Destrucción y autodestrucción

Opinión

En el Madrid político siempre se ha entendido que la mejor y más rentable guerra (política) es contra Catalunya. Las revelaciones que Manel Pérez publicaba este lunes en nuestro diario así lo reafirman, con una foto clara de lo que fue la guerra sucia en tiempos del gobierno de Mariano Rajoy, que de paso podría retratar al Gobierno de Pedro Sánchez si no mueve aquella Fiscalía que él mismo nos recordó en su día de quien depende.

Y, sin duda, es grave intuir a las claras que un presidente del Gobierno contemporizara con las cloacas para destruir a enemigos políticos (por independentistas), pero aún es más triste constatar que esta dinámica destructiva contra el independentismo no solo podría contar con la complicidad de quien contribuya a tirar tierra sobre el asunto, sino que también ha contado, en Catalunya mismo, con quienes han mojado pan (y ahí siguen) cuando de lo que se trata es de abonarse a la lapidación de colegas independentistas.

ERC se sumó rauda a atacar a Junts, como Colau contra Trias en su día

Estos últimos días hemos vuelto a tener una prueba de ello. Junts consigue una serie de concesiones importantes en el Congreso (modificar un decreto, anular el IVA del aceite o reforma de la ley de Sociedades) y como eso pone al partido de Carles Puigdemont en el centro de la escena, se tiene que emborronar. Ahí la inmigración fue el frente elegido para jugar (irresponsablemente) con ello y tirarlo a la cabeza de Junts. Primero, desde Madrid. Al momento, en Catalunya.

Los de Puigdemont habían conseguido también que el Gobierno del PSOE se comprometiera a delegar todas las competencias en esta materia y, aparte de lo típico de salir a rebajar la importancia de lo pactado, de nuevo se pasó otra frontera, para etiquetar de xenófoba la maniobra de los juntaires.

Ahí, una ERC casi invisible en Madrid, se abonó a la crítica, al duro estilo de Ada Colau cuando se sumó a los ataques contra Xavier Trias y CiU a partir de intoxicaciones publicadas por las cloacas de Interior para destruir su espacio. Sin miramientos. Con el único objetivo de no reconocer nada de positivo en el otro y mirar de destruir a la competencia a toda costa, con cualquier excusa (válida o no).

Jordi Turull y Pere Aragonès en una imagen de archivo

Jordi Turull y Pere Aragonès en una imagen de archivo

EFE/ Toni Albir

Es lamentable que pase, en general, pero si además esto constituye un nuevo capítulo de la guerra sin cuartel que una parte del independentismo promueve a diario en clave de autodestrucción del movimiento, tiene doble delito.

Porque, primero, respecto a pedir las competencias de inmigración, es obvio que un partido independentista, de entrada, debería querer recibirlas todas, sin peros. Y segundo, aún más importante, ¿solo pueden hablar de inmigración la izquierda o los ultras de verdad? No, claro. Porque hablar de inmigración nunca debería estigmatizarse, automáticamente, como estar en contra del fenómeno.

Lo triste es ser consciente de ello y, aun así, utilizar lo que sea en una guerra sin cuartel contra el adversario, aunque eso implique contribuir a la autodestrucción del movimiento independentista, acompañando la tarea de destrucción (por acción u omisión) que otros ahí ya aplican.

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