No, no es una broma. Es muy serio, muy grave, muy preocupante. Que el nuevo presidente de Estados Unidos reivindique “su derecho” a integrar Groenlandia, Canadá y el canal de Panamá a la soberanía de su país es gravísimo. Es una amenaza que genera incertidumbre y trastoca el orden internacional. En pleno siglo XXI, en su año 2025, la primera potencia del mundo advierte con claridad que su aspiración es quedarse con todo lo que le interesa. Y lo justifica por razones de “seguridad nacional”. Y añade que para conseguirlo no renuncia al ejercicio de su fuerza. No, esto no es ni una broma ni un tema menor. Es muy, muy preocupante.
La situación nos recuerda otros momentos de nuestra historia. La situación no es mimética, pero se parece mucho. La memoria nos lleva a aquella etapa en la que Hitler reclamaba el derecho de ocupar “el espacio vital” que Alemania necesitaba para asegurar su crecimiento y su seguridad. Y también advertía que “no podría” renunciar a la fuerza para dar cumplimiento a su aspiración. Y lo hizo; con la tolerancia de los países de su entorno, temerosos de perder la paz que querían ofrecer a sus ciudadanos. Primero, Austria; después, Checoslovaquia; después, Polonia, y... después, ¡la guerra! Hitler provocaba caricaturas y chistes, pero no era una broma. Fue un drama.
La inestabilidad es el clima de cultivo que la nueva extrema derecha necesita para legitimarse
Ahora, la ambición de Trump se complementa con la intervención activa de su gente, liderada por Elon Musk, en la política europea para desestabilizarla. Se alimenta la extrema derecha para –no nos engañemos– encontrar socios más dóciles para su ambición de dominar el mundo. La democracia es irrelevante; la mentira servida desde la desinformación es la vía para consolidar el menosprecio de la libertad. La paz que esta corriente ofrece tiene un coste: la libertad. “Si te portas bien y aceptas lo que te impongo, tendrás paz”. En caso contrario, la fuerza lo resolverá a “mi manera”. ¡La paz sin libertad solo es miedo!
Parecía que la ambición de Putin para quedarse con Ucrania o, como mínimo, hipotecar su soberanía era la prueba de su autocrática forma de gobernar. Ahora, para Trump, todo podría resultar conveniente si fuera a cambio de facilitar sus propias ambiciones. ¡También aquí la memoria histórica nos recuerda aquel pacto Hitler-Stalin, tan incomprensible como costoso! Polonia lo sabe muy bien. ¿Pero de verdad se puede ignorar todo esto? Lo que se está planteando nos afecta a todos; grandes y pequeños, próximos y lejanos. La causa de la libertad nunca había sido tan global como lo es hoy.
Los socios de Trump en Europa son inquietantes. Austria se acerca a una recuperación del pasado que la ahogó. Alemania combate contra viejos miedos ahora resucitados y, abiertamente, impulsados por los compañeros de Trump. Inglaterra vive como se aleja la sociedad con Estados Unidos. Francia, Dinamarca, Polonia y otros países europeos viven momentos complicados que debilitan el necesario proyecto europeo. La inestabilidad es el clima de cultivo que la nueva extrema derecha necesita para legitimarse. Y, de hecho, lo que se comprueba es como las posiciones ultraconservadoras lideran todas las denuncias sin ningún deseo de conducir a ningún tipo de solución. Y todos los partidos del abanico democrático y de progreso se dejan tentar por este planteamiento, radicalizando posiciones que los llevan a la irrelevancia. O, en el mejor de los casos, a la confusión; o, finalmente, a ahondar su distanciamiento de la realidad social.
Esto se complica. Y, mientras, seguimos tozudos en profundizar en las discrepancias más que en fortalecer las coincidencias. Parece –volvemos a revivir los antecedentes que la memoria histórica nos recuerda– como si el entendimiento solo fuera posible cuando el desmoronamiento llega. No hay suficiente con el tambaleo, hay que llegar a la catástrofe. ¡Inconcebible, pero es así! Quizás habría que reforzar –ahora que se habla de reformar los planes de estudios de la enseñanza básica– las horas dedicadas a la asignatura de historia para aprender a valorar todo eso que tanto nos ha costado recuperar y mantener, y, ahora, algunos amenazan; abiertamente, descaradamente. ¡La memoria histórica también tiene este capítulo!
Esto no es una broma.