Torrente, el brazo tonto de la carretera

Mar  de fondo

Apuntémonos al año Joan Fuster con un aforismo del ensayista de Sueca: “El que manda quiere que los mandados sean dóciles. Empecemos por esa obviedad". Así es. Por eso al gobernante siempre se le indigesta la calle cuando esta ruge de verdad. De ahí la tentación de minimizar la protesta o criminalizarla. Cuando gobiernan unos, el que está en la pancarta es un perroflauta; si gobiernan los otros, cuñados derechistas, nostálgicos, casposos y franquistas encubiertos. Lo que sí son siempre es ciudadanos enfadados.

Ese ha sido el principal error de Pedro Sánchez y de su equipo con la protesta del transporte. Señalar a los convocantes
como quintacolumnistas de Vox, apuntarles con el dedo acusador para señalarlos como antipatriotas y negarles la legi­timidad y representatividad de sus
compañeros.

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Raquel Sánchez acusa al PP de ser comparsa de Vox con los transportistas

No sirve utilizar a la ultraderecha como depósito de todas las protestas

Si lo que pretendía el Ejecutivo era ganar sin bajar del autobús, fijando en el imaginario ciudadano que en esta huelga solo participarían camioneros clones de Torrente, con la cabina forrada de pósters de señoras en pelotas y música del Fary sonando por los altavoces, el fracaso ha sido absoluto.

Nada mejor que insultar a quien tiene razones para enrocarlo en sus posiciones. Y los transportistas las tienen y no todas son culpa de la guerra. Quien se gana la vida holgadamente puede soportar los infortunios; a quien nada le sobra, la desgracia se le hace bola al primer bocado. Lean Els salaris de la ira, de Miquel Puig (La Campana, 2021), para entender por qué el enfado ha tomado cuerpo en la primera curva del conflicto bélico. A fin de cuentas, los autónomos de hoy no son más que asalariados que pagan sus propias cotizaciones sociales. Ahí están los camioneros y tantos otros colectivos. Cambiando salarios por incremento de cargas y reducción de márgenes, se entiende también el enfado de la pequeña y mediana empresa.

Varios camiones en una marcha por la M-40 a la altura del kilómetro 7

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Europa Press

Utilizar a la ultraderecha como depósito de todas las protestas que se le vengan encima a partir de ahora a Pedro Sánchez puede dar resultado algunas veces, pero no siempre. En este caso en particular, pasa además que la ministra de Transportes, Raquel Sánchez, aún está aprendiendo el nuevo oficio y que la mandamás de la billetera, la vicepresidenta Nadia Calviño, se maneja a la perfección en los asuntos macro, pero empatiza fatal con quienes hacen números para llegar a final de mes. Encima, el líder supremo, Pedro Sánchez, anda esquivo con las explicaciones, centrado como está en sus oposiciones a líder europeo. A ver qué caramelito le oferta el Consejo Europeo que pueda trasladarse al bolsillo de los colectivos que ya están protestando, a los que protestarán y al resto de los ciudadanos de perfil más estoico. Porque lo de los transportistas y lo del sector primario es solo un capítulo de más agravios que deberá gestionar el Ejecutivo. La guerra puede acabarse pronto o tarde, pero ya puede darse por cierto que sus efectos van a ser duraderos.

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Sánchez deja sin respuesta las demandas de la izquierda y la derecha por la energía y el Sáhara

El margen de maniobra, lo hemos apuntado ya otras veces, no permite alegrías fiscales ni tampoco un gran incremento del gasto público. La pandemia no ha salido gratis. Debemos ya la bonita cifra de 1,5 billones de euros, el 119% del PIB. Dos años de pandemia han supuesto un trágala de veinticinco puntos más de deuda. Así que el shock inflacionario abonado con la gasolina de la guerra pilla al Gobierno con el cargador vaciado de munición. A ver si Europa nos presta un par de cargadores.

En seis días se aprobará en Consejo de Ministros el decreto de medidas para paliar la situación económica derivada de la guerra, al que el Gobierno fía la desactivación del riesgo de contagio de las protestas. Sánchez y su ministro de cabecera, Félix Bolaños, pidieron ayer adhesión a algo que de momento han sido incapaces de concretar. Exigen comportamiento de Estado al resto de las formaciones políticas. Y es una petición necesaria y más que razonable. Solo que para pedir hay que saber también compartir. Y Sánchez parece más cómodo en el papel de lo tuyo es mío y lo mío es mío, como ha quedado demostrado en el cambio de rumbo sin encomendarse ni a Dios ni al diablo en la cuestión marroquí. Quien no da, no recibe. Eso sí, siempre quedará la coartada Torrente, el brazo tonto de la carretera o de lo que sea que esté por venir.

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