Ajedrez aleatorio. Iván Redondo, jefe de gabinete de Pedro Sánchez, tiene una auténtica pasión por esta modalidad del juego del ajedrez, popularizada por el campeón norteamericano Bobby Fischer, héroe de la guerra fría después de ganar al campeón soviético Boris Spassky en 1972 en Reikiavik, capital de Islandia.
El ajedrez aleatorio se juega con las piezas mayores cambiadas. La línea de peones se mantiene disciplinadamente compacta y en la fila de atrás todo se trastoca: el alfil puede ocupar el lugar del caballo, y este el lugar de la torre. El ajedrez aleatorio obliga a repensar todas las estrategias. Juego disruptivo. La meta de Bobby Fischer era crear una variante del ajedrez donde la creatividad y talento de los jugadores fuesen más importantes que la habilidad de memorizar y analizar aperturas predeterminadas.
Después del 26 de mayo, el movimiento inesperado corrió a cargo de Manuel Valls. El alfil francés rompió el avance Maragall-II. Quedará en manos de los historiadores determinar si Valls informó previamente al palacio del Elíseo, donde desde hace años trabajan con dossieres muy detallados sobre la situación política en Catalunya. Un antiguo primer ministro del Gobierno francés siempre será un servidor de la República. No le hacen falta llamadas desde París para saber cuáles son las coordenadas después de unas elecciones europeas que han señalado a España como baluarte del europeísmo en el Sur de Europa.
Después del 26 de mayo, el área metropolitana de Barcelona vuelve a tener un papel muy relevante en la política española. Lo iremos viendo en los próximos meses. Madrid, en manos de la derecha. Barcelona, gestionada por la izquierda catalana con aliados españoles. La vieja polaridad. Todas las variantes de la izquierda lamentarán durante décadas haber perdido Madrid por culpa de su irreparable insensatez. Ayer ya se manifestaron en contra del desmantelamiento de Madrid Central, el ambicioso plan de restricción del tráfico puesto en marcha por la alcaldesa Manuela Carmena, interesante personaje que cometió el error de hornear magdalenas sin suficiente levadura.
Ajedrez aleatorio. El movimiento de Valls en Barcelona fue captado de inmediato por Íñigo Errejón, aparentemente aislado en Madrid al frente de una candidatura regional. Errejón propuso una alianza triangular PSOE-Ciudadanos-Más Madrid que dejase en la oposición al dueto Partido Popular-Vox y empujase hacia una órbita extraterrestre a Unidas Podemos. Hay que prestar atención a Errejón, el noveno pasajero de la política española. No ha logrado romper Podemos –estuvo a punto de conseguirlo entre enero y febrero–, pero va a trabajar intensamente para abrirse espacio a lomos de la onda verde que viene de Estados Unidos. Albert Rivera y Errejón tienen, como mínimo, un punto en común: se imaginan a sí mismos como piezas de repuesto, a la espera de que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se quemen en la parrilla de los próximos cuatro años y Pablo Casado quede sepultado por los casos judiciales que siguen acechando al Partido Popular.
Ajedrez aleatorio. El movimiento de Valls provocó un gran entusiasmo en Moncloa. Podía romper la mayoría de derechas en la Comunidad de Madrid y empujar a Ciudadanos a una línea de concertación nacional con el PSOE. El presidente francés, Emmanuel Macron, se ha empleado a fondo. Aviones Mirage han efectuado estas dos últimas semanas repetidos vuelos rasantes sobre Madrid. Un fenomenal movimiento de opinión ha intentado empujar a Rivera hacia las funciones de partido bisagra. El diputado Toni Roldán ha dimitido y el economista Luis Garicano ha tirado de la cuerda centrista. Rivera, el niño mimado de la mayoría de los medios de comunicación, ha vivido estos últimos quince días bajo una tremenda media storm (tormenta mediática), experiencia por la que ya han pasado Sánchez (en verano del 2016) e Iglesias (repetidas veces). Si nos fijamos bien, la política española contemporánea consiste en la lucha de individualidades un tanto quijotescas ante fenomenales tormentas de arena desatadas por las instancias que pretenden moldear la correlación de fuerzas desde fuera de la política. Equivocado o no, Rivera ha reivindicado su autonomía. Quiere ser presidente dentro de cuatro años, como nos cuenta hoy Iñaki Ellakuría en La Vanguardia.
El PSOE ha esperado el desarrollo de los acontecimientos. Constatado el enroque de Rivera ante el ajedrez aleatorio, el Partido Socialista se ve obligado ahora a intentar cerrar un pacto con Podemos, que le incomoda mucho, porque no está acostumbrado compartir el poder cuando gobierna, porque detesta tener algo significativo a su izquierda, porque no quiere riesgos en el gasto público en un país con una deuda pública que alcanza el 100% del PIB, y porque a Sánchez le pone nervioso Iglesias.
La negociación en realidad aún no ha comenzado. Alternativa: repetición de elecciones en noviembre, con mucha gente enfadada, sin miedo a Vox, y con la sentencia del Tribunal Supremo tensando la sentimentalidad catalana. Demasiados riesgos para Bobby Fischer.