La inevitable involución conservadora

Tres recientes y muy diversos artículos aportan luz sobre la involución conservadora. Jordi Amat nos dice en el suyo –“¿Por qué cantan el Cara al sol?”– que el hijo de 14 años de un amigo suyo comenzó a silbar un día “aquella melodía viril” que su amigo no ha cantado nunca: el Cara al sol . Es la misma melodía, añade Amat, “que cantan entre risas el grupo de gamberretes del curso de mi chaval, que estudia en un lugar tan castizo como el Eixample de Barcelona”. Y se pregunta: “¿Por qué cantan el Cara al sol?”. Y toma la respuesta de la síntesis que un equipo de CaixaBank ha efectuado de la Encuesta Financiera de las Familias, que el Banco de España publicó la pasada primavera. Dice así: “Entre el 2001 y el 2021, la renta media de los hogares con cabeza de familia menor de 35 años bajó un 19,8% y la de los mayores de 74 años aumentó un 49,5%, y entre el 2002 y el 2022 la riqueza total neta de los hogares de menores de 35 años bajó un 72,7% y la de los mayores de 74 años aumentó un 98,7%”. Su conclusión es clara: “Son datos suficientemente contundentes como para querer descolgarse de un sistema que revaloriza las pensiones y prioriza su subida” sin “revertir el empobrecimiento objetivo de las nuevas generaciones”.

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Valerie Plesch / Bloomberg

Por su parte, Arturo Pérez-Reverte afirma –en “El triste precio de la estupidez”– que hay un hartazgo en nuestra sociedad, que genera “una ruidosa galopada reaccionaria que sacude Occidente” tras dos dé­cadas de hegemonía de “los apóstoles del mundo feliz paritario e igualitario, (de) la izquierda de nuestra generación, canceladora, facilona y woke”, que ahora “se lleva las manos a la cabeza preguntándose cómo es posible (…) que al barco del progreso humano le entre agua por todas partes”. Y añade: “¿Qué es lo que ha traído la extrema derecha en EE.UU. y Europa, resucitando fantasmas que parecían bien muertos y bajo tierra?”; pero la izquierda, que busca la causa en todos lados, se olvida de mirarse al espejo, hacia ella misma, “a su estupidez, irresponsabilidad e ignorancia, cuando no deliberada mala fe, que convirtió a una ultraderecha antes inexistente en Europa, o más bien minoritaria o residual, en pre­texto, en factor útil para su hipócrita ejercicio de oportunismo político”. Así sucedió “cuando la izquierda de nuevo cuño dejó de ocuparse de los trabajadores” para pasar a “retorcer hasta la más grotesca exageración conceptos útiles, nobles y necesarios como izquierda, igualdad, paridad, feminismo (y) antifascismo”. En suma: “La izquierda woke se granjeó la antipatía de la gente normal e incluso el rechazo inteligente de colectivos a los que asegura defender”.

“L’esquerra ‘woke’ l’ha fet massa grossa”, y toda la izquierda paga las consecuencias

Ambos textos dan una visión distinta de una misma realidad, sobre la que Jordi Galí aporta una reflexión concreta en su artículo “Historias de impuestos en Cataluña: Malena la Reina del Polo”.

“Cataluña es, si no un infierno, al menos un purgatorio para los profesionales con rentas y patrimonios altos. Específicamente, el impuesto de patrimonio (…) acaba anulando cualquier rentabilidad positiva de los ahorros. Para las grandes fortunas, en cambio, el régimen fiscal catalán es muy favorable, como lo es en todo el territorio del Estado. (…) El único partido que ha mantenido una política coherente en esta cuestión es el PP, que en las comunidades donde gobierna, lideradas por Madrid, ha bonificado los impuestos de patrimonio y sucesiones y ha reducido la diferencia en el tipo de gravamen entre rentas de trabajo y rentas del capital”.

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El valor de estos textos es que son complementarios: todos dicen verdades y entre todos reflejan una realidad compleja, como es el desplome del pensamiento progresista por causas internas. Estas son el olvido de su misión esencial de reivindicación social, a cambio de la proclamación de un nuevo dogma de fe y la exacerbación hasta el pa­roxismo de los derechos individuales. Todo ello, con las ínfulas de un nuevo cleri­calismo tan repulsivo como el viejo, que tiene su raíz en una falsa supremacía moral auto­otorgada. Dicho en catalán: “L’es­querra woke l’ha fet massa grossa”. Y ahora paga las consecuencias toda la izquierda.

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