‘The Undoing’ o cómo todo puede fallar en una serie de seis episodios
Antirecomendación
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Kidman y los otros
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Hay que reconocer el don de una serie para atraer la mirada del público y generar conversación. En la era del Peak TV, donde hay más series de las que podemos consumir en tres reencarnaciones, no se trata de un cometido fácil. Quizá sea hora de reconocer que The undoing comenzó como una serie decepcionante, se convirtió en un bodrio y ha acabado haciendo un ridículo espantoso pero como mínimo nos ha divertido desde finales de octubre. Puede sonar cínico pero este otoño no hubiera sido el mismo sin Nicole Kidman en televisión y con el vestuario que habían descartado para Prácticamente Magia (1998).
Que The undoing era un proyecto fallido desde que Nicole Kidman se vio implicada en un caso de asesinato y su marido, interpretado por Hugh Grant, desaparecía sin dejar rastro siendo el principal sospechoso. Las piezas no encajaban. La sexualidad desconcertante de la víctima llevaba a pensar que iba por el camino del thriller sexual. ¿Aunque no es bochornoso que el guionista David E. Kelley y la directora Susanne Bier muestren el personaje de Matilda de Angelis como un ser turbio por amamantar a su bebé en público en pleno 2020?
Desde ese piloto con una directora tan desubicada como la terapeuta (el aroma de telefilm teletransporta al sábado por la tarde independientemente del día y la hora en los que se consuma la serie), el thriller de HBO ha ido cuesta abajo y sin frenos. Todo fallaba. Pero quizá habría que destacar una actriz principal empeñada en mover los músculos de la cara y unos guiones que no han cumplido con un requisito indispensable: crear personajes sólidos o por lo menos funcionales en una investigación por asesinato que no daba para seis episodios.
A partir de este punto, spoilers de toda la temporada
Sólo hay que ver la terapeuta llamada Grace Fraser: en el episodio piloto la vendían como brillante (no quiero ni pensar en los cientos de dólares que cobra por sesión) pero durante toda la serie demostraba ser cualquier cosa menos inteligente. Una cosa es que estuviera descolocada (nadie quiere pensar que su marido puede ser un asesino) y la otra es que todas sus elecciones sean un despropósito.
Por ejemplo, al principio es inevitable pensar que Grace sabe más de lo que deja entrever y que por este motivo tiene una actitud tan nefasta con la policía. Pero no. Con el tiempo se descubre que efectivamente no tenía ni idea de la relación adúltera de su marido. ¿Por qué se vuelve una mujer desequilibrada cada vez que habla con la policía? Ni idea.
Estamos hablando de la terapeuta que deja a su hijo de la mano de Dios durante el proceso más doloroso de sus vidas, que no le ofrece apoyo psicológico (lo normal es que llamara a una colega de profesión para que hablase con Henry) y que tampoco vigila que no consuma noticias que no le convienen. Es quien lleva a su hijo en las jornadas más duras de juicio y, en cambio, por necesidades del guión sí lo manda a la escuela cuando ella declara (claro, David E. Kelley necesitaba que el padre lo pudiera secuestrar).
Es la brillante terapeuta que nunca intenta indagar en el pasado de su marido aunque las piezas no encajan desde un buen comienzo (y alguien tendría que explicar cómo puede ser que los padres de Jonathan estuvieran en la boda pero nunca más les volvieran a ver el pelo y ella no sospechara nada). Y sobre todo Grace es esa mujer que veía el matrimonio de sus padres como idílico porque Donald Sutherland le regalaba muchas joyas a su mujer. Sólo espero que tus clientes, Grace, reciban unas conclusiones menos frívolas.
Grace es una terapeuta implacable con los pacientes pero que valora el matrimonio de sus padres en función de las joyas que le regalaba él a su madre”
Y lo peor es que no es el único desecho de personaje. Mientras Grace caminaba por Manhattan como una presencia sobrenatural, Hugh Grant se tenía que conformar con un personaje desarrollado a base de giros inverosímiles (la forma en la que se expone la verdadera naturaleza del oncólogo es para echarse a reír de tan descarada y arbitraria).
Donald Sutherland debía compensar con su enorme presencia unos diálogos de vergüenza ajena (no, no es buena idea colocar a un hombre altísimo de 85 años intimidando al director de una escuela de primaria haciendo metáforas sobre penes) y con la sospecha (finalmente infundada) que tendría más importancia en la trama; y el hijo interpretado por Noah Jupe, Henry, se paseaba como alma con pena (y tiene mérito que la única vez que le quitan el móvil sea cuando se escapa para reunirse con un padre que ya sabe que es un psicópata asesino).
Pero, bueno, estos personajes son pura introspección en comparación con los papeles secundarios interpretados por actores del nivel de Édgar Ramírez ( El asesinato de Gianni Versace ), Lily Rabe (American horror story), Noma Dumezwni (Hermione de Harry Potter en el West End de Londres y en Broadway) o Sofie Gråbøl ( The killing ). Los seis episodios están repletos de incesantes miradas de Nicole Kidman con cara de shock, dilatando la trama tanto como pueden, y David E. Kelley no es capaz de sacar sustancia a los personajes, de definirlos, de hacer menos obvio que son meros instrumentos de la trama.
Cuando ya empiezas a pensar que la amiga interpretada por Rabe será la amante de Jonathan o la asesina (la mentalidad televisiva te hace pensar que tiene que aportar más a la trama, que no puede ser una extra con frase glorificada), como espectador descubres que estaba allí por una simple razón: filtrar a la fiscalía que Jonathan tenía un historial que indicaba psicopatía. ¿Y puede tener Matilda de Angelis un personaje menos agradecido? Es la víctima, le destrozan la cara a martillazos pero la mirada de Bier no deja de retratarla como una enferma porque era sexualmente activa.
Es incomprensible que David E. Kelley, autor de series de abogados como 'Ally McBeal' y 'El abogado', escriba un juicio aburrido y sin tensión”
El error más incomprensible, sin embargo, puede que sea que David E. Kelley, autor de series míticas como Ally McBeal, El abogado o Boston Legal, escriba un juicio final aburrido, ayudado por una Susanne Bier que cree en todo momento estar construyendo una atmósfera mucho más sugestiva de lo que es. No hay tensión, no hay drama, ni tan siquiera la hay cuando Grace y su padre se suben a un helicóptero para sumarse a la persecución policial de Jonathan, una resolución absurda para tener a los personajes principales en el mismo sitio y ofrecer un clímax dramático que no llega.
Debe haber pocos cierres menos satisfactorios para un whodunnit. Kelley no ofrece ninguna sorpresa en una serie que siempre dejaba entrever que faltaban conocer nuevos datos, las condiciones que posibilitan la reunión final son difíciles de comprar (repito: el helicóptero) y, como los personajes están tan mal escritos como las relaciones entre ellos, no hay donde agarrarse a nivel emocional. Kidman se reúne con su hijo, aparecen los títulos de crédito y te sientes más estafado que cuando el banco te cobra intereses.
El fracaso de The undoing sería menos decepcionante si no viniera del tándem formado por HBO, Nicole Kidman y David E. Kelley, que habían colaborado juntos en Big little lies con una primera temporada que debe ser de lo mejor que hemos visto este milenio en televisión, y si no fallasen todos los elementos menos un Sutherland que tiene tanta presencia como altura (ese 1,92 se nota). Pero, como decíamos al comienzo de este artículo, también tiene su cara positiva: el ridículo es tan espantoso (es todo tan cuadro) que acaba por tener una cualidad hipnótica. No puedes apartar la mirada mientras ves a los implicados caer más bajo de lo que podías imaginar.
Este ridículo tan espantoso, este cuadro de serie, también tiene su cualidad hipnótica: otoño no hubiera sido lo mismo sin 'The undoing'”