Café Moka para todos
'Penínsulas'
España ante el dilema de Bab el Mandeb. ¿Podrá Pedro Sánchez mantenerse al margen de la grave situación en el mar Rojo?
Este texto pertenece a 'Penínsulas', el boletín que Enric Juliana envía a los lectores de La Vanguardia cada martes. Si quieres recibirlo, apúntate aquí.
Hace ahora un mes, en ‘Penínsulas’ llamamos la atención sobre la Puerta de las Lágrimas y los problemas que se estaban avecinando en el mar Rojo. Faltaba poco para Navidad y quisimos rendir homenaje a Julio Verne que en la novela Veinte mil leguas de viaje submarino hace navegar el enigmático ‘Nautilus’ por el estrecho de Bab el Mandeb en busca de un canal submarino que sólo conoce el capitán Nemo y que conduce al Mediterráneo por debajo de la península del Sinaí. Hace un mes, la crisis de Bab el Mandeb era un esbozo. Hoy es una preocupante realidad como pueden comprobar en el mapa que acompaña estas líneas. La cuesta de enero empieza en la Puerta de las Lágrimas.
La Vanguardia viene prestando mucha atención a este tema desde el primer momento ya que la paralización total o parcial de una gran ruta de transporte marítimo siempre tiene consecuencias económicas y políticas. Cada vez que Estados Unidos ha visto en riesgo el control del canal de Panamá no han tardado en pasar cosas en ese larguirucho país centroamericano que en su día formó parte de Colombia. En 1989, los marines invadieron Panamá para capturar al general Manuel Noriega, un antiguo colaborador de la CIA que se había rebelado contra Washington tras conquistar la presidencia del país en 1983. La década de los ochenta fue convulsa en algunas rutas marítimas. Entre 1979 y 1980, inmediatamente después de revolución islámica en Irán, el golfo Pérsico entró en ebullición. El nuevo régimen iraní quiso enseñar los dientes y las lanchas rápidas de la Guardia Nacional Revolucionaria empezaron a hostigar buques petroleros. Subió el precio el petróleo y algunos países lo volvieron a pasar mal. España, entre ellos.
Podríamos decir que la crisis de Ormuz aceleró el desgaste político de Adolfo Súarez, que ya empezaba a tener enemigos por todas partes pese a haber vencido limpiamente la segundas elecciones generales democráticas, celebradas en marzo de 1979 una vez aprobada la Constitución. Muy poco dado a la política internacional, Suárez llegó a obsesionarse con el estrecho de Ormuz. Política exterior y política interior forman siempre una unidad dialéctica. Ormuz aceleró la caída de Suárez. En los próximos meses veremos qué efectos tiene Bab el Mandeb en la incierta legislatura que ahora inicia Pedro Sánchez. De entrada, Sánchez ha evitado comprometerse en la coalición naval que intenta organizar Estados Unidos para parar los pies a las milicias hutíes (musulmanes chiítas) que controlan la costa occidental del Yemen y que han atacado a no menos de veinte barcos en un mes con drones, misiles, helicópteros y lanchas rápidas. Los hutíes dicen que sólo atacan intereses israelíes, pero lo cierto es que las principales navieras del mundo han entrado en pánico y han ordenado a sus barcos que tomen la ruta de África, más larga y mas costosa.
La situación se ha agravado en las últimas semanas. No quisiera repetir ahora datos que seguramente ya conocen, pero ha llamado la atención la férrea negativa de Pedro Sánchez a la incorporación de España a la coalición naval organizada por Estados Unidos con el pomposo nombre de Garantes de la Prosperidad. Puedo certificarles que Sánchez se puso de muy malhumor ante la nota del Departamento de Defensa de los Estados Unidos que incluía a España en la lista de países participantes en la operación. Esa nota fue difundida el 18 de diciembre y daba título al último ‘Penínsulas’ publicado antes de las fiestas. “España, rumbo al mar Rojo”. El día 19 asistí la tradicional copa de Navidad que se celebra en el palacio de la Moncloa y tuve oportunidad de preguntarle directamente al presidente sobre la nota del Gobierno norteamericano. Cambio de expresión, frunció el ceño y dijo: “Esas cosas se deciden en España, no fuera”.
Al cabo de dos días, Sánchez recibió una llamada telefónica de Joe Biden. El motivo oficial de esa llamada era felicitarle por su reciente investidura, pero también puedo asegurarles que en esa conversación se habló del mar Rojo y del estrecho de Bab el Mandeb. Pese a la llamada del presidente de los Estados Unidos, Sánchez no cambio de posición. España no participará en la operación Guardianes de la Prosperidad y tampoco acepta hacerlo de manera indirecta a través de la operación Atalanta, puesta en marcha por la Unión Europea en 2009 para intentar frenar la proliferación de la piratería en el golfo de Adén y la costa de Somalia. Hace unos días, el 4 de enero, el nombre de España no aparecía en un documento conjunto de Estados Unidos y otros once países aliados advirtiendo a los hutíes que su paciencia se está acabando. Reino Unido, Alemania e Italia firmaban ese documento. El pasado domingo, en la celebración de la Pascua militar, ningún discurso -ni el del Rey ni el de la ministra de Defensa-, hizo mención al mar Rojo.
Parece claro que Sánchez ha vuelto a decir “no es no”. No quiere que España quede asociada a una acción militar en Oriente Medio en los próximos meses. No dispone de una mayoría parlamentaria para apuntalar esa opción y quiere acudir a las elecciones europeas de junio como la figura más relevante de la izquierda europea, con reiterados mensajes de solidaridad con el pueblo de Gaza. Después de haberse alineado con Estados Unidos en la normalización de relaciones con Marruecos, con el consiguiente cambio de posición sobre el Sáhara Occidental, después de haber sellado con Biden la ampliación de la base naval de Rota y después de la exitosa cumbre de la OTAN en Madrid, en junio del 2022, el presidente del Gobierno español marca ahora distancias con Washington en un asunto de verdadera importancia estratégica. La pregunta es: ¿Sánchez dispone de buenas cartas para mantener esa posición si las cosas se complican aún más en una ruta comercial de vital importancia para la economía europea? La posición que adopten Alemania, Francia e Italia será importante. El secretario de Estado norteamericano Antony Blinken se halla en estos momentos de gira por Oriente Medio, una gira que incluye Egipto y Turquía, dos países de peso en cualquier operación militar. Blinken está sopesando con qué fuerzas pueden contar.
[Hoy mismo, martes 9 de enero, se ha sabido que el jefe de Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, Charles Brown, telefoneó ayer al Jefe del Estado Mayor de la Defensa de España, almirante Teodoro López Calderón, para tratar sobre la negativa española a participar en la operación naval en el mar Rojo. La conversación ha sido dada conocer por el mismo jefe militar norteamericano a través de las redes sociales. "Estados Unidos quiere trabajar con todas las naciones que comparten el interés de defender el principio de libertad de navegación y garantizar un paso seguro para el transporte marítimo mundial". El comunicado añade que "España es un aliado vital de la OTAN y comparte una relación estratégica dilatada en el tiempo con Estados Unidos". Más claro, el agua. ¿Cuanto tiempo podrá aguantar Sánchez la presión de Estados Unidos?].
Por el momento, el Partido Popular no parece haber incluido este tema en su línea de combate. La política exterior no es el punto fuerte de Alberto Núñez Feijóo y los idus de marzo del 2004 todavía resuenan en la calle Génova. Feijóo no habla de la guerra de Ucrania, no habla de Gaza, no habla del mar Rojo y ni siquiera habla de la Argentina de Milei en vísperas de las elecciones gallegas del próximo 18 de febrero. Más de 160.000 gallegos residentes en Argentina tienen derecho a voto en los próximos comicios para renovar el Parlamento de Galicia.
Toda persona interesada por la actualidad está asistiendo estas semanas a una intensa clase de geografía política. Estamos horrorizados antes las imágenes de una nueva guerra. Hemos refrescado la importancia que tienen canales y estrechos. Constatamos que en Oriente Medio se está desplegando una verdadera guerra de carácter regional con distintos escenarios relacionados entre sí (Gaza, Cisjordania, sur del Líbano, mar Rojo, Irán). Estamos a la espera de ver qué política adoptan China, India y los países del Golfo ante el más que posible encarecimiento de sus exportaciones marítimas a Europa. E incluso nos podemos entretener con algunas curiosidades sobre el estrecho ahora medio estrangulado. ¿Saben ustedes de dónde viene el café Moka que tantas veces habrán visto anunciado en rótulos comerciales?
Café Moka (que también se escribe como Moca o Mocha) es un tipo de café, es una manera de servir el café y es también un aparato para preparar el café. Es una variedad arábiga de Abisinia y el Yemen que a partir del siglo XV se empezó a exportar desde el puerto de Moca. Un café muy apreciado por su suavidad y aroma que en Europa empezó a servirse con leche y chocolate. Cuando en 1933 un empresario italiano inventó la legendaria cafetera Bialetti le añadieron el apellido Moka para darle un punto de modernidad y exotismo. Bialetti-Moka Express. Durante noventa años se han vendido en todo el mundo más de ochocientos millones de unidades de esa inconfundible cafetera octogonal de aluminio. En Italia es un icono popular. Café Moka por las mañanas. El puerto de Moca se halla en la embocadura del estrecho de Bab el Mandeb.
Venecianos y portugueses lucharon en el Índico
La lucha por el control de los estrechos del Índico viene de lejos, de muy lejos. A finales del siglo XV, mientras Cristóbal Colón creía haber llegado a las Indias por la ruta occidental, Portugal buscaba la tierra de las especias navegando alrededor del continente africano. Vasco da Gama lideró la empresa a partir de 1497. A bordo de resistentes carabelas y carracas los portugueses dieron la vuelta a África y desde Mozambique consiguieron llegar a India. Consolidadas unas primeras bases comerciales, quisieron disputarle a los venecianos el mercado de las especias y de la seda. Venecia recibía los cargamentos a través de la ruta de la Seda, conectada con el golfo Pérsico y con el mar Rojo. Egipto tenía un papel muy importante en la ruta comercial veneciana. Recibían los cargamentos por el mar Rojo y los transportaban a lomos de camellos hasta el puerto mediterráneo de Alejandría, para expedirlos hasta Venecia. Tantos intermediarios encarecían mucho los productos, de manera que los portugueses estaban seguros de poder bajar los precios si conseguían afianzar la ruta entre India y Lisboa. Reforzaron su presencia militar en el Índico y empezaron a disputar el control de los estrechos. La Serenísima República de Venecia se alarmó y envió emisarios a Egipto, Turquía y a algunos principados indios (el Zamorín de Calicut y el Sultanato de Bujarat, entre otros) para organizar una coalición contra los portugueses. Operación Garantes de la Prosperidad, con los mamelucos en primera línea.
Los primeros enfrentamientos navales fueron desfavorables para los portugueses, pero en 1509 una flota comandada por Francisco de Almeida derrotó a la coalición frente a la localidad india de Diu en el sur de la península de Kathiawart. La alianza sufrió seis mil bajas y perdió numerosos barcos. Esa victoria fue la batalla de Lepanto de los portugueses. Controlaban el cabo de Buena Esperanza, disponían de bases en Mozambique y ahora se aseguraban la hegemonía en el Índico. Paulatinamente fueron tomando el control de todos los puntos clave. En 1511 conquistaron el lejano estrecho de Malaca (Malasia-Sumatra) puerta de entrada al mar de la China Meridional. Tomaron el estrecho de Ormuz, puerta del golfo Pérsico, que permitía enlazar por tierra con Bagdad y Constantinopla. Pero les costó más apoderarse de Bab el Mandeb, ante la tenaz resistencia de los mamelucos egipcios y de los comerciantes yemeníes, que exportaban, entre otros productos, el café de Moka. La hegemonía portuguesa en el Índico decayó siglos más tarde con la entrada en escena de holandeses y británicos.
(El ‘Penínsulas’ de esta semana no habría sido posible sin la inestimable colaboración de Gonçal Berastegui, que de geografía e historia sabe mucho).