Ganar el futuro

España vive una polarización extrema que ni el drama de Valencia ha servido para mitigar. Se diría que, ante circunstancias tan excepcionales como las vividas, los actores políticos podrían –y deberían– encontrar escenarios de coincidencia para afrontar los múltiples y diversos retos que la DANA ha dejado a su paso. Pues bien, por el contrario, la radicalización ha aumentado e incluso ha trasladado el escenario de la confrontación a Bruselas, poniendo en jaque la propia elección de la nueva Comisión. La polarización no contempla ninguna relajación; como se ha dicho, se acentúa y cada vez más nos aparecen como imposibles acuerdos que, para el conjunto de la sociedad, resultarían imprescindibles.

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Mariscal / Efe

En más de una ocasión se ha destacado que lo más frecuente es que polarizar quiere decir tanto como bloquear. La polarización paraliza. Las decisiones se ralentizan, abandonan la inmediatez que los problemas demandan para su resolución. Muy a menudo aparece más próximo el desacuerdo que su “por qué”. Es más fácil el “no, por supuesto” que el “sí condicionado”. Da la sensación de que se tiene más miedo al difícil y tortuoso camino que conduce al encuentro que a la facilidad con que se transita por la soledad buscada de propósito. Y esto es malo; muy malo. Habría que aceptar e incluso comprender que el pluralismo de nuestra sociedad no obliga a convivir con la complejidad de las grandes decisiones. Nada es fácil ni lineal en nuestra sociedad contemporánea; todo es complejo, difícil; todo demanda complicidades entre políticas y modelos diferentes. En una palabra: solo el pacto puede acompañar el arraigo social de las decisiones que pretenden afrontar los grandes problemas de nuestro presente. Y, más todavía, cuando de lo que se trata es de construir futuro.

La política de la gesticulación debe dejar paso a la política de la gestión. Y la polarización nos aleja de este objetivo. Es evidente que la política es más, mucho más, que un catálogo gestor. Al final, los valores que enmarcan una política de progreso, convivencia y bienestar son decisivos en el momento de aplicar una política meramente gestora. Pero ello no puede ni permite ignorar que, al final, los ciudadanos quieren ver resueltos sus problemas más básicos o tener la percepción de que se va en camino de ello. Y la polarización no conduce a este camino; bien al contrario, lo que intenta es sacar provecho de las dificultades más que resolverlas. La polarización bloquea el progreso­.

La polarización intenta sacar provecho de
las dificultades más que resolverlas

Y Europa, al menos buena parte de ella, convive en este escenario de polarización. Algunos estados miembros, España entre ellos, trasladan a Bruselas la discusión de sus problemas internos. O atribuyen a la Comisión las dificultades que viven en sus respectivos países. Se proclaman europeístas, pero poco hacen para demostrarlo. Y todo ello sin querer aceptar que Europa es la solución, no el problema. Sin querer ver en Europa mucho más que una fuente de dinero al que acudir para financiar sus particulares proyectos. Y arrastrando con todo ello el lastre­ de una polarización bloqueante, incluso en el propio Parlamento Europeo.

Y salir de todo esto no será fácil. Pero no es imposible. Es más, es perfectamente posible. En España, por ejemplo, las magnitudes económicas ofrecen unos datos significativamente positivos. Y esta realidad permite definir horizontes más despejados que los que se contemplaban hace unos años. Ciertamente, nada está asegurado ni lejos queda la inquietud que graves problemas y trumps lejanos nos provocan. Pero hay margen para la esperanza. Para ello es imprescindible rechazar la polarización sistemática. Aportar por la vía de los acuerdos básicos, puntuales e incluso intermitentes, será siempre mejor que esperar sumisamente al bloqueo como respuesta. Así, todos perdemos. Y de lo que se trata es de ganar el futuro. Esta es la gran responsabilidad de aquellos que en este momento tienen asumida la dirección política de cualquier país. No hay excusas que liberen de esta responsabilidad; que, por cierto, obliga tanto, y a veces incluso más, a la oposición como a los propios gobiernos.

Solo así será posible ganar el futuro.

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