La mujer tumbada

“¿Cómo pueden encontrarse 50 individuos, en un radio de 50 kilómetros, para aprovecharse sexualmente, sin ningún intercambio, de un cuerpo que parece muerto, al que hay que hacer rodar sobre sí mismo para moverlo?”. En el caso Pelicot, cuya sentencia se conocerá hoy o mañana, esta pregunta, formulada por uno de los abogados de Gi­sèle, me parece la fundamental.

De Dominique Pelicot, el hombre que drogaba a su mujer para ofrecerla a desconocidos, se ha dicho que es “un perverso XXL”. Puede ser. Pero lo interesante no es él, sino los otros. Cincuenta personas de distintas edades –de 26 a 74 años– y profesiones: periodista, enfermero, militar…, que tenían en común… ¿qué? Ser hombres, por supuesto. Pero también otra característica que no se deriva de la anterior: les excitaba realizar actos sexuales con un cuerpo femenino inanimado. ¿No valdría la pena preguntarse de dónde viene esto?

(FILES) Gisele Pelicot arrives at the Avignon courthouse for the trial of her former partner Dominique Pelicot accused of drugging her for nearly ten years and inviting strangers to rape her at their home in Mazan, a small town in the south of France, in Avignon, on November 26, 2024. This extraordinary trial, with its powerful national and international impact, is entering its last phase, after just over two weeks devoted to the defense of the 51 men accused, for the most part, of aggravated rape of Gisèle Pelicot, 72, including her ex-husband Dominique, who confessed to drugging her, raping her and handing her over to unknown men recruited on the Internet at their family home in Mazan (Vaucluse). (Photo by Christophe SIMON / AFP)

  

CHRISTOPHE SIMON / AFP

De la cultura, por lo menos en parte. Pensemos, por ejemplo, en ese tema artístico que es la mujer desnuda y tumbada. No es universal, ni ha existido siempre. En la cerámica precolombina o en los templos de Khajuraho, lo que vemos son mujeres y hombres activos, entrelazados. El nuevo prototipo aparece en Europa en el siglo XVI: la Venus de ­Giorgione, la de Tiziano, y más adelante, la de Velázquez, la Maja de Goya, la Olimpia de Manet… Por la misma época, se empieza a erotizar el sufrimiento femenino en los cuadros de raptos (Europa, las sabinas…) y suicidios (Lucrecia, Dido, Cleopatra…) cuyas protagonistas están innecesariamente desnudas.

Esa mujer sufriente o inanimada, esa sexualidad masculina voyeur o violenta… no es algo que veamos solo en los museos. Lo aprendemos ya en la infancia, con cuentos como La Bella Durmiente o La Bella y la Bestia. Lo encontramos en novelas: en Lolita, una historia de pedofilia, secuestro y violación que durante décadas se calificó de “gran historia de amor”, o en Memoria de mis putas tristes, de García Márquez, cuyo protagonista se regala a sí mismo (así lo dice), para su 90.º cumpleaños, “una noche de amor loco con una adolescente virgen” (¿amor?). En películas, desde El fantasma de la ópera hasta Átame, en carteles en los que las mujeres son cuerpos desnudos sin cabeza (vean la web Headless women of Hollywood ). En publicidad: en muchas fotos de moda (como ha documentado, y parodiado, Yolanda Domínguez en su trabajo Poses ) las modelos aparecen tumbadas, en actitudes y contextos que evocan violación o asesinato. Y ¿qué decir de la pornografía? No muestra propiamente sexo, sino violencia (sexual) de hombres contra mujeres: bofetones, estrangulamientos, violaciones…

Suele creerse que los hombres tienen un impulso sexual irreprimible. Pero aunque así fuera, cualquier ser humano puede someter sus impulsos a su conciencia. Que lo haga o no dependerá, en buena medida, de las ideas, mensajes, actitudes… de la sociedad en la que vive, y en eso la cultura tiene un papel importante.

Contra la violencia sexual, el mejor antídoto es que las mujeres se pongan de pie y tomen la palabra

Y ¿qué podemos hacer al respecto? La respuesta a esta pregunta es fácil, aunque su implementación no lo sea. ¿No han observado ustedes que, desde que se conoció el caso Pelicot, han hablado o escrito sobre él muchísimas opinadoras, pero muy pocos opinadores? ¿No queda claro que cuando las mujeres pueden expresarse, combaten la misoginia?... En la opinión y en la creación. Cuando producen cultura, no solo muestran, por ese simple hecho, que son personas con todas las de la ley –no cuerpos inanimados o descabezados–, sino que en sus obras presentan a las mujeres como sujetos y denuncian, en vez de erotizarla, la violencia machista.

Fomentemos, pues, la intervención de las mujeres en la cultura. Necesitamos reflexiones como la de Yolanda Domínguez, instalaciones como Zapatos rojos de Elina Chauvet, libros como La revuelta de las putas de Amelia Tiganus, películas como Soy Nevenka de Icíar Bollaín…

Veremos qué dice, hoy o mañana, el tribunal que juzga el caso Pelicot. Pero a la larga, está claro que, contra la violencia sexual, el mejor antídoto es que las mujeres se pongan de pie y tomen la palabra.

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