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El disgusto de Junts

Jordi Turull tenía razón ayer cuando, a preguntas de un periodista en rueda de prensa para anunciar que retiraba la cuestión de confianza, desvinculó el método y los resultados negociadores de Junts respecto a los de ERC. Y es que, si se va a la letra pequeña, parece evidente que el PSOE se ha movido mucho más desde que los de Carles Puigdemont le condicionan. Pero ¿quién va al detalle, hoy en día?

De los indultos parciales y del decir que la amnistía era imposible, a aprobar una, eso sí, aún por aplicar íntegramente. Del retirar la palabra a diputados por hablar catalán en el Congreso, a hacerlo oficial junto al euskera y al gallego. De decir que la ley ómnibus era intocable, a trocearla.

La ejecutiva de Junts tras decidir que rechazaban la cuestión de confianza y seguir la recomendación del mediador internacional. 

Andrea Martínez / Propias

El reclamo del mediador ha sido muy oportuno para Sánchez y para Puigdemont

Y así podríamos seguir enumerando una serie de hechos que han removido el tablero desde que Junts entró en la ecuación de la aritmética parlamentaria, gracias a un improbable resultado electoral que a los primeros que sorprendió fue a los juntaires y que al primero que fastidió fue a un Pedro Sánchez que vivía muy tranquilo con los socios que tenía hasta entonces. Pero eso no es suficiente, ni para los de Puigdemont ni, sobre todo, para el votante independentista.

En esa tesitura se ven atrapados los de Junts, que dicen haber otorgado otra prórroga al gobierno del PSOE, pero que en realidad se la están dando a sí mismos porque, de romper, ahora sufrirían mucho en un escenario de adelanto electoral.

Y es que, al no ir casi nadie a la letra pequeña (y este es el triste mundo que vivimos, pero es mayoritariamente así en todos los registros y franjas de edad), hoy, de cara al votante catalán que pide calma después de la tormenta y resultados en clave de progreso en su cotidianidad, Junts no se dibuja como la gran respuesta a sus males, sino más bien como sinónimo de ruido, alboroto y, para los más sensibles, como molesta “mosca cojonera”. Para ellos, en este sentido, Junts no es CiU.

En contraste, para el votante independentista más fan del mambo, tampoco Junts es el partido que nació como lista electoral y blandiendo la antorcha del legitimismo de las instituciones anuladas por el 155, con el lema “Puigdemont, el nostre president”. Porque después de unos años compitiendo con ERC a ver quién era más independentista, y efectivamente ganando a los de Junqueras esa partida a ojos de muchos, ahora Junts compite básicamente con ERC a ver quién arranca más concesiones al PSOE.

De ahí la necesidad de la prórroga que ayer se anunció como respuesta a un reclamo muy oportuno del mediador internacional, no solo para Sánchez, también para Junts. Pero ni la prórroga podrá ser eterna, ni podrá ser la siguiente de una ristra de ellas, ni puede acabar con avances difusos o a medias. Porque, si algo de eso sucede, Junts habrá pasado de anunciar dos disgustos para Sánchez (el que le dio al tumbar la ley ómnibus y el que dijo ayer que tendrá el presidente si en breve no pasan cosas de calado), a tenerlo los de Puigdemont en las urnas. Y éste sí podría ser a ojos de todo el mundo, en mayúsculas.