La indignación acumulada de estos días por la mala gestión de la catástrofe de Valencia pudo expresarse ayer de forma libre y clara por decenas de miles de manifestantes. Hubo otros muchos que no pudieron acudir a la concentración por el caos aún reinante en sus calles, y también hubo aquellos que coincidían en el malestar general, pero creyeron que no es momento todavía de protestar, sino de seguir trabajando en la reconstrucción. Este es el gran argumento al que
se agarra Carlos Mazón para no dimitir y seguir al frente de la Generalitat Valenciana.
No obstante, si se analiza con calma la cronología del minuto a minuto de la fatídica jornada del 29 de octubre, que hoy explicamos, cabe pensar si estos gestores que han actuado con tanta indolencia y dejadez pueden ser los mismos que lideren esta nueva fase. Es discutible la continuidad de Mazón, pero, en todo caso, si entiende que ahora no debe dimitir, tendría que hacer una limpieza en su Gobierno, porque no pueden seguir los mismos que lo han llevado hasta aquí. Ya tarda.
Y el PP de Alberto Núñez Feijóo no puede ponerse de perfil y limitarse a apoyar públicamente y sin mucho entusiasmo a su hombre en Valencia, mientras algunos de sus dirigentes lo discuten de forma privada. El Gobierno de Pedro Sánchez también está actuando con excesivo tacticismo desde el primer día para evitar que le acusen de solapar las competencias autonómicas. Ha faltado una actuación más decidida del Ejecutivo para desplegar todos sus efectivos en Valencia, y con ello se ha perdido un tiempo precioso.
El malestar expresado ayer en las calles de València, que está también presente en el ánimo de miles de ciudadanos de todos los rincones de España, exige una respuesta correctora de nuestros gobernantes. No somos el país que pretendíamos ser, pero tampoco somos un país del tercer mundo. Seamos serios. Un gobierno no puede tratar de ocultar durante diez días una larga comida de su presidente con una periodista mientras su comunidad estaba en alerta. Esta historia, que no debería ser más que una anécdota, es un síntoma de esta actitud negligente. Por eso, en la compleja etapa en que se entra ahora se requerirá nuevas caras que no estén manchadas de fango.