'Adolescencia' de Netflix es prodigiosa y una de las series del año

Crítica

Stephen Graham consigue lo imposible: cuatro planos secuencia de una hora que, en vez de caer en el artificio estético, concilian el drama realista, la esencia británica y el prodigio técnico

Owen Cooper es Jamie Miller y está PERFECTO, incluso con la presión de la producción.

Owen Cooper es Jamie Miller y está PERFECTO, incluso con la presión de la producción.

Courtesy of Netflix

Dos agentes de policía tienen una conversación en el coche, en el arranque de Adolescencia. Esperan a la ejecución de una operación. Él tiene una conversación por teléfono con su hijo, que finge estar enfermo para no tener que ir a la escuela. Cuando llega el momento, salen del vehículo para entrar por la fuerza en un domicilio. Son las seis de la mañana y los residentes, un matrimonio y sus hijos adolescentes, no entienden qué sucede: por qué tienen que agacharse y poner las manos en alto. El operativo tiene una orden: arrestar al principal sospechoso de un asesinato que acaba de tener lugar en la localidad.

El presunto asesino, al oír el alboroto, se mea encima en el pijama que lleva puesto. Es un niño de trece años. Le permiten cambiarse. De camino a la comisaría, el detenido tiene un curso acelerado sobre el proceso policial que le espera, cuáles son sus derechos y cómo, siendo menor, tiene derecho a ser interrogado acompañado de su padre. Y, en la sala de interrogatorios, ese padre puede hacerse a la idea de cuál es la situación: su hijo es acusado de haber apuñalado hasta la muerte a una compañera de clase, antes de irse a la cama la noche anterior, como cada día.

Stephen Graham, cocreador y el sufrido padre del supuesto asesino.

Stephen Graham, cocreador y el sufrido padre del supuesto asesino.

Courtesy of Netflix

La primera forma de vender la novedad de Netflix es instintiva: Jack Thorne y Stephen Graham, que colaboraron en la traumática The Virtues, presentan desde el realismo una de las peores pesadillas que puede tener un padre o una madre. Es la idea de que, en ese tortuoso proceso de maduración que es la adolescencia, la bondad infantil se puede deformar hasta el asesinato de otro ser humano. Es el desafío a esa imposibilidad de que el niño que criaste, al que has preparado el desayuno, al que has dado el beso de buenas noches, al que has educado como buenamente has podido, pueda ser un monstruo.

Sin embargo, la vertiente más emocional no es la única forma de recomendar esta Adolescencia estrenada por Netflix este jueves y de defender que estamos ante una de las obras más interesantes y prodigiosas de este año (y sí, me atrevo a decir que en diciembre lo continuará siendo). Y es que la escena narrada en los dos primeros párrafos, que incluyen dos desplazamientos con vehículos, cambios de escenarios, puertas y más puertas que se abren y cierran, llantos y gritos desesperados, y momentos de movimiento y otros de intimidad, está rodada como un plano secuencia. Es una hora prodigiosa donde este recurso a veces artificioso, casi chulesco, se pone al servicio de la situación.

En los tres episodios restantes que completan la brevísima temporada, el plano secuencia se mantiene como elección narrativa. Sin entrar en detalles, el segundo capítulo muestra a los agentes entrando en la escuela del acusado y la víctima para, entre quizá más de un centenar de alumnos, abordar la esencia de la adolescencia y la dureza de ese entorno que es la educación secundaria. En el tercero, casi la totalidad del episodio tiene lugar alrededor de una mesa y con solo dos personajes: el acusado y una terapeuta. Y, finalmente, el cuarto y último muestra el cumpleaños del padre, interpretado por el propio Stephen Graham, mientras debe enfrentarse a cómo la acusación y los hechos han afectado a la familia.

Los planos secuencia (uno por capítulo y sin que haya momentos en los que se vea ninguna trampa) obligan a plantearse cómo dos creadores optan por complicarse tanto la vida. Cada entrega implica la coordinación de más de un centenar de personas (o de dos centenares), con escenas con actores y figurantes prácticamente sin experiencia. En ningún momento se puede ver que el guion renuncie a ningún elemento para facilitar la dirección de Phillip Barantini: solo hay que ver como en el segundo capítulo, en la visita a la escuela, se suben y bajan escaleras, suena la alarma de incendios, decenas de alumnos tienen que salir al exterior y hasta tiene lugar una paliza, con todos los presentes vendiendo una verosimilitud televisiva (y no teatral, que es uno de los riesgos que podría correr esta planificación).

Erin Doherty es una terapeuta en el tercer capítulo.

Erin Doherty es una terapeuta en el tercer capítulo.

Courtesy of Netflix

Es, por lo tanto, una genialidad técnica, muy voluntaria, cuya mayor virtud reside en la forma en la que el plano secuencia acompaña y transforma su intencionalidad con cada entrega. En el primero, transmite el caos del que se encuentra de golpe y porrazo en el sistema como acusado de asesinato. En el segundo, la naturalidad con la que se mueve por los pasillos y capta instantes cotidianos de la escuela contribuye a definir la psicología adolescente. Y, con respecto al tercero, contribuye a la creación de una atmósfera íntima donde llevar a cabo un cara a cara que encapsula la complejidad del ser humano. Nunca se opta por el esteticismo sino que Graham, uno de los máximos exponentes del realismo británico, mantiene la esencia dramática, realista y local de su trayectoria.

Es extraordinario el trabajo de Owen Cooper como Jamie, que tiene el aspecto adecuado que requiere el personaje, en un arco dramático que obliga a inspeccionar el entorno y contexto en el que los jóvenes se ven obligados a crecer: de dinámicas nocivas en las redes sociales, de mensajes de masculinidad tóxica que les llegan a través de la pantalla cuando están solos en su habitación, de aceleración de la sexualidad (y la presión social que sienten los menores), y de hasta qué punto los modelos que ofrecen los padres afectan a los hijos (y hasta qué punto esta autocrítica no necesariamente se debe convertir en culpa). Adolescencia nunca plantea la historia como un misterio sino como un drama humano que hace florecer estas cuestiones.

¡Cómo se mueve la cámara por la escuela!

¡Cómo se mueve la cámara por la escuela!

Courtesy of Netflix

No se me ocurre ninguna otra serie que se haya entregado a una misión creativa tan complicada y desde la humildad, consciente que el alarde técnico debe acompañar siempre a la historia y ayudar a amplificar su potencia. Es simplemente alucinante.

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