvieron dos hijos, Ruth y José.
En septiembre de 2011, su mujer le planteó separarse y seguir viviendo con los niños en el domicilio familiar. Ese primer intento provocó que Bretón acabara pidiendo ayuda psiquiátrica. La situación era del todo insostenible, así que Ruth decidió continuar con los trámites de separación.
A partir de ese instante, comenzó una venganza en toda regla. Así describen algunos expertos y la propia Ruth los trágicos acontecimientos posteriores que derivaron en la desaparición y el asesinato de los dos niños.
Un lobo con piel de cordero
El matrimonio de Bretón y Ruth fue un calvario para esta última. Según declaró ella al psicólogo Francisco Márquez Pérez, estuvo “viviendo con un lobo vestido de cordero”, ya que sufría continuos maltratos psíquicos. Durante las sesiones con el especialista, Ruth describió a José como un hombre “controlador, machista, celoso y obsesivo”. La tenía completamente anulada y presentaba un “estado depresivo, miedo, pérdida de autoestima, trastorno de la alimentación y del sueño”.
Sin embargo, cuando se realizaron los primeros informes psiquiátricos a Bretón a raíz de la desaparición de los niños, se llegó a la conclusión de que había vivido “situaciones en las que él se encontraba rehén y sumiso de una situación familiar determinada” y que, por tanto, era poco probable que maltratase a su mujer.
Asimismo, expertos como el psiquiatra forense Miguel Gaona declararon en sus valoraciones que Bretón no tiene ningún trastorno de personalidad y que “su perfil psíquico no es congruente con los que se suelen encontrar en una persona que maltrata o es machista”. En este punto se refieren a actos como, por ejemplo, limpiar la casa, planchar, cocinar, llevar a los niños al colegio y cuidarlos, etcétera. Este tipo de hechos no son propios de un maltratador, de ahí la incongruencia de sus actos al asesinar -como se comprobó en el juicio- a sus hijos.
No obstante, la imagen de Bretón que tenían sus familiares, amigos y vecinos dista mucho de la que tiene su ex mujer. De puertas para fuera se muestra como un hombre educado, cortés, cariñoso, buen padre y compañero, atento incluso. Aquí se puede añadir la típica frase: “Era buena persona. Me cuesta creer que fuera capaz de hacer algo así”. Sin embargo, las pruebas hablaron por sí solas y José fue condenado a cuarenta años por un doble parricidio.
Simulando el secuestro
Sábado 8 de octubre de 2011, 18.40 horas de la tarde. José Bretón da la voz de alarma en el parque Cruz Conde de Córdoba alertando de la desaparición de sus dos hijos de seis y dos años. Según su propio relato, esto se produjo por un despiste suyo mientras los pequeños supuestamente jugaban en los columpios. Según había acordado con su exmujer, éste era el fin de semana que pasaba en Córdoba con los pequeños, a los que previamente había recogido en Huelva.
Horas antes de la desaparición, Bretón accede a la finca familiar de Las Quemadillas, donde come con sus hijos. Mientras los niños almuerzan, él aprovecha para hacer una hoguera en el patio de la finca con el fin de quemar viejos recuerdos. Después de la siesta, coge su coche y los lleva al parque. Es entonces cuando desaparecen. Así fue la llamada de Bretón al 112.
Bretón llama por teléfono denunciando los hechos, pero tal y como se confirmó posteriormente, esta llamada no se hace desde el parque sino desde la finca. A esto hay que añadir que en ningún momento las cámaras de seguridad del parque graban a los niños, sino exclusivamente al presunto parricida. Por tanto, no hay constancia alguna de que llevase a sus hijos al parque.
Al día siguiente, la exmujer interpone una denuncia contra Bretón por supuestas “vejaciones y presiones” durante el proceso de separación. Los medios de comunicación comienzan a señalar a Bretón como el único sabedor del paradero de sus hijos y la portavoz de la familia, Esther Chaves, pide que “no se acuse ni se juzgue a nadie”. Y añade: “Todo el mundo tiene derecho a la presunción de inocencia”.
Se procede al primer registro de la finca paterna de Las Quemadillas, donde la Policía Científica halla restos óseos en la hoguera que Bretón había hecho el día anterior. Según los análisis forenses, corresponden a un perro. A su vez, se inicia el rastreo de todos los posibles lugares donde pueden estar los niños, incluido el río Guadalquivir.
Mientras tanto, José Bretón acude a la policía en calidad de denunciante junto a tres testigos que avalan su testimonio. Pero tras el análisis de las imágenes de las cámaras de seguridad del parque, el registro del domicilio urbano de los abuelos y las continuas contradicciones en la declaración de Bretón, la policía decide detenerlo.
Un segundo registro en Las Quemadillas prorroga la estancia del detenido en la cárcel, donde ingresa sin derecho a fianza por un delito de “detención ilegal cualificada de desaparición de menores” y otro de “simulación de delito”. Las autoridades continúan con la búsqueda de los niños mientras Bretón mantiene su versión del secuestro a pesar de las incongruencias horarias.
La policía analiza más imágenes de cámaras de seguridad de tráfico del recorrido al parque y de la puerta de Las Quemadillas. En ningún momento se ve a los niños con su padre.
Dos meses después de la desaparición, Bretón escribe una carta desde prisión pidiendo “buscar y encontrar a nuestros hijos” y señala que podrían encontrarse en el extranjero. Se activa el código de búsqueda internacional a través de la Interpol, pero las pesquisas son infructuosas.
Llegadas las Navidades de 2011, el supuesto parricida inicia una huelga de hambre y su exmujer, Ruth Ortiz, decide visitarle en prisión. Se le elaboran varios informes psicológicos y psiquiátricos que aseguran que Bretón no padece ningún trastorno mental.
Más cerca de la verdad
A los seis meses de la desaparición de los niños se levanta el secreto de sumario. Es entonces cuando comienza la retahíla de testimonios señalando a Bretón como un hombre celoso que ha matado a sus hijos por venganza. El acusado declara hasta en dos ocasiones ante el juez afirmando que perdió a los niños en el parque. Mientras tanto, se efectúan nuevas búsquedas en la finca paterna para encontrar más pruebas que aclaren el caso.
Cumplidos diez meses de la desaparición de los niños, el 27 de agosto de 2012, la familia de Ruth Ortiz confirma gracias a la Unidad de Delincuencia Especializada y Violencia de la Policía Judicial (UDEV) que los restos óseos encontrados en la hoguera corresponden a los de dos pequeños. La polémica está servida y los medios de comunicación cargan contra la perito forense que había certificado que aquellos restos eran de animales. Se había producido una negligencia en toda regla.
El 5 de septiembre, el juez instructor número 4 de Córdoba acusa al parricida de dos delitos de asesinato con alevosía con la agravante de parentesco. Asimismo, el equipo de antropólogos forenses de la Universidad Complutense de Madrid ratifica la versión de la UDEV afirmando que, aunque los restos están muy deteriorados, son “inequívocamente humanos” y de dos niños pequeños.
Una nueva huelga de hambre por parte del acusado pretende llamar la atención y ablandar a la opinión pública. Las autoridades continúan con la investigación tomando muestras de ADN de Bretón y analizando su terminal móvil. Un informe certifica que su hermano Rafael lo había manipulado con el fin de eliminar algunas conversaciones presuntamente comprometedoras.
El 28 de septiembre, Josefina Lamas, la primera perito de la Policía Judicial que explicó en un informe que los restos óseos encontrados en Las Quemadillas eran de animal, rectifica ante el juez instructor y pide perdón a la familia. Ella y otros once forenses y peritos corroboran también que, efectivamente, dichos restos eran humanos.
Cumplido un año de la desaparición de Ruth y José, la madre solicita judicialmente que le entreguen los restos de la hoguera para ser enterrados. El juez instructor del caso lo rechaza hasta que no haya una sentencia firme. La Fiscalía pide para Bretón cuarenta años de cárcel por dos presuntos asesinatos con agravante de parentesco y una indemnización de seiscientos mil euros para su exmujer.
Ni rastro de trastornos mentales
El 17 de junio de 2013, se inicia el polémico juicio contra José Bretón en el que un jurado popular, compuesto por siete mujeres y siete hombres, tuvo que decidir si el acusado era culpable o no de haber matado a sus dos hijos. Durante las casi cuatro semanas que dura la vista judicial, se pudo escuchar el testimonio de Bretón negando que les hubiera suministrado pastillas para matarlos: “es completamente falso”, dice; también afirma que para él la “mayor alegría” de su vida fue tener a sus hijos, que los quiere “con locura” y, por último, afirma: “Me ha tocado la labor de padre y la voy a defender siempre”.
Y cuando el Fiscal le pregunta si “¿estaba preparando las cosas donde iba a matar a sus hijos al día siguiente?”. El acusado sentencia con un “eso que está usted diciendo es completamente falso”. Además, añade ser completamente inocente de los hechos que se le imputaban.
Me ha tocado la labor de padre y la voy a defender siempre”
Durante los días sucesivos se habla mucho acerca del lenguaje verbal y no verbal empleado por Bretón durante el juicio. Sorprendía la excesiva tranquilidad y frialdad que desprendía en sus declaraciones. No se muestra nervioso ni alterado durante la narración de los hechos. Incluso revela conocer a la perfección el sumario y su defensa, hasta el punto que el juez tuvo que llamarle la atención por darse aires de abogado. Ni siquiera se inmuta cuando su exmujer, Ruth Ortiz, le llama “monstruo” o “asesino”. Aquella actitud hizo dudar de su inocencia.
Entre las declaraciones más polémicas nos encontramos con la del primo de Ruth Ortiz, Juan David López, que asegura que Bretón le dijo “hasta tres veces” que había matado a los pequeños y que “no iba a encontrar nunca más a los niños con vida”.
Este testigo se entrevista con el acusado en tres ocasiones. Durante dichas sesiones, Bretón le pide que lleve a su exmujer a la cárcel, que “no sabía cómo hacerlo, me gustaría decir la verdad, pero cómo se lo cuento a mi padre” y que la Policía no le va a pillar -ambos hablaban acerca de que los niños estaban ya muertos-.
Por otra parte, los padres y hermanos de Bretón se niegan a declarar, pero sí lo hace su cuñado, que afirma que Bretón es el “responsable de su desaparición o de hacerlos desaparecer”, pero no de su asesinato. Otro testimonio relevante es el del comisario Serafín Castro, que asegura que los niños estaban muertos.
Recopilados todos los informes de los peritos y forenses, psicólogos y psiquiatras, de los expertos en telecomunicaciones y de los testigos, José Bretón se declara inocente de los hechos que se le imputan. Tras tres días de deliberación, el 12 de julio de 2013, el jurado popular de la Audiencia Provincial de Córdoba le declara culpable del asesinato de sus hijos, Ruth y José, y lo condena a veinte años de prisión por cada una de las muertes, además de la simulación de un delito de detención ilegal o secuestro de menores.
Según relata el portavoz del jurado popular, “el acusado José Bretón Gómez, prevaliendose de su condición de padre y de su mayor fuerza física, confianza de los niños y autoridad sobre ellos, acabó con la vida de sus hijos Ruth y José Bretón Ortiz”.
Estrella mediática
Días después del veredicto de culpabilidad y ya en la prisión de Villena (Alicante), el parricida se mostraba contento por ser el objetivo mediático de la opinión pública. De hecho, algunos presos aseguraron que alardeaba del interés que se había creado en torno al caso y que a los de mayor confianza incluso les había confesado: “Voy a tener que decirle a mi padre que me deje de ingresar los sesenta euros semanales porque los de la tele van a forrarme”.
En marzo de 2014, José Bretón interpuso un recurso de casación ante el Tribunal Supremo contra la confirmación de la sentencia dictada por el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía por, entre otros motivos, una vulneración de los derechos fundamentales a la presunción de inocencia. Finalmente, el 9 de julio de ese mismo año, el Alto tribunal ratificó la condena de cuarenta años de prisión por matar e incinerar como venganza a sus dos hijos, Ruth y José, desestimando el recurso presentado por la defensa del acusado.
También fue enjuiciado por un supuesto delito de malos tratos psíquicos de Bretón a su exmujer en julio de 2014. Pero finalmente, la sentencia dictaminó que no había “absoluta certeza” en la existencia de rasgos o huellas de violencia psíquica. Por tanto, quedó absuelto de dicho delito.
Sus continuos problemas de adaptación en la cárcel de Villena -funcionarios del sindicato Acaip aseguran, entre otras cosas, que terminó poniéndose tapones en los oídos tras quejarse de los ruidos de otros presos al masticar- motivaron su traslado a distintas prisiones, hasta llegar finalmente a la de Herrera de la Mancha (Ciudad Real). Parece ser que el exmilitar se mostraba en Alicante como “un tipo metódico y enfermo de la limpieza. Gasta tres rollos de papel higiénico a la semana y no toca nada si no lo ha limpiado antes”.
Los primeros permisos
Ya en octubre de 2016, Bretón intentó suicidarse infligiéndose dos cortes en el cuello. Sin embargo, su abogada Bárbara Royo aseguró por entonces que todo apuntaba a que fue una agresión por parte de otro preso. Tras permanecer varias semanas en el Hospital General de Ciudad Real, regresó a la cárcel donde desde hace dos años reside en el módulo de enfermería. Goza de un régimen penitenciario de segundo grado y es un preso no conflictivo, con “buen comportamiento” y sin partes ni sanciones por parte de la Junta de Tratamiento, confirma su letrada a La Vanguardia.
Hoy por hoy, José Bretón no ha tenido nuevos intentos de suicidio y continúa recibiendo visitas en la cárcel, como la de su madre que siempre ha creído en su inocencia. Asimismo, y como dictamina la ley, cuando cumpla la cuarta parte de su condena –siete de los veinticinco años- podrá disfrutar de beneficios penitenciarios. Entre ellos, permisos de salida ordinarios. Por tanto, el ex militar podría pisar por primera vez la calle a principios de 2019.