Psicoanálisis de la España envidiosa
Lectores Expertos
En la Familia Disfuncional Española escasea la caridad, sobre todo, en la clase dirigente, y florece la envidia
* El autor forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia
En el colegio nos enseñaron, entre otras cosas, las tres virtudes llamadas teologales: fe, esperanza, y caridad (en su acepción de amor, no de limosna). Pero ya el Papa Leon XIII (Carpineto, 1810-Roma, 1903) dijo que el pueblo español era el que tenía más fe pero menos caridad. Y San Pablo, en su epístola a los corintios, dice: “Si tuvierais una fe que moviera montañas, más no tuvierais caridad, de nada os serviría”.
Pues tenía razón León XIII. Y San Pablo, también. En la Familia Disfuncional Española, escasea la caridad. Sobre todo, en la clase dirigente. Y donde escasea la Caridad, es decir, amor, florece la envidia.
La clase dirigente de la gran Familia Nacional, gobierno y oposición, viene dando desde hace años un vergonzoso espectáculo de ataques envidiosos mutuos, que están culminando en estos últimos días a propósito de la tragedia que está viviendo Valencia. Primero, ocupémonos de la envidia. Después, la veremos en nuestros lares.
Estudiaremos aquí la envidia en nuestra gran Familia Nacional tomando como punto de partida la descripción de un columnista de La Vanguardia, que nos dará pie a su estudio psicoanalítico, de la mano de dos psicoanalistas notables, de la etapa post-freudiana: Melanie Klein (Viena 1882-Londres 1960) y Otto Fenichel (Viena 1897-California 1946).
Emilio del Río (Envidia cochina, 30-IX-2024) explica que Aristóteles hace 2.400 años describe la envidia como un malestar de la persona ante el éxito o la prosperidad de otro, en su obra Retórica, el primer manual de comunicación de la historia para hablar en público. En él afirma que la envidia es una emoción que inclina y moviliza la opinión pública, y un orador eficaz, dice, tiene que saber jugar con ella y canalizarla para lograr su objetivo. Es un recurso habitual en el discurso de los demagogos. Le dedica un capítulo entero.
El columnista reflexiona sobre todo ello, a propósito de una frase del presidente del Gobierno: “Menos Lamborghinis y más transporte publico”, para provocar una reacción emocional contra los poseedores de estos vehículos de superlujo (46 en toda España, en el 2023).
Se manipula la emoción del ciudadano provocando la envidia, al contraponer el transporte publico, beneficio colectivo, con la compra de un coche de lujo que solo unos pocos pueden permitirse. Al provocar la envidia, desvía la atención de la cuestión fundamental: el transporte público no funciona de manera eficiente y fiable. Sobre todo en Catalunya, los trenes de cercanías son un caos indescriptible que provoca cuantiosos perjuicios a empresas y trabajadores, es decir, a la economía del país. La comparación con los coches de lujo desvía el foco del verdadero problema: el deplorable e indecente estado de infraestructuras y servicios.
Psicoanálisis de la envidia
Ahora estudiemos la envidia, una de las emociones básicas del ser humano, desde el punto de vista psicoanalítico.
A lo largo de estos escritos y en el libro que los contiene (Psicoanálisis de la España disfuncional, Ed. Pensódromo-Xoroi, Barcelona) he descrito pormenorizadamente las fases del desarrollo psíquico de la persona (Oral-Anal-Genital o madurez) aplicándolas a la Familia Disfuncional Española como entidad humana.
He consignado que esta Familia está estancada en las fases oral y anal, con lo cual, rasgos de carácter llamados orales y anales, propios de estas fases, pero que tienen que quedar reducidos a mínimos en la fase adulta, aquí permanecen y tienen un papel indebidamente preponderante en el comportamiento de la Familia Nacional, y en especial, en el de su clase dirigente. Los rasgos de carácter orales y anales y sus consecuencias, fueron ampliamente descritos. Aquí y ahora, nos detendremos en uno de ellos, la envidia.
Como dice Fenichel, “la vista de un hermanito o una hermanita menor, en el pecho materno, sirve para establecer la vinculación de la envidia y los celos, con del erotismo propio de la fase oral”.
Melanie Klein (Envidia y Gratitud, Ed.Paidós, Barcelona) afirma: “Considero que la envidia, siendo expresión anal-sádica y oral-sádica de impulsos destructivos, opera desde el comienzo de la vida y tiene una base constitucional”.
Naturalmente. Nacemos con un bagaje de instintos, que sabemos por Freud que se agrupan en dos grandes grupos: Instinto de Vida (Eros) e Instinto de Muerte (Tánatos). Este último contiene los impulsos destructivos a que alude Klein, entre ellos, la envidia.
La autora, nos aclara: “Al hablar de un conflicto innato entre Amor y Odio (Eros y Tánatos) está implícito que la capacidad de amar, y los impulsos destructivos, son constitucionales aunque variando individualmente en su fuerza e interactuando desde el comienzo con las condiciones externas”. Se refiere a la importancia fundamental de la crianza: la relación del individuo con su Grupo Original, y en especial, con la Madre, desde el nacimiento.
Nos enseña a diferenciar la envidia, de los celos. Escribe: “La envidia es el sentimiento enojoso contra una persona que posee o goza de algo deseable, siendo el impulso envidioso, el de quitárselo o destruirlo. Implica la relación del sujeto con una sola persona. Los celos se basan en la envidia, pero comprenden la relación de por lo menos dos personas y conciernen principalmente al amor que el sujeto siente que le es debido, y que le es quitado o está a punto de serlo, por su rival. La persona envidiosa es insaciable, nunca quedará satisfecha porque la envidia proviene de su interior y por esto siempre encontrará alguien en quien centrarse.”
La persona envidiosa es insaciable, nunca quedará satisfecha
Ya adentrados en el texto aludido de Melanie Klein, llegamos al núcleo central de su tesis, que es confirmada por la observación de la realidad, y por la práctica clínica: la capacidad de amar es innata. Es decir, es constitucional, se nace con ella, que es lo habitual, o se nace sin ella. En este caso, podemos hablar de una malformación psíquica congénita, es decir, de nacimiento. También las hay. No solo hay malformaciones físicas congénitas.
El hecho de que la capacidad de amar es innata, congénita, es confirmado por Eric From (Frankfurt, 1900 - Suiza, 1980) psicoanalista de la etapa post-freudiana, quien en su obra maestra, El arte de amar, explica que esta capacidad, imprescindible para la salud mental, no es suficiente: se ha de educar. Se ha de enseñar a amar.
Esta capacidad de amar, dice Klein, es lo que hace sentir al bebé en su primera etapa del crecimiento, la etapa oral, la satisfacción plena en su primerísima fase de la relación con la madre, que es la lactancia. Y esta, a su vez, será la base de la gratitud.
Estas consideraciones son validas en el caso de que la madre, por las causas que sean, no puede lactar, y la lactancia ha de ser artificial. Dando el biberón, se puede transmitir lo mismo que dando el pecho. Otra cosa es la lactancia mercenaria: la nodriza o “ama de leche” como se la llamaba antes. Por afecto y calidez que transmita, nunca llegará a sustituir satisfactoriamente el de la madre. Esto puede repercutir desfavorablemente en la formación del carácter.
Pero sigamos con Melanie Klein, que añade: “Capacitará a la criatura para experimentar toda felicidad posterior, y hace posible el sentimiento de unidad con otra persona. Esta unidad significa sentirse plenamente comprendido, hecho esencial en toda amistad o relación amorosa feliz. En las mejores circunstancias, esta comprensión no necesita palabras para ser expresada, lo cual demuestra su derivación, de la más temprana relación con la madre, en la fase preverbal, anterior a la adquisición del lenguaje, de la etapa oral”.
La capacidad de amar, innata, permite pues, desarrollar la capacidad de gratitud, y relegar la envidia, propia de primeras etapas del desarrollo, hasta su desaparición en la fase genital o de madurez adulta. La gratitud da lugar a otro derivado, la generosidad, que hace al individuo capaz de compartir sus dones con otros.
La capacidad de amar, innata, permite pues, desarrollar la capacidad de gratitud, y relegar la envidia
Pero el gran descubrimiento de Klein, viene ahora, al llegar al final de su texto: “Cuando un individuo no tiene capacidad de amar, tampoco tiene capacidad de gratitud, y sus relaciones humanas están presididas por la envidia”.
Klein nos explica que la envidia consiste en el deseo de apoderarse de lo que el otro posee, robarlo, y ante la imposibilidad de conseguirlo, dañarlo hasta destruirlo.
La naturaleza, trata en vano de neutralizar la envidia, elaborando las siguientes defensas: la desvalorizacion del otro, el negarla a base de desvalorizarse a sí mismo (victimismo), o el tratar de despertar la envidia en otros. Esto último es lo que pone en evidencia magistralmente Emilio del Río en su artículo en La Vanguardia.
Hace años que en nuestro país asistimos hastiados a la impúdica exhibición por parte de la clase dirigente de los ataques envidiosos y, por tanto, corrosivos y destructivos que se propinan mutuamente, sobre todo, por parte de la oposición.
Las defensas citadas no dan abasto para tapar “las vergüenzas” de los protagonistas: apoderarse de lo que el otro posee (el Poder) y ante la imposibilidad de conseguirlo, dañarlo para destruirlo: instituciones como el Consejo General el Poder Judicial, o el Tribunal Constitucional, han estado bloqueadas durante años, sufriendo por ello deterioro, avergonzándonos ante Europa, que finalmente ha tenido que intervenir. Y esto aún no está totalmente solucionado.
La desvalorización del otro, el negar la envidia a base de victimismo, el tratar de despertarla en otros, está en nuestros lares, a la orden del día.
Véase como se trata la cuestión de la financiación de Catalunya, y el famoso “nosotros no vamos a ser menos”. O cómo la oposición ataca al Gobierno, como si él hubiera desencadenado la “gota fría” sobre Valencia. Todos estos mecanismos de defensa, torpemente insuficientes, afloran escandalosamente en los discursos y manifestaciones del presidente de la comunidad valenciana.
¿Llegaremos un día a crecer lo suficiente para alcanzar la genitalidad (madurez adulta) y superar los impulsos destructivos de las primeras etapas del desarrollo?
Brindemos por ello. Mirando al cielo. Porque un brindis mirando al cielo, es juna oración.