La decisión australiana de prohibir las redes sociales para los menores de 16 años ha dado la vuelta al mundo. Las reacciones: celebración y envidia, escepticismo por la dificultad en aplicar la norma o rechazo frontal por intromisión en la libertad personal. Entre los primeros, muchos padres y madres asustados por la adicción a las redes, los patrones machistas y el culto a físicos imposibles. Entre los segundos, muchos responsables políticos que saben lo difícil que es hacerles cumplir cualquier compromiso. Solo cabe revisar el éxito, intentando imponerles control de delitos, pago de impuestos o respeto a la legalidad vigente para ver que todo queda en nada cuando acaban hallando la manera de incumplir compromisos y normas. No en todas partes, claro.
TikTok, propiedad del Gobierno chino, sí que aplica, en su territorio, todas las limitaciones necesarias para proteger a su juventud. Al resto, que nos den. Y, finalmente, el tercer grupo que ha clamado invocando la libertad y los derechos va encabezado por los mismos propietarios de las redes sociales, que tienen miedo de que se les recorte el negocio en la franja donde tienen mayor penetración.
La fuerza de estos nuevos magnates, retratados como los malos de James Bond, no tiene parangón en la historia de la humanidad. Comparado con Mark Zuckerberg, Jeff Bezos o el inefable Elon Musk, Randolph Hearst, el potentado norteamericano que influyó notablemente en la política de EE.UU. a principios del sigo XX, es un modesto aprendiz.
La fuerza de Bezos, Zuckerberg o Musk no tiene parangón en la historia de la humanidad
Propietario de numerosos periódicos, fue el rey del escándalo y la prensa amarilla, con intervenciones sobre conflictos como la guerra de Cuba o la revolución mexicana, donde influyó y, sobre todo, hizo caja. Influencia política y dinero acostumbran a ir de la mano, solo hay que mirar al palco del Bernabéu. Pero nunca como hasta ahora este poder que no vota nadie ha sido tan omnipotente. No es casualidad que Musk esté a la derecha de Trump, que Bezos no hay querido enfrentársele o que Zuckerberg se haya apresurado a llamarle en cuanto ganó las elecciones.
En fin, mucha suerte a los amigos australianos en el intento de ponerle puertas al campo. Nos gusta creer en milagros.