Musk, el torpe; Soros, el santo

La directora de orquesta Marin Alsop, una neoyorquina afín al Partido Demócrata que lleva décadas abriendo camino para las mujeres en el tan masculino liderazgo en el podio, comentaba en una entrevista con este diario que para que las compositoras hayan comenzado a estar presentes en la programación de las salas de conciertos ha sido necesaria una chispa, un impulso, como la de los movimientos sociales #MeToo y Black Lives Matter. Porque la gente no cambia cómodamente, es necesaria una intención, decía.

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Miguel Barreto / Efe

Y lleva razón. Lo chocante es que siga siendo tan difícil programar a mujeres en la clásica y, en cambio, se haya impuesto por ley y en cuestión de una década la ­creencia de que no es mujer quien biológicamente reúne las características, sino quien dice serlo. Sin duda es un cambio sustancial que por alguna razón no ha generado mayor resistencia, más allá de la del feminismo. No ha incomodado en general el hecho de que la legislación ya existente –que reconocía a transexuales que legítimamente sentían que no encajaban en su fisiología– se transformara en otra que impone un orden social radical, con graves consecuencias para la igualdad de derechos y oportunidades de las mujeres.

Lo inquietante es que el fundador de la Open Society pase por altruista

Todo hace pensar que la del abecedario (con la Q y todas las disidencias sexuales que implica el +, incluido el consentimiento infantil) es la maniobra más sibilina que haya perpetrado el patriarcado. Y no se ha hecho sola. Ha sido necesaria la discreta inversión de billones de dólares que motivaran esa transformación. Sin embargo, mientras hoy la gente tiene claro por qué facción política lucha Elon Musk con su fortuna, se olvida de que es el imperio Soros el que propició el cambio de paradigma trans, alentando a organismos de la ONU y a partidos en gobiernos como el de España.

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Charles Platiau / Reuters

Lo inquietante es que el fundador de la Open Society pase por altruista. Porque, cuanto más torpe se muestra Musk en su cruzada ultraderechista, más santo parece su adversario en inversiones políticas. El reciente intento de injerencia racista del magnate tecnológico en el Parlamento británico, a cuenta de aquel escándalo de los abusos a niñas por parte de bandas de hombres (entre los cuales, pakistaníes), valdría para un manual de la antipolítica.

Elon Musk se ha convertido ya en el enemigo de las democracias europeas. Nadie se ha creído que simpatice con esas crías. Pero tampoco el Parlamento inglés ha salido muy bien parado al tener que contener la inferencia y votar abiertamente en contra de abrir una investigación a escala nacional sobre las bandas que seducen a menores con fines de abuso sexual, profesen esos criminales la religión que profesen.

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