El oro electoral americano, una vez más

Análisis

Este lunes se decide el destino de un escaño en Ourense, que puede ser el quinto cambio en España de un diputado por efecto del voto exterior en sólo un lustro

Un elector gallego votaba el jueves 15 de febrero a las elecciones regionales de Galicia (España), en Sao Paulo (Brasil)

Un elector gallego votaba el jueves 15 de febrero a las elecciones autonómicas de Galicia (España), en Sao Paulo (Brasil)

EFE

Por séptima vez en sus doce elecciones Galicia se ha visto obligada a esperar hasta el recuento del voto exterior, que se efectúa este lunes, para conocer la composición final de su parlamento, pendiente de un escaño de Ourense, que el PSOE aspira a arrebatar al PP. Esta enorme impronta del sufragio procedente del extranjero resulta, en apariencia, de lo más natural, pues la historia de Galicia está escrita en maletas de cartón, sobre todo las de los barcos rumbo a América. Sin embargo, el pasado migratorio constituye sólo la materia prima sobre la que desde la Transición se fueron tomando una serie de decisiones políticas, con consecuencias más que singulares.

Aunque no tendría repercusión alguna en el desenlace del 18-F, el de la clara mayoría absoluta que obtuvo el actual presidente de la Xunta, el popular Alfonso Rueda, el PSOE aparece en condiciones teóricas de hacerse con el que sería su segundo diputado por Ourense, del que se quedó a 112 votos en la noche electoral. Sin embargo, el PP confía en que si los socialistas alcanzan su objetivo, sea a costa del BNG, tradicionalmente muy débil en el exterior, lo que ya le costó dos diputados en el pasado. Pero el partido nacionalista liderado por Ana Pontón cuenta con más margen, pues mientras los populares obtuvieron en la noche electoral el último de los catorce diputados en juego en Ourense, los nacionalistas se hicieron con el penúltimo.

No está en juego la mayoría absoluta del PP, pero por séptima vez en doce elecciones gallegas, hay que esperar al escrutinio de la diáspora

Además en 2020 el BNG logró una histórica segunda plaza en el conjunto de la Galicia exterior, si bien esta por ver el valor de ese precedente, pues la participación fue mínima, con poco más de 5.000 votos, la mitad que cuatro años antes y frente a los casi 30.000 que han llegado esta vez, cifra aún así muy inferior a las que hubo entre 1997 y 2009. En cualquier caso, la distancia en papeletas entre los tres principales partidos en la pugna por los dos últimos diputados resulta muy pequeña lo que anuncia un en principio reñido recuento. Permanece al margen Democracia Ourensana, el partido del estrambótico alcalde de la capital, Gonzalo Pérez Jácome, quien dio la campanada al sacar un diputado, que está más que consolidado aritméticamente.

Hasta ahora se han registrado en Galicia cuatro cambios de manos de un diputado por efecto del voto exterior, los de 1989, 1997, 2009 y 2020. En 1985 la expectativa de que se alterase en Pontevedra el reparto de diputados de la noche electoral quedó finalmente en nada, al igual que sucedió en el 2005 en la misma provincia, en ese caso tras la agonía que supuso dejar ocho días en el aire la a la postre confirmada caída de Manuel Fraga de la presidencia de la Xunta, en plena era, además, del “voto robado”.

Aunque los gallegos suponen apenas el 5,6% de la población española, constituyen el primer grupo en el extranjero. Pero el descomunal peso de la diáspora en el censo electoral de Galicia, del 17,7%, no resulta tan natural como puede parecer a simple vista, sino el producto de toda una ingeniería política, combinada, claro está, con más de una centuria de intenso éxodo al extranjero, al que se sumó el rebrote generado por la gran crisis económica de hace tres lustros.

En Galicia el voto exterior ha cambiado cuatro veces el reparto de diputados de la noche electoral, dos de ellas en Ourense

Aunque a menudo la establezcan incluso catedráticos de Derecho Constitucional, como los autores de un libro repleto de errores de bulto que publicó el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales en 2022, no hay ninguna una relación lineal entre la existencia de un fuerte flujo migratorio al extranjero, pretérito o presente, y el tamaño del censo electoral del exterior. Se ve muy bien al mirar hacia algunas de las mayores diásporas del mundo.

Por ejemplo, mientras en Italia y Portugal sí prima la generosidad electoral con los expatriados, en línea con España, a través de la inclusión automática en el censo de todos los inscritos en los consulados, en Irlanda, con su colosal diáspora, no hay voto en el extranjero. Y en la India, México y Grecia existen tantas restricciones legales que resulta ínfimo.

No hay una relación lineal entre el tamaño de la diáspora y la relevancia del voto exterior

España presenta, además, la gran particularidad de una legislación mutante, con la que en 48 años no se ha parado de abrir y cerrar el grifo de la reserva electoral que se creó en el extranjero a partir del olvidado momento clave de noviembre de 1976. Entonces el Gobierno de Adolfo Suárez implantó el voto exterior, para aprovechar el previsible sufragio afirmativo masivo de los españoles del resto de Europa en el referéndum de la Ley para la Reforma Política. Sin embrago, como esos emigrantes eran “rojos”, el Gobierno suarista pegó un giro inmediato para garantizar que apenas pudiesen votar en las generales de 1977.

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Ahora las compuertas de la reserva electoral de la diáspora están de nuevo abiertas al máximo. Sin embargo, la leve alza de la participación en las últimas generales, tras la supresión de las trabas del “voto rogado”, confirmó que los datos que se tomaban como referencia, los de justo antes de la reforma del 2011, es decir los de las generales del 2008, estaban adulterados por el “voto robado”. Nunca hubo casi 400 000 votantes en el exterior, como aseguran las viciadas cifras oficiales. Llegaron desde fuera de las fronteras casi 400 000 papeletas, lo que significa algo muy distinto, con un fraude a gran escala. En julio, con un censo bastante mayor que en el 2008, pero con más garantías democráticas y sin los partidos políticos en el papel de conquistadores sin escrúpulos en pos del oro electoral americano, hubo poco más de 200 000 sufragios.

El PSOE confía en quitarle al PP un escaño de Ourense del que se quedó a 112 votos; el PP espera arrebatarle uno al BNG

Este censo del extranjero desbocado, por las sucesivas hornadas de latinoamericanos nacionalizados, convertidos en electores sin tener que solicitarlo como sucede en la mayor parte del mundo, se ha cruzado con la fragmentación de la política española, que hace que con frecuencia algunos escaños se adjudiquen por un puñado de papeletas. De este modo se ha disparado la influencia de la diáspora.

Para que baile el escaño en Ourense en principio el PSOE necesita que al sumar los votos del exterior a los escrutados el 18 de febrero el PP deje de cuadriplicarle, pues está en juego el que sería su segundo diputado, a costa del octavo de los populares. Si sucede, tras las de 1989 y 2009, sería la tercera vez que sucede en unas autonómicas en esta circunscripción, la de mayor peso del sufragio del extranjero de todo el Estado.

Representaría, sobre todo, el quinto cambio de un diputado en sólo un lustro en España, después de los de las generales del 2019 y 2023 y los de las vascas y gallegas del 2020, todos a favor del PP, de manera que si lo perdiese hoy se produciría una considerable sorpresa. Como sólo hay constancia de once cambios en los 34 años anteriores, a partir de que en 1985 se empezó a recontar los sufragios del extranjero por separado, desde 2019 se registra un más que apreciable aumento de la influencia política de la diáspora, cuya intensidad se pone hoy a prueba en Ourense. Emerge una vez más el oro electoral de América, continente que aporta más de la mitad del voto exterior gallego.

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