Los nueve monstruos de César Vallejo reviven en Perú con la Covid-19
Lectores Corresponsales
Con una salud pública en precario y la privada solo accesible para una minoría, la pandemia resucita versos del poeta peruano: “Hay, hermanos, muchísimo que hacer”
El dolor se ha convertido en el fiel amigo de esta pandemia global. Alcanzando la miseria humana en su máximo esplendor. Pero, ¿entre el dolor y la necesidad, aún queda esperanza?
La respuesta afirmativa se va perdiendo en la sombría realidad peruana. La Covid-19 acompañada por el confinamiento, nos ha arrebatado lo más preciado que una persona puede poseer, la dignidad humana, fundamento de los derechos humanos y del pleno desarrollo de la personalidad.
Sin embargo, hoy el contexto nos fuerza a afirmar la existencia de un ser humano desprovisto de este valor democrático - constitucional. Sabíamos que el aislamiento social obligatorio —medida adoptada por la mayoría de los gobiernos, sin ser el Perú una excepción— iba a traer consigo una serie de consecuencias. Una a una, fuimos experimentando. Nunca imaginamos la magnitud de lo que conllevaba ser protagonistas de esta película de terror.
Todo comenzó siendo testigos de los contagios que sufrían nuestros parientes y/o amigos más cercanos”
Conocimos y compartimos su aflicción. Al unísono, la frustración se apoderó de nuestras almas, al vernos imposibilitados de proporcionarles la ayuda que tanto anhelaban, incluso los condenados a muerte.
Con un sistema de salud, que ha evidenciado su precariedad a lo largo de los años, el brote de la epidemia solo confirmó lo que los peruanos ya sabían. Sería un pecado no referirnos a César Vallejo, que hace 81 años en su poema ‘Los nueve monstruos’ manifestaba lo siguiente:
“Señor Ministro de Salud: ¿qué hacer?
¡Ah! Desgraciadamente, hombres humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer.”
Y sí, hay muchísimo que hacer en un país donde, en los últimos 20 años, los gobiernos de turno relegaron el ámbito de salud a lo más infrahumano.
Teniendo un sistema de salud colapsado, muertos en los pasillos, enfermos esperando una cama hospitalaria, vivenciar la fase de selección, médicos y enfermeras privados de los implementos necesarios para combatir este virus, entre otros; demuestra la crueldad y la carencia del sentido humanista hacia los peruanos.
Recurrir a las clínicas denota el alto costo que entraña seguir viviendo. La gran mayoría de los ciudadanos no pueden acudir a un establecimiento privado de salud, porque no cuentan con los medios económicos suficientes. En otras palabras, “pagas o mueres”, así de simple”
Estamos conociendo la realidad peruana en su forma más apocalíptica. Todos los días el Ministerio de Salud informa sobre la situación de la Covid-19: en el Perú, a la fecha son al menos 119,959 casos confirmados y 3.456 fallecidos, consolidándonos como el segundo país de América Latina en tener más casos de la Covid-19, y el duodécimo a nivel mundial, según la Universidad Johns Hopkins. Logros que por cierto no nos enorgullecen.
En otro orden de ideas, el despido del trabajo o la suspensión perfecta de labores por parte de los empleadores (analizando el aspecto formal), ha afectado a más de 200.000 mil trabajadores, así lo señaló el Ministerio de Trabajo y Promoción del Empleo.
No obstante, lo que destaca en nuestro país, lamentablemente, es la informalidad. Al respecto, la informalidad laboral representa alrededor del 70% de la población activa, de acuerdo a los pronunciamientos de diversos especialistas en la materia.
Dicha población vive de lo que produce día a día, por ende, está fuera del ámbito de protección del Derecho Laboral. Ergo, surge la siguiente interrogante, ¿cómo van a satisfacer sus necesidades básicas? Si tienen la obligación de cumplir con la cuarentena decretada.
Es por esa razón que el gobierno ha dado respuestas inmediatas a esta problemática. Adoptando como medidas los famosos “bonos” (bono yo me quedo en casa, bono independiente, bono rural o el primer bono universal familiar).
A pesar de ello, lo único que consiguió fue que la solución se tornara en el amor platónico de los peruanos. Se volvió tan inalcanzable, que hasta el más optimista aceptó que no iba a ser beneficiado con el subsidio del Estado.
Cabe precisar que el presidente Martín Vizcarra anunció la extensión del aislamiento social obligatorio hasta el 30 de junio, el cual tiene como finalidad el descenso de la curva de contagios durante ese lapso de tiempo”
Empero, la necesidad ha hecho que los peruanos salgan a las calles a trabajar, a buscarse el pan de cada día, a sobrevivir. Porque si no los mata el coronavirus, lo hará el hambre.
El confinamiento debe coexistir con los derechos fundamentales, su reconocimiento y protección es la única manera de garantizar al individuo una vida digna, y más aún su condición de ser humano.
Finalmente, en una sociedad donde el pobre se hace cada vez más pobre, se incrementan las desigualdades y donde gobiernan autoridades corruptas, la esperanza fue lo primero que se perdió.