La soportable levedad del no-Brexit
Lectores Corresponsales
La imagen en Londres es la de la antigua y sólida democracia británica siendo autodevorada, perdiéndose en disquisiciones opacas y asomándose al precipicio
El Brexit parece alejarse cuál espejismo en un desierto —valga la cursilería; posponiéndose a medida que el tiempo lo reclama. Una ya apenas recuerda cuántas veces se ha acordado retrasar el “divorcio europeo”, son al menos dos.
El 29 de marzo debía advenir el apocalipsis y unos días antes, la semana del 13 de marzo, el Parlamento británico se embrollaba rechazando el plan de May y cualquier alternativa a éste.
El Reino Unido ofrecía, a los ojos de Europa, un vodevil deliberativo errático, un proceso decisional demasiado diáfano y que le ha valido un cierto desgaste en términos de reputación. La imagen sería la de la antigua y sólida democracia británica siendo autodevorada, perdiéndose en disquisiciones opacas y asomándose al precipicio del Brexit.
El espectáculo
Rayando lo kitsch
Para algunos, una humillación en tiempo real, al menos a escala europea, desde dónde muchos han asistido atónitos al espectáculo ofrecido por el Ejecutivo y la Cámara baja británicos, cuyos procedimientos protocolarios, costumbres y discurrir dialéctico algo extravagantes han, para los no familiarizados, rayado lo kitsch.
Se puede casi decir que el Reino Unido ha pecado de transparencia —algo que en cierta medida, lo honra— debates y decisiones que en otros países hubieran tenido lugar al socaire de puertas cerradas y secretismo han sido televisadas desde Londres al mundo entero.
Aplazado el Brexit, el desquicio y la confusión de finales de marzo parecen haberse disipado. Claro que no por completo, pero al menos parece haberse subsumido la cuestión temporalmente. De nuevo, no ha pasado nada.
Incertidumbre
¿Otro referéndum? ¿Qué pasa con May?
Cierto es que el Brexit sin aún ser es ya performativo, y solo nombrarlo entraña consecuencias, tangibles para muchos; no obstante, se ha pospuesto hasta el 31 de octubre. Dicen que si se arreglan podría tener lugar antes de la fecha límite. Dicen que igual hay un segundo referéndum, aunque el Parlamento votó en contra. Pero fue consultativamente; “imposible is nothing”. También dicen que May está a punto de irse. Llevan meses diciéndolo.
Lo único seguro es que parece que los contrarios al Brexit se han quedado huérfanos dado que ninguno de los principales partidos del país es explícitamente “remainer”, además de haberse embarrado en una contienda electoralista que parece alimentar el descontento.
El caso es que no ha habido Brexit, de momento. El Reino Unido sigue en la Unión Europea. De hecho, hasta va a participar en las elecciones al Parlamento Europeo (¡!), y los sondeos dan ventaja al partido de Nigel Farage, adalid de la causa brexitera, que concurre bajo las siglas del BP: Brexit Party.
El “Partido Brexit”, portador de un nombre tan llano como elocuente, tiene por objetivo llevar a la Eurocámara la voluntad de los británicos que votaron a favor de la salida de la UE. Intención algo incompatible con el deseo de Macron de que, en caso de prórroga, el Reino Unido no saboteara a la UE desde dentro, preocupación consistente con el escepticismo de De Gaulle con respecto al pecado original de este lío, es decir, el acceso del Reino Unido a la Unión Europea en 1973.
Mientras, Westminster respira temporalmente. Coge algo de aire en pos de preparación porque sabe que la prórroga es más una extensión de gracia concedida in extremis que una muestra de confianza en su capacidad de llegar a un acuerdo solvente si se dilata el plazo.
Preocupaciones reales
Ola de apuñalamientos
En Londres se habla de otras cosas, como la ola de apuñalamientos que asuela la ciudad. Pero no todo es negro: el verano asoma y los días se alargan, los pubs cierran más tarde y los ánimos se elevan.
A algunos les preocupa el Brexit, les afecta de manera directa a nivel laboral o consular, al ser, por ejemplo, ciudadanos de la UE. Todos albergan una opinión, en general, crítica con el Gobierno.
Pero no se quejan de lo mismo: los brexiteros furibundos reprochan a Westminster no haber ejecutado la voluntad del pueblo, mientras que los que se oponen al Brexit reclaman que se detenga el proceso, aduciendo al desastre al que conduciría el Brexit.
Ambos sectores piensan que se debe hacer una u otra cosa en aras de un bien mayor, “simplemente” difieren en su valoración de éste. Sí se nota una tendencia al arrepentimiento, a una leve recapacitación por parte de algunos defensores del Brexit. Al final, a muchos les da igual.
Esta aserción provocativa no pretende incidir en que verdaderamente le sea, en el fondo, indiferente a nadie, sino en que se vive una situación confusa, imprevisible, y que raya el surrealismo.
Ante tal panorama muchos activan el mecanismo psicológico de la apatía y la toma de distancias, acoplado a un cierto sentimiento de alivio que se sabe momentáneo, pero permite salir del paso hasta nueva orden.
El Brexit es, en todo caso, uno de los eventos políticos contemporáneos que más se ha prestado a las conjeturas chismosas. Informadas o no, realistas o no, poco importa, dado que la situación ha probado estar por encima de las leyes de lo posible y, sobre todo, de lo probable.