La Navidad inclusiva

La polémica a cuenta de la decisión de los comerciantes del Raval de Barcelona por apostar este año por una iluminación navideña “inclusiva” en las calles de su barrio es de lo más gratuita. Revisitando pecados de juventud observo que en Eres de derechas y no lo sabes (editorial Mina), libro que escribí en el 2008, ya tomé nota de que muchas escuelas apostaban ya entonces, con el mismo argumento que ahora utilizan los comerciantes, por la sustitución del pesebre por “poblados de invierno”. Que más de tres lustros después una asociación comercial se suba al carro del empequeñecimiento de la Navidad solo certifica que se trata de gente con inclinación a llegar con retraso.

El asunto viene de lejos y no es una cuestión menor. Hay ingente literatura al respecto. Lo de la iluminación es solo la punta del iceberg del inclusivismo. Desde los menús, pasando por los regalos o la frase que escogemos para felicitarnos, hasta la narración histórica que acompaña la festividad; todo merece atención y rectificación por parte de los inclusivistas. Pongamos el ejemplo más manido: para un centurión de la inclusión, recurrir al “feliz Navidad” puede ser ofensivo. La fórmula correcta es para él “felices fiestas”.

Encendido de las luces de navidad en Rambla del Raval
Mané Espinosa

Tengo para mí que hay cierto patrón neurótico en estas ideas. Ya saben, una manera de pensar que conlleva relaciones inadaptadas con el otro, con su entorno o contigo mismo. Trasladar irresueltas cuitas internas de muy pocos al conjunto de la sociedad. Imaginando ofensas que solo ellos, u otros como ellos, son capaces de visualizar; mientras que el resto se lo pasa pipa sin tantos miramientos.

Podemos acusar de incoherente y ventajista también a este razonar. Pues, ya metidos en harina, lo suyo para alcanzar el umbral mínimo de coherencia sería no celebrar la Navidad. ¿Acaso los comerciantes del Raval son inclusivos invitando a consumir –que es lo que pretenden iluminando el barrio– con aquellos que no tienen ni para pagarse el desayuno? Ya se ve que, llevada al límite, la inclusividad navideña es una solemne estupidez. ¿Y sin llegar al límite? En este caso, solo una estupidez nada solemne.

Un inclusivista coherente habría aprovechado el solar de Notre Dame para levantar un centro cívico

Si el primer paso es en dirección equivocada, todo el camino lo es. Y eso es lo que en el fondo le sucede a este galimatías de la Navidad inclusiva. Tanto ornamento travestido de intelectualidad para no caer en la cuenta de que nada hay más inclusivo que la Navidad original.

La que oferta un mensaje de esperanza, redención y también igualdad que viene a renovarse con cada nacimiento. Lo advirtió incluso el rey de los ateos, el existencialista Jean-Paul Sartre, que escribió la obra de teatro Barioná, el hijo del trueno (Albada, 2024). Un texto que muchos cristianos consideran como la obra moderna que mejor ha captado el sentir navideño. Como no queremos hacer trampas, debemos añadir que el filósofo francés renegó posteriormente de esa obra. Recurramos aquí a santa Rita: lo que se da no se quita.

Nada hay más inclusivo que la Navidad original

La Navidad es inclusiva por ella misma. Ofrece al cristiano, junto a la Pascua, el pleno sentido de su existencia. Pero en nada ofende a quienes practican otra religión o no profesan ninguna. Es el milagro del dios hecho carne para redimir al mundo para los creyentes, pero se ofrece también como una simple historia de amor por la humanidad entera a aquellos a quienes los misterios les quedan lejos o viven abrazados a otros. Si esto es la Navidad, ¿a quién, que no sea un picajoso o un intolerante, puede resultarle tan ofensiva que deba invisibilizarse o disimularse?

Hace unos días ha reabierto sus puertas la catedral de Notre Dame. Hay quien ve en el templo levantado de nuevo la casa de Dios; otros, solo un reflejo de la historia de Francia y con ella la de Europa entera, y los de más allá únicamente un edificio arquitectónicamente meritorio o quizás ni eso. Pero un inclusivista coherente, para no ofender a nadie, habría aprovechado el solar para levantar un centro cívico con muchas actividades multiculturales y grafitis en todas las fachadas. Churras con merinas: ¡los inclusivistas!

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