Weimar, Madrid y los poetas

La Mirada del Lector

Ambas ciudades se encuentran en el centro geográfico de sus países y ambas fueron los focos culturales del momento de mayor esplendor de su literatura: en una con Goethe y Schiller y en la otra con el Siglo de Oro

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Exposición “El Siglo de Oro-La era de Velázquez” (Gemäldegalerie, Berlín)

Terceros

* La autora forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia

Weimar se encuentra en el centro de Alemania. Es una ciudad pequeña, de apenas 65.000 habitantes. En ella destaca el paisaje verde de los bosques frondosos y los prados que la rodean. A pesar de su modesto tamaño, en ella han ocurrido algunos de los acontecimientos más relevantes de la historia de Alemania. Es allí donde a inicios del siglo XIX Goethe y Schiller, las dos figuras más destacadas de la literatura alemana, vivieron y escribieron. 

Ese fue, de hecho, uno de los motivos de peso que hicieron que, en 1918, tras la derrota de Alemania en la I Guerra Mundial, se fijara allí la capital, pues en contraposición a la agitada Berlín, Weimar no sólo era una alternativa más tranquila, sino que además conectaba al país con sus tiempos más esplendorosos a nivel cultural.

Queda de ello un monumento situado en la plaza central de Weimar, una estatua en la que Goethe y Schiller sostienen una corona de laurel, mientras Goethe apoya su mano en el hombro de Schiller.

Madrid tiene a priori poco en común con Weimar. Es una ciudad de millones de habitantes que destaca más bien por los rascacielos y el gris de las calles y las carreteras. Hay, sin embargo, dos similitudes significativas entre ambas ciudades. 

La primera es que las dos se encuentran en el centro geográfico de los países a los que pertenecen. La segunda es que ambas fueron los centros culturales del momento de mayor esplendor de su literatura. Si en Weimar vivieron Goethe y Schiller, en Madrid vivieron los casi incontables autores de nuestro Siglo de Oro, y la mayoría de ellos tienen también allí hoy en día sus esculturas: Calderón, Cervantes, Quevedo…

Nada es casualidad en los espacios. A menudo, sea a nivel personal o a nivel social, son la superficie de las realidades más profundas que hay tras ellos. No es, por tanto, casualidad, que en el centro de ambas ciudades haya estatuas dedicadas a sus poetas más representativos.

Casa Natal y Museo de Miguel de Cervantes.

Casa Natal y Museo de Miguel de Cervantes.

Francisco José Eguibar Padrón

La literatura (o en este caso su representación) está en el centro del país, porque está en el centro de la lengua. Dado que es un instrumento inherente a nosotros, tendemos a dar por sentado el idioma que hablamos. Lo utilizamos a diario sin darle mayor importancia o dedicarle demasiada reflexión. Por eso mismo no somos conscientes de que nuestra lengua no sería la que es sin los poetas que la han marcado a lo largo de los siglos. 

Lo cierto es que los lingüistas saben bien que la lengua es en realidad un instrumento pragmático, cuyo funcionamiento, mirado desde un punto de vista objetivo, es matemático, se limita a fórmulas de expresión que permiten la comunicación entre personas.

Son los poetas los que toman ese instrumento a priori frío y pragmático y lo dotan de belleza y de vida. ¿Serviría de algo la lengua española de no ser por los poetas que la han marcado y le han dado un fin mayor que el pragmatismo? ¿Serviría nuestra lengua sin la identidad, el carácter que autores como Quevedo o Cervantes le han dado? Claro que serviría, al menos para trasmitir mensajes, pero no sé hasta qué punto tendría sentido o belleza. Es por ello que la literatura está en el centro de la lengua.

Son los poetas los que toman la lengua, ese instrumento a priori frío y pragmático, y lo dotan de belleza y de vida

Pero la literatura no sólo se encuentra en el centro de la lengua, sino también del pueblo que habla esa lengua. Los verdaderos poetas no son aquellos que conocen a fondo el lenguaje, sino aquellos que ponen el lenguaje al servicio de su pueblo. 

Los verdaderos poetas son, por ende, aquellos que tienen la inteligencia y la sensibilidad suficiente, la sensibilidad como para percibir el momento en que un pueblo se encuentra y la inteligencia como para plasmarlo en palabras y dar a ese pueblo una voz más noble, más exacta y en muchos casos más bella de lo que una multitud sería capaz de expresar. En efecto, si se le arrebataran a un pueblo sus poetas, se le arrebataría al mismo tiempo su voz.

Estatuas de Goethe y Schiller delante del Teatro Nacional Alemán de Weimar

Estatuas de Goethe y Schiller delante del Teatro Nacional Alemán de Weimar.

marako85 / Terceros

A los españoles no nos serviría de nada tener cien manuales de historia sobre la Guerra Civil si no tuviéramos a su lado los versos de Miguel Hernández, de la misma manera que a los alemanes no les serviría de nada tener cien manuales de historia sobre el Holocausto si a su lado no tuvieran los versos de Paul Celan.

Si la Historia explica lo que ocurrió, la literatura nos explica quiénes éramos cuando ocurrió, por tanto, también quiénes somos mientras la Historia ocurre. En consecuencia, aplicado al pasado, renunciar a la literatura significaría dejar mudos a los siglos pasados. Pero, aplicado al presente, renunciar a la literatura sería como renunciar a nuestra propia voz.

La lengua española o la lengua alemana (o, de hecho, cualquier lengua del mundo) serían frías y vacías de no ser por los poetas que les han dado su sentido. No es por tanto casualidad que Goethe y Schiller estén en el centro de Weimar, y por tanto de Alemania, ni es coincidencia que Cervantes o Quevedo o Calderón estén en el centro de Madrid, por tanto, de España.

Todos estos poetas están en el centro de sus países, porque están en el centro de sus respectivas lenguas, de sus respectivos pueblos.

Por todo ello, y a pesar de ser constantemente ninguneada tanto en planes de estudio como a nivel social, la literatura es, seamos conscientes de ello o no, actuemos en consecuencia o no, la esencia y el centro de una lengua y de aquellos que la hablan. 

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