En contra de la percepción que tiene la opinión pública, la amenaza terrorista en estos momentos en España es mayor que la que había en marzo del 2004, cuando tuvieron lugar los atentados yihadistas contra los cercanías de Atocha en Madrid, según aseguran a La Vanguardia fuentes de los servicios de inteligencia. En estos últimos veinte años, el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) ha adaptado sus estructuras en función de la metamorfosis que ha sufrido el terrorismo, marcada por la atomización de grandes organizaciones. Los frentes desde los que puede proceder un atentado terrorista en territorio europeo se han multiplicado, pero hay uno que preocupa especialmente sobre el resto: el Sahel.
Esta zona africana de gran inestabilidad –marcada por los golpes de Estado militares, la expansión de mercenarios rusos y la retirada de tropas occidentales– es la elegida por la mayoría de grupos terroristas para establecer sus bases desde donde planear y coordinar posibles ataques terroristas. Y es allí donde el CNI tiene puesta gran parte de su mirada, dedicando un buen número de efectivos para obtener información de las tripas de las organizaciones, según las mismas fuentes. Una información que es compartida con multitud de países, tanto occidentales como musulmanes, que tienen como interés común combatir el yihadismo.
La evolución del terrorismo
Era más sencillo luchar contra las grandes estructuras que contra grupúsculos
Esa lucha, hoy en día, no se entiende sin la cooperación internacional. Al Qaeda y el Estado Islámico ya no gozan de la hegemonía del terrorismo mundial; han ido apareciendo infinidad de filiales con un alto grado de autonomía que están expandiendo sus tentáculos. Era más sencillo luchar contra las grandes estructuras claramente identificadas que contra la multitud de grupúsculos que están aflorando. Buena parte de la presencia de la OTAN en las fronteras de Afganistán durante casi dos décadas no se explicaría sin la necesidad de mantener a raya a los yihadistas. Ahora existe cierta incertidumbre en el CNI por la situación en Irak, donde milicias proiraníes hostigan a las misiones militares internacionales contra el terrorismo yihadista.
El riesgo cero no existe, pero que una organización estructurada actúe en suelo español es muy poco probable, según expertos en la lucha antiterrorista. La principal amenaza son los actores solitarios, que sufren autoradicalizaciones marcadas por el fácil acceso a la propaganda yihadista en las redes sociales. Esos procesos de radicalización suelen ser en numerosos casos tan exprés que obligan a precipitar las detenciones para prevenir. Esta es otra de las grandes diferencias que ha experimentado la lucha antiterrorista. En la época de ETA, una vez que el terrorista era detectado por los servicios secretos, no se le arrestaba hasta que “estaba totalmente quemado”, es decir, se le había podido sacar todo tipo de información a través de intervenciones telefónicas que pudiese asestar un gran golpe a la estructura. Ahora no. Al más mínimo indicio de ataque, se procede a la detención.
11 de marzo de 2004
Los servicios de inteligencia supieron a media mañana del 11-M que no fue ETA
Precisamente esos pinchazos son los que permitieron al CNI el mismo 11 de marzo del 2004 escuchar cómo varios terroristas de ETA investigados negaban la autoría del atentado, que pilló “por sorpresa” al servicio de inteligencia español. En una de las primeras notas informativas que se enviaron a la Moncloa, sobre las 9 horas de la mañana, se descartó la autoría yihadista, que ya en aquel temprano momento estuvo sobre la mesa. A media mañana tenían claro que ETA no había perpetrado el atentado, algo que le costó al CNI quedarse fuera de las mesas de seguimiento y valoración del ataque que se celebraron aquellos días. Algo impensable dos décadas después en esta materia, ya que gracias al modelo integral de su sistema cuenta con valiosa información tanto dentro como fuera de las fronteras españolas para colaborar con policías nacionales y autonómicas.
Los informes más recientes en la lucha contra el terrorismo recogen una radicalización cada vez mayor, “una manera más salvaje de hacer terrorismo”, precisan las mismas fuentes. Mientras antes los ataques estaban dirigidos contra símbolos económicos o políticos –como el World Trade Center–, ahora las sucursales de Al Qaeda o del Estado Islámico hablan de asesinar donde se pueda, cuantos más mejor. Lo hacen a través de propaganda consumida por chavales cada vez de menor edad, de ahí la preocupación actual en las fuerzas y cuerpos de seguridad por el auge de los menores terroristas. Se trata de material audiovisual muy violento, que no solo se encuentra en redes sociales, sino que también penetra por otros canales como videojuegos.
Niños en la era del terrorismo Tiktok
Las organizaciones terroristas conocen a la perfección “la vulnerabilidad que tiene el sistema español” con los menores de 14 años –en referencia a que son inimputables a nivel penal–, por lo que este sector de la sociedad es un caldo de cultivo perfecto para captar adeptos a los postulados yihadistas. Esas captaciones se han trasladado de los espacios físicos como mezquitas al ciberespacio, una transición que tuvo como punto de inflexión la pandemia. Un público poco formado, con la identidad en proceso de formación y altamente influenciable es la combinación perfecta para las organizaciones que ven en la propaganda la forma de acceder a ellos. De ahí que los terroristas se conviertan en expertos de la narrativa audiovisual –no solo perpetrar el ataque, sino grabarlo– para que sea lo más viral posible. Desde los servicios de inteligencia lo califican de “terrorismo TikTok”.