Woody Allen escribió en sus memorias tituladas A propósito de nada que la única ocupación que alguna vez le interesó, además del cine, fue la de llevar una vida criminal: ser un apostador, un buscavidas, un estafador. Y añade que se sintió feliz el día en que consiguió interpretar a un delincuente de poca monta en su comedia cinematográfica Granujas de medio pelo. Es posible que eso de ser un villano, más allá de tener diluido el sentido de la ética o de sentirse imbuido de un liderazgo inmoral, sea vocacional. No todo el mundo aspira a ser una buena persona, honrada y solidaria.
Casi a diario Víctor de Aldama ocupa páginas en los medios de comunicación. Se trata de un tipo que tiene peligro al que se le califica de empresario. ¿Empresario? Reconozco que el término ha perdido entidad, por su mal uso. Cualquier youtuber o instagramer juvenil se ha convertido en referente empresarial de la población cuando, a menudo, evaden sus responsabilidades fiscales, emiten mensajes que incitan al odio y ridiculizan el fundamento cívico e institucional que les ha permitido ser quien son.
Ya está bien de llamarle empresario a Aldama, cuando es únicamente un villano
Vuelvo a Aldama. Un empresario es un tipo que en un momento de su vida tiene una intuición, una convicción y sobre todo coraje. Un empresario es un personaje capaz de sacar un negocio adelante, creando empleo y generando cultura de empresa. Un empresario resulta un emprendedor que respeta a los clientes, a los empleados y a los accionistas. Y un individuo que ejerce un liderazgo, sustentado en valores que inspiran a quienes trabajan con él.
El malogrado Isak Andic era un empresario. Supo construir un imperio desde la nada. Aprovechó una oportunidad y entendió siempre que debía rodearse de los mejores. Soportó crisis, pero supo salir a flote con más fuerza. Aldama no puede ser definido como un empresario, sino como un comisionista y sobre todo como un villano. Entendía el negocio como la compra de voluntades para obtener contratos o esconder sus fraudes. Los ladrones de guante blanco dan mucho más miedo que los carteristas, pues no desvalijan a uno sino a todos. Y encima presumen de empresarios.