La dirección del Partido Popular tiene un problema con la diversidad. De otro modo, Alberto Núñez Feijóo ya sería presidente del gobierno de España. Siguiendo el planteamiento de la aznaridad, el PP ha dedicado los últimos veinte años al fomento de los agravios comparativos de las autonomías con Catalunya (con todos sus ciudadanos incluidos) para obtener réditos electorales en el resto del Estado. Con ello ha perdido aquí la imagen de moderación que pretendió Josep Piqué y ha hundido a su rama local.
Ha fomentado el independentismo que dice combatir. Ha contribuido a engordar nuevas formaciones: Ciudadanos primero, Vox después. Ha convertido el partido en ejecutor de las políticas reaccionarias de esta última, una escisión propia. Políticas escalofriantes –sobre todo vistas desde Catalunya y el País Vasco–. Todo ello para, al fin, descubrir que no puede usar de sparring al mismo tiempo a los nacionalismos catalán y vasco, representantes de la voluntad de ser (diferentes) de la mayoría de su población.
El PP receta igualdad en el siglo de la diversidad, en que cada uno se percibe único
En el entretanto, Núñez Feijóo se presenta ante los españoles con un argumento de metafísica política: el 6% de los votos independentistas no puede condicionar el gobierno del Estado, argumenta. ¿Y el 9% del voto del PP en Barcelona puede hacerlo con las políticas de los barceloneses? ¿Y el 4% del voto del PP catalán puede con la Generalitat?
La respuesta en los tres casos es sí. Sí, pueden condicionarlos. La virtud, precisamente, del sistema parlamentario es que las minorías cuenten con herramientas para defenderse y no sean arrolladas una y otra vez por las mayorías, como pretende Núñez Feijóo con la propuesta a Pedro Sánchez de “acuerdo para la igualdad y el bienestar de los españoles”.
Sucede que en España muchísimos de sus habitantes, incluso antes de ser ciudadanos, nunca han pretendido ser iguales, sino diversos, porque las necesidades de sus distintas geografías así se lo han hecho ver. Esta idea recogían los estatutos inconclusos de la Segunda República y hacia ella se enfocó después la España de las autonomías.
La propuesta del lehendakari Iñigo Urkullu en su artículo en El País Autogobierno vasco y modelo plurinacional del Estado insiste en esta dirección. Bilateralismo. Es lo que los catalanistas ansiaron siempre bajo planteamientos políticos múltiples –de Enric Prat de la Riba a Josep Tarradellas, pasando por Francesc Macià– y obtuvieron en algunas ocasiones. Siempre con la voluntad, como escribe Urkullu, “de evolucionar progresivamente y desarrollarnos en nuestro ser”.
El PP, en cambio, se resiste a comprender una existencia que no sea española en el seno de España y receta igualdad. Igualdad en el siglo de la diversidad por excelencia. En que cada uno de nosotros se percibe único. Y, por ello, retransmite a diario su vida a través de las redes. Para que su yo se oiga alto y claro. Aceptar la voluntad de ser diferente. He aquí todo el problema territorial de España y del PP.